• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

Empoderamiento, la palabra de moda

Por Fermín Mínguez

Ahora es lo que toca. Está en la calle la palabra, hay cursos, conferencias, libros, propuestas, mesas de trabajo, masters e incluso me pareció ver el otro día unas patatas fritas sabor empoderamiento.

Una mujer protesta durante una marcha en Estados Unidos
Una mujer protesta durante una marcha en Estados Unidos

La verdad es que en cuanto alguna tendencia es reconocida como buena, tiene aceptación social o algún gurú empieza a nombrarla, en lugar de profundizar sobre qué significa o a qué se refiere ponemos en marcha la máquina de inventar (o de recaudar, que así nos va) y acabamos diluyendo el concepto en mil formas que no tienen nada que ver con el objetivo original.

Primero son los profesionales del coaching empoderante, después los cursos de empoderamiento personal I, II y III, las publicaciones tipo “Empodera tu espíritu, domina tu corazón, free your soul”, siguen las recetas de la “Nueva cocina empoderadora para jóvenes talentos”, luego el seminario “Excel para empoderados”, para terminar con las tertulias como capa compactadora y ya todos sabemos de qué hablamos y de lo necesario que es empoderarse y que es la solución a todo y es una vergüenza que no se nos empodere. Y así.

No me negarán que no es cuando menos curioso. Un concepto tan potente como el empoderamiento personal acaba convertido en material para la sección de “Conócete a ti mismo” de las revistas de los jueves. Sin embargo esto no es lo peor, lo peor es que algo que es proactivo se ha convertido en reactivo, que un tercero tiene que validarnos, o que debe conseguirse como un concurso de méritos. Permítanme que lo cuestione, aun a riesgo de arruinarle el negocio a alguien.

A la vida se viene empoderado, nacemos empoderados, nadie tiene que validar o no nuestra capacidad para alcanzar metas. A uno no le empoderan, se empodera, y esto es así. Estamos confundiendo empoderar con dar oportunidades y no es lo mismo, ni de lejos.

Una cosa es tener más o menos oportunidades, y estar mejor posicionado en la vida y otra muy diferente no poder sacar partido de las que se nos ofrecen y que muchas veces nos negamos por no creernos capacitados o validados.

Decir que todos tenemos las mismas oportunidades sería una tontería del tamaño de El Sadar. Por mucho que lo queramos adornar con frases paulocoelhistas, las oportunidades que una infanta de España tiene a los 12 años con un sueldo que no tienen la mayoría de puestos directivos de este país no son comparables a las de las niñas de 12 años. Pero eso no es empoderar, eso es el premio gordo del azar,  la ocasión más calva jamás pintada, y podrá acceder a oportunidades que a otras personas les costará infinitamente más o que quizás ni alcancen.

Y ahí está la clave del empoderamiento, en dar oportunidades. No se consigue empoderar a la gente mediante discursos teóricos, sesiones de guía y acompañamiento, sino apoyándola en la medida de nuestras posibilidades y dando las máximas oportunidades posibles por un lado, y por el otro asumiendo el riesgo de aceptar las oportunidades y dar el doscientos por cien confiando en que somos capaces. Esa es la diferencia entre empoderamiento de salón y empoderamiento real, el del barro del día a día. No es decir lo que hay que hacer, es hacer que se haga.

Las mujeres no necesitan ser empoderadas, vienen empoderadas de serie igual que los hombres, la capacidad no tiene género. Como tampoco lo tiene la valentía, el esfuerzo, la solidaridad, la honestidad ni el rigor. Lo que necesitamos es que no existan diferencias legales o económicas que en la realidad laboral no existen. Pero eso no es empoderar, es reconocer el trabajo, el cual tampoco tiene género.

Siempre que hay un colectivo al que empoderar de lo que se está hablando es de dar oportunidades. ¿Ustedes creen que hay que empoderar a alguien que es capaz de salir adelante con una discapacidad grave?,  lo que necesitan son oportunidades, no permisos. Acompañamiento, no frases de autoayuda. Hechos, no palabras. Implicación, que no buenos deseos.

Y adaptar el ritmo al momento, sin renunciar al objetivo final. La vida se puede versionar, tocarla con nuestros instrumentos y exprimirla como un limón. Y versionarla no significa disfrazarla, ni cambiarla,  ni inventarse una diferente, no, significa adaptarla a lo que sabemos hacer en ese momento. Ya mejoraremos y la tocaremos mejor, pero el hecho de no tener a nuestro alcance lo que deseamos exactamente no exime de buscarlo.

Renunciar a felicidades parciales porque queremos la felicidad plena no tiene demasiado sentido, ¿no creen? Con el jamón siempre se entiende todo mejor, ¿renunciarían a un plato de ibérico por no tener toda la pata? Es una forma validada de rendirse y dejar pasar trenes, luego no vale quejarse si los que los cogen nos pasan por encima.

Versionar, reclamar lo propio y aprovechar las oportunidades; y asumir el riesgo de darlas y que quien venga detrás nos mejore si lo merece. Cada tiempo sus costumbres, que dijo Cicerón, ¿cuáles serán las del nuestro?

Cierro con versión, totalmente reconocible y absolutamente propia. Jueguen.


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