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Opinión / Sabatinas

¡Que sea feliz!

Por Fermín Mínguez

Pasó en un programa de televisión y me pareció surrealista. Empeñarse en la felicidad de un tercero que no tenía interés en serlo, les cuento.

Un momento del programa de Telecino 'Volverte a ver' con la presencia de María del Monte.
Un momento del programa de Telecino 'Volverte a ver' con la presencia de María del Monte.

Esto fue la noche del jueves, un amigo (o eso creía hasta ese momento, porque esto no se hace a los amigos) nos dijo que una conocida salía en el programa de Carlos Sobera, y ahí estábamos puntuales a las diez para verla, que para eso estamos los amigos.

El programa, por si no lo conocen, consiste en que alguien que hace mucho que no tiene contacto contigo decide que en lugar de buscarte por Facebook o hacerte una llamada para preguntar qué es de tu vida, es mucho mejor llevarte a un programa de televisión, contarle a todo el país tus miserias y jugarte un ridículo épico por un ratico de gloria.

Nada más empezar la historia en cuestión nos dimos cuenta de que no era la que nos interesaba. Hablo en plural porque todo esto estaba siendo comentado en un grupo de Whatasapp, de hecho fue  la posibilidad de comentar el programa lo que me hizo quedarme viéndolo, con ellos es más divertido comentar que ver, bueno, todo es más divertido con ellos en general. Otro día les hablaré largo y tendido de este grupo.

Bueno, al lío. En la pantalla apareció una mujer que se presentó como la hija de una señora que estaba muy triste y que solo María del Monte le hacía sonreír. Sí, se lo prometo, lo dijo así. Le acompañaba la cantante para darle una sorpresa a la madre de la señora, que no tenía idea de nada. La hija se quejaba que su madre, de normal alegre, llevaba un tiempo bastante triste y querían que volviese a ser la de antes. Hasta aquí todo muy correcto y bienintencionado. En el chat, aparte de no entender que la Del Monte pudiera ser la alegría de la vida de nadie, se mantenía el interés.

Entonces apareció la señora. Una mujer dulce y encantadora que mostraba su sorpresa por estar allí, pero se le veía contenta. Entonces le preguntaron la razón de su tristeza, y dijo que su marido, con el que había pasado toda su vida, y toda es toda, más de 60 años, había fallecido meses atrás.

Hizo una descripción preciosa de lo que se querían, de que toda la vida había sido el uno para el otro y que ahora, aunque estaba muy agradecida a su familia, había días que le costaba la alegría. No sé qué les parecerá a ustedes, pero a mí me parece de lo más lógico. Pues no, ni a Sobera, ni a su hija ni a María del Monte, reconvertida de repente en coach de la felicidad, les pareció bien.

Primero le dijeron que pensara en sus nietos, que no se merecían verla triste. ¿Perdón? A los niños igual hay que explicarles lo que es un duelo, que las perdidas hay que llorarlas y que habrá días en los que su abuela tendrá todo el derecho del mundo a estar de que no.

Por supuesto que es bueno animar e intentar positivizar esos días, pero también hay que normalizar la tristeza. Ponemos exageradamente el foco sobre la felicidad, la mitificamos, y lo único que conseguimos es sentirnos peor los días en que no estamos todo lo contentos que se espera de nosotros. La búsqueda de la felicidad como objetivo principal, a cualquier precio cuando lo suyo será buscar la realización personal que es lo que puede dar paso a sentirse mejor y puede que a ser más felices. Pero no, si alguien no es feliz cuestiona e incomoda y es preferible forzar su alegría no vaya a ser que uno tenga que aprender a gestionar sus propias tristezas. Y eso sí que no.

La señora se defendía con una lógica y una tranquilidad aplastante, “si yo les entiendo, pero entiéndanme a mí, que hay días que no me apetece” venía a decir. En el chat ya éramos fans de la octogenaria y habíamos despellejado el estilismo de la hija y de María, la ceja de Sobera y cualquier intento de presionar a nuestra nueva amiga, pero faltaba lo peor.

Como la mujer no claudicaba a ser feliz para tranquilidad de los suyos, e insistía en que ella quería estar contenta pero había días que no, María del Monte cogió las riendas del interrogatorio y le contó que ella lo pasó muy mal con la muerte de su padre pero que había salido adelante, y que si ella había podido por qué la otra no.

Estupendo, oigan, qué mejor idea  para motivar que decirle a alguien que yo he podido y tú no, muy bien, pero que muy bien. Como esto tampoco funcionó, la mujer venía a decir que cada uno es cada uno y que se alegraba por ella pero que no era lo mismo, la folclórica sacó la artillería pesada y le dijo que si seguí así, era una cobarde… “Pues sí, seré una cobarde” fue la réplica. Punto, set y partido para la señora.

“Alguien luchador como usted no puede rendirse ahora” le decían. Pero que no es rendirse, que es que siendo consciente de que tiene mil razones para ser feliz, a ratos le cuesta.

Claro que no hay que abandonarse, pero no tiene sentido que le pidamos a nadie que sea feliz por nosotros, hay que ser feliz por uno mismo, y si realmente queremos que alguien sea feliz lo que hay que darle son razones, no argumentos.

Que esos nietos hagan lo que sea para que su abuela sonría en lugar de quejarse de que la abuela está triste, y en lugar de montar el numerito de llevarle a la tele a que María del Monte le cante lo de cántame, me dijiste cántame (que creo que la cantó, claro) sería más fácil y más productivo pasar tiempo de calidad con la señora. Ojo que no estoy juzgando a la familia que seguro que tenía la mejor de las intenciones, ojalá les sirva.

El problema es que parece más sencillo buscar una felicidad obligada que una serenidad trabajada, y que intentamos ocultar lo negativo, lo feo y lo duro de la vida, y eso es una sandez, la vida es en sí misma agridulce y hay que aprender a lidiar con esto, y enseñar a hacerlo claro. Manía con diseñar un escenario ideal cuando lo ideal es vivir.

George Harrison ya lo cantó en 1970, todo debe pasar. Y pasará.

Resista señora, y sea todo lo feliz que pueda pero cuando le apetezca, disfrute al máximo de todo lo que tiene, pero porque así lo ha decidido. Incluso de María del Monte, que para gustos los colores.

El chat acabó cerrando filas con la señora y juramentándonos para hacer pagar con creces al recomendador del programa, que es consciente que esto no se olvidará tan fácil…


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