• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

¿A tu edad?

Por Fermín Mínguez

Es la pregunta del millón, una especie de mantra que se ha extendido como limitador de las posibilidades personales pero, ¿qué es lo que limita? ¿La estructura o la capacidad? Incluso la predisposición me atrevo a decir.

El tiempo pasa de manera inexorable.
El tiempo pasa de manera inexorable.

Ese discurso de que hay una edad para cada cosa es muy correcto sobre todo como excusa para evitar asumir riesgos, porque una cosa es adaptarse y otra rendirse, y ojo que insisto que no tengo intención de caer en el Paulocoelhismo (Tros no me lo perdonaría) y decir que cualquiera puede alcanzar cualquier meta y volar hacia la eternidad con frases de autoayuda, no, para nada. Pero sí es cierto que no es un tema de abandono pasivo a la edad sino de entrenar las capacidades necesarias para hacerlo. Y de tomar conciencia de la realidad de cada uno, claro.

El otro día tuve el enésimo debate de qué hago en el rugby a mi edad, que ya estoy mayor. Y oigan, lo que estoy es poco entrenado porque en la mejor edad llevo desde que soy consciente de tener edad. En mi equipo hay jugadores mayores que yo con un rendimiento impecable, y jugando más y mejor que cualquiera. No digo ya que son más rápidos que yo porque a día de hoy Chiquito haciendo el moonwalk me adelantaría, pero por una sencilla regla de tres si yo, con mi edad y todo, decidiera poner medios y forzar mis capacidades podría estar a su nivel.

Si hay montañeros de ochenta años, gente que corre (que es más bonito que decir runners) de todas las edades o emprendedores jubilados y adolescentes parece claro que es más un tema de voluntad y de constancia que de edad. Y de ser feliz, que eso puntúa doble y tu cuerpo lo sabe.

Ese el peligro de la excusa de la edad, que va relegando lo que nos hace felices para cambiarlo por lo que nos da estabilidad y poco a poco entramos en la melancolía de que cualquier tiempo pasado fue mejor cuando lo que pasa es que cualquier tiempo pasado fue más nuestro. Y punto. Vivir lo que toca es una estupidez como un templo de grande, hay que decidir qué se vive y cómo. Asumir riesgos y batacazos y sobre todo darle continuidad y espacio a lo que nos hace felices. Que puede ser hacer unas tablas de Excel en 20 colores y con comentarios, o tocar la guitarra o hacer la catedral de Burgos en punto de cruz, no tiene por qué ser algo exótico ni llamativo.

Si hay alguna limitación física que nos impida realizar lo que queremos que tarde lo máximo posible en hacernos la puñeta. Y darle espacio

Decía James Rhodes en Instrumental que si todos los días escribes mil palabras en un año tendrás una novela. Otra cosa es que sea mejor o peor, pero no es necesaria la excelencia para la felicidad, para nada. Ese es el espacio que hay que dar a lo que nos llena, y no esperar a recuperarlo cuando tengamos tiempo porque entonces ya nos pillará desentrenados y solo nos quedarán esas actividades que se hacen para gente mayor adaptando lo que hace la gente joven. Otra estupidez esta vez como la torre Agbar.

Capacidad y voluntad, a partes iguales. Actitud. Vivir en la queja nos convierte en quejas andantes, acabamos haciendo real lo que pensamos. Si uno quiere estar mal va a estarlo, si uno se quiere abandonar se hundirá y si renunciamos a ser felices seremos infelices así de sencillo.

Se es mayor sólo para aquello a lo que se quiere renunciar, y se está mayor sólo para todo aquello que no se quiere asumir. Yo no dejaré nunca de practicar rugby, otra cosa es cómo lo haga, en el campo, en la banda, en el vestuario, en la grada o comprando tazas y peluches de mi club; pero nunca dejaré de practicarlo.

La felicidad también se entrena y se disfruta, a los 15, a los 40 o a los 78. O disfrutamos de cada alegría, que siempre hay muchas, o nos vamos a perder todas las felicidades que como en el poema de Benedetti, nos están continuamente tirando piedrecitas a la ventana.

Así que abramos ventanas, ventilemos y esforcémonos cada día por ser felices a base de robar horas al sueño, de agujetas o de lo que decidan, pero por favor no se sienten a esperar a que vengan días mejores porque para eso hay que construirlos. No fíen su suerte a las frases de Paulo Coelho o a coaches de la felicidad, que nadie sabe mejor que uno mismo lo que tiene que hacer.

Y si se sienten mayores para hacer algo quizás sea el momento para empezar a hacerlo, así ya les pilla entrenados para cuando se den cuenta de que realmente no lo son. Tampoco esperen al uno de enero, es un día tan normal como cualquier otro. Aprovechen que Navidad es esperanza y comienzo, aprovechemos, que yo también me apunto.

Esto de escribir me hace feliz y voy a hacer lo posible por poder hacerlo mucho tiempo, primer compromiso adquirido.

Aunque no sea muy ortodoxa esta será mi felicitación de Navidad. Mis mejores deseos para estas fechas, queridas y queridos. Nazcan y brillen.

Que nada nos pare.


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