• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

El efecto dominó

Por Fermín Mínguez

Ya saben, llamamos así a las consecuencias en cadena que provoca una acción inicial, depende de qué ficha seamos y donde nos toque, lo llamaremos azar porque no lo esperamos, pero ¿y si somos la primera ficha, la que lo desencadena?

Estado del coche que ha atropellado mortalmente a un joven de 32 años en Pamplona. POLICÍA MUNICIPAL DE PAMPLONA
Estado del coche que ha atropellado mortalmente a un joven de 32 años en Pamplona. POLICÍA MUNICIPAL DE PAMPLONA

La vida juega así, nos invita a creer que tenemos el control sobre lo que nos pasa, nos seduce con la idea de que si hacemos esto o lo otro, si invertimos en seguridad y prevención, podremos ser dueños absolutos de nuestro destino, y de repente un día mira para otro lado, despistada, y nos sacude con un hachazo de realidad que nos devuelve a la realidad de nuestra fragilidad.

Sería absurdo decir que no tenemos margen de control, claro que lo tenemos, que hay cosas que podemos hacer para afrontar la vida en la mejor condición posible: cuidarnos, llevar una vida saludable como recomiendan los paquetes de comida basura para justificarse, fingir que hacemos deporte, rodearnos de gente buena y lo que vean que puede ayudar a controlar el ambiente, pero siempre hay un agujero por el que se cuela el riesgo, ese “la vida se abre camino” de Jurassic Park que ganaba enteros en boca de Jeff Goldblum, y que ya hemos comentado alguna vez.

Pero ¿cuánto hay de azar en ese “la vida se abre camino”? Hay una tendencia social a justificar estas cosas en la forma en la que mejor le encaja a cada uno, hay quien lo llama karma, destino, plan divino, suerte o plan estelar; lo que mejor nos suene o menos nos cuestione. A mi, que me estoy convirtiendo en el perfecto señor escéptico cascarrabias, cada vez me quedan más lejos estos conceptos y más cercano el “cada vez somos más nosotros y menos azar” de Benedetti.

Todavía sigo en shock por la noticia de ayer del atropello y muerte de Pablo, joven pamplonés de 32 años cuando volvía a casa de trabajar. Otro de esos momentos en el que la vida parece que se cansa de nosotros y nos cruza la cara. Para Pablo ayer fue azar, cuando salió de su casa no sabía que no volvería, ni sus compañeros que se despedían de él, ni sus amigos que era su último mensaje, o su familia, que les prometo que me duele solo recordar lo que están pasando. Pero no. No es azar. Ni destino escrito. Ni divino. Ni estaba escrito en ninguna puta estrella, que va. Lo que pasó es que un insensato decidió que no pasaba nada por conducir un coche a más de 100 km/h por un casco urbano, después de haber bebido y drogado; acompañado por otros tres a los que no les pareció mal tampoco dejarle conducir. Al igual que Pablo, este miserable no sabía que el jueves se iba a destrozar la vida. ¿Cuál es la diferencia?, que él pudo elegir ser dueño de su acción. Pablo no. Y Pablo pierde, además.

No confundamos azar con responsabilidad. En inglés al efecto dominó lo llaman efecto onda, y en lugar de piezas de dominó, muy nuestro todo, hablan de las consecuencias como las ondas que se producen en el agua cuando cae una gota o un objeto. Se van generando ondas cada vez mayores y que llegan más lejos. Me gusta más, es más gráfico, y diría que también lo hemos hablado alguna vez. En alguna parte de la noche de esos desgraciados tiraron la gota que generó  la onda que golpeó a Pablo. Claro que no estaba en sus planes, solo faltaba, pero fueron tomando decisiones que les llevaron al punto en el que estamos. Cada vez peores, cada vez más altas las olas, cada vez peores las consecuencias. No es azar no, no es mala suerte, es consecuencia. En este caso además irreversible,

Hay cosas que no podemos evitar, las menos aunque nos sacudan fuerte, pero hay otras que sí, y lo más importante es que hay muchas más que podemos promover. Podemos intervenir antes de que la primera gota caiga, podemos evitar muchas ondas que barran la vida de otros. Quizás sea esa la clave, dejar de pensar con los genitales del egoísmo y hacerlo pensando en las consecuencias. Ser conscientes de que la mayoría de los desastres incontrolables o irremediables, tienen un comienzo pequeño y controlable que sí depende de nosotros.

La vida está hecha de millones de viditas, como dice Belén. Y es ahí dónde hay que incidir. En asumir que lo que hacemos tiene consecuencias y no solo en primera persona, que ni tan mal, sino en segundas y terceras olas, o en la ficha ciento y pico de la fila del dominó que no sabemos ni que existe.

Estoy seguro que los cuatro del coche darían lo que fuera por volver atrás, pero esto no funciona así, ahora les toca asumir responsabilidades y afrontarlo. Pero nada de esto devolverá a Pablo a su familia y amigos, nada, que tendrán que aprender a vivir con agujeros.

Por favor, vamos a dejar de justificar con planes que alguien o algo ha hecho por nosotros y vamos asumir el impacto de nuestros actos. Vamos a evitar en la medida de nuestras posibilidades que otros sufran. Vamos a salir de pena, la dedicatoria y las donaciones solidarias para echarle narices e intervenir en lo que nos toca. Vamos a dejar de quejarnos y ser valientes en redes sociales y posicionarnos de frente ante actitudes que sabemos que son malas.

Ojalá esta fuera la última vez que nos duele algo así. Ojalá llorar a Pablo sirva para que ningún anormal más decida conducir borracho porque piense que a él no le puede pasar nada malo. Ojalá gracias a Pablo haya quien se plante delante del siguiente imbécil que crea que exhibirse conduciendo no tiene riesgos.

Ojalá hubiese pasado antes. Ojalá no tuviera que estar escribiendo esto. Ojalá la última vez. Ojalá no provocar más azares negros de otros.

Ojalá que seamos conscientes de lo que podemos hacer si tomamos las riendas de nuestro destino. Ojalá menos delegar en lo que no controlamos, y más en lo que sí.

Ojalá esto hubiera servido para salvarte, Pablo. Lo siento, lo siento mucho.


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