• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

La constante

Por Fermín Mínguez

Me gusta pensar que la obcecación es algo propio de los malos y la constancia de los buenos, pero al final es el objetivo lo que definirá que es bueno y malo.

Fotomontaje de Enrique Bunbury y Quim Monzó.
Fotomontaje de Enrique Bunbury y Quim Monzó.

La constancia dice la RAE que es “la firmeza y perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos”, que es bien bonito pero creo que últimamente se confunde con la obcecación que la define como “Ofuscación tenaz y persistente”. Y no, queridos, no es lo mismo.

Parece que las musas van siempre a contracorriente o es que uno busca refugio en lo antagónico a lo que vive pero tras varias semanas de subidas y bajadas que más que de tío vivo eran de Dragon Khan uno reflexiona sobre la importancia de la constancia, de mantener algo en tu vida que permanezca estable y ajeno a los vaivenes.

Siempre pensé que esa estabilidad era interior, que era un trabajo propio para no depender de nadie, una especie de autosuficiencia personal o moral, (iba a poner independencia, pero está el horno como para jugar con el fuego de las palabras), pero he cambiado de opinión reflexionando gracias a Bunbury y a Quim Monzo, así que a ver cómo queda esta mezcla. Ah, y el rugby claro, que siempre ayuda.

Llegué a Bunbury tarde, como a casi todo en mi vida, nunca me gustaron Héroes del Silencio y me pareció muy intenso siempre hasta que viviendo en Madrid, donde nací a la edad de 23 años, me encontré con un single suyo y acabé viéndolo en su gira del Pequeño Cabaret Ambulante. Me epató (me encanta la palabra) y nunca he sabido si ahora me gusta por su música o por el show.

He vuelto a cada gira sólo por ese ambiente de espectáculo, esa entrega, esa intensidad que antes me chirriaba y  ahora me arrastra. No me he aburrido jamás en uno de sus conciertos a pesar de haber discos que no me han gustado. Le he leído entrevistas y comentarios sobre él, donde pone en valor  la importancia del espectáculo, el show como constante y me gusta reconocerlo en sus directos. Entiendo que es cuestión de trabajo, de esfuerzo, que no siempre te apetece darlo todo y sin embargo si sabes que hay quien lo espera de ti. Pero en esta última gira cantó que  “Si algo no sale bien/ serás mi constante”; tú serás, alguien de fuera. Y aquí es donde aparece Quim Monzó y uno de sus cuentos. No recuerdo si es de El mejor de los mundos, o de Mil cretinos, pero así me releo los dos y si quisieran es una lectura más que recomendable.

También llegué tarde a Monzó y como soy un poco ansioso me lo bebí hasta emborracharme de él y me abrió una nueva forma de escribir y de contar historias, además de regalarme mi momento de gloria twitero con una conversación sobre el Chupinazo en Barcelona. Pues bien, en la historia que no sé en qué libro ubicar,  alguien creía reconocer a una persona de su pasado en un tren y se indignaba cuando la obviaba día tras día.

Como lector empatizaba con él y me acababa dando un asco tremendo el ignorador, hasta que en uno de esos giros fascinantes de Monzó descubres que el error está en la percepción, y que no es que le ignore sino que no se conocen de nada. Es curioso como el autoconvencimiento de que algo es real puede hacer que lo convirtamos en cierto, y lo que es todavía más peligroso, que la forma en que lo contemos haga que terceros se lo crean y vivan como verdad indudable algo que es una percepción errónea. Sobre todo si hay quien vive de mantenerse y no de progresar, justificará cualquier cosa que le refuerce y cargará contra aquello que le cuestione o le debilite. Porque mantenerse sin más es mediocre, y la mediocridad como constante tiene que ser agónica, obligándote a protegerte de cualquiera que pueda hacerte sombra. Entonces la constancia se convierte en obcecación, y en la obcecación gana la fuerza y no la razón.

Por eso es bueno que haya quien sea constante si algo no sale bien. Por eso es necesario que alguien te cuestione tu forma de proceder. Que acompañe cuando fracasas, porque aquí lo normal es fracasar y empezar de nuevo, y tener la lágrima fácil y cabrearse hasta ciscarse en las muelas de alguien pero tener una constante que nos permita volver, aunque sea a insistir en lo mismo pero sabiendo que nuestra versión no es la única.

Me gusta pensar que la obcecación es algo propio de los malos y la constancia de los buenos, pero al final es el objetivo lo que definirá que es bueno y malo. Y la bondad, como decía Beethoven, es el único signo de superioridad. Por eso ganarán los buenos, porque la bondad es constante, y la maldad obcecada. Por eso y porque hay más gente buena.

Y quizás tocaría cerrar con “La constante” de Bunbury pero al igual que confío en que lean a Monzó espero que le den una escuchada. Además  no puedo quitarme esta canción de la cabeza en estos días de meritocracia general, donde todo el mundo se obceca en reclamarse como la única verdad posible.  Qué bonita canción de Texas.


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La constante