• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Cobra Kai

Por Fermín Mínguez

¿Han visto la serie?, es curiosa porque es la continuación de Karate Kid treinta y cuatro años después. Mismos protagonistas, mismo escenario, pero con media vida entre ambas. Últimamente la inspiración es mejor buscarla en la ficción que en el más que previsible día a día.

Los protagonistas de Cobra Kai.
Los protagonistas de Cobra Kai.

Siempre me ha gustado pensar qué pasa en las películas cuando acaban ¿a ustedes no?, que pasa con los personajes, con sus vidas, como evolucionan, así que cuando el comité de sabios me la recomendó, (las reclamaciones si no les gusta esta Sabatina se las envían a Javi, Oscar y Fer), , ni lo dudé. No haré ningún spoiler de la serie, tranquilidad, aunque sí comentaré alguna cosa de Karate Kid, pero comentar una película de 1984 está más cerca de la prueba del carbono 14 que del spoiler, que han tenido más de treinta años para verla. Es tiempo más que suficiente para ofenderse ahora si les cuento que es una película donde un niño con problemas encuentra la salvación en el kárate que le enseña un señor mayor, el señor Miyagi, y consigue enfrentarse y salir airoso de una situación de acoso a la que le somete la pandilla de un malísimo Johnny Lawrence, entrenado por el todavía peor John Kreese. Terrible todo. Chico bueno marginado y sin dinero acosado por pollos pera con pasta, que con sacrificio y la ayuda de un vecino mayor sale adelante. Algo así como Gran Torino pero sin pistolas gigantes.


Pues bien, en Cobra Kai, que es el nombre del dojo de los malos, en kárate no se dice gimnasio, aparecen todos otra vez más de treinta años después, todos son todos. Cada uno con su vida y con una explicación muy de pedagogía americana de cómo tu comportamiento te lleva a un lugar o a otro. Pues bien, en un momento de la segunda temporada (que no, que no adelanto nada, ténganme fe), Johnny, el malo original, cuenta cómo vivió él lo que pasó treinta años atrás. Es curiosos porque se ilustra con escenas de la propia película para ratificar la versión, y escuchando la versión del otro protagonista las imágenes cobran otra dimensión. El tipo cuenta - carbono 14 mode on, aviso- que él vivía tan tranquilo hasta que llega un niñato dando pena, le levanta la novia, cuando le planta cara aparece un señor mayor experto en kárate que les muele a patadas, siendo ellos menores en formación, y le gana el campeonato reventándole la cara con una patada ilegal. Te lo cuenta así y no puedes más que cogerle asco al bueno de Daniel LaRusso. El malo de repente tiene una razón para explicar todo lo que hizo, y despierta simpatía en nosotros el que hasta ahora nos había parecido un imbécil de manual. Qué cosas, ¿no?

Ahora es cuando tocaría hablar de empatía, los zapatos cambiados y escuchar al otro, pero no, esto ya lo saben, y si no hay miles de camisetas y tazas que nos lo recuerdan. Lo que me impactó no es que la historia tenga dos versiones, que todas la tienen, sino que él la contaba sin cuestionarse que hubiera hecho nada malo. No es un tema de empatía simple, no es que tengamos que entender las razones por las que el otro haya hecho las cosas mal y buscar el abrazo sanador, que va, es que el otro no tiene la percepción de haber hecho nada malo. La mayoría de las veces transformamos la empatía en condescendencia, con ese orgullo y convicción de quien se cree en posesión de la verdad y lo correcto, y más que entender lo que pasa lo que buscamos es perdonar a otros por sus malas acciones, curiosamente las contrarias a las nuestras, y salir victoriosos, reforzados y habiendo marcado el camino. Pues no, queridas y queridos, esto parece que no funciona así.

Tener una razón, que la tenemos todos, no significa tener la razón. Estar seguro de que algo es correcto o conveniente no significa que sea imponible a otros. Sobran justificaciones y falta valor. Valor para tomar decisiones, aunque sean impopulares, y valor para asumir que habrá quien piense lo contrario a nosotros por mucho que no lo entendamos. Vivimos muchas veces con el objetivo de imponer, esperando el premio, la medalla por hacerlo bien, como si ser bueno debiera tener compensación, esa especie de chantaje del cielo, que ofrece recompensa como única motivación para portarse bien.

En otro momento de la serie alguien dice, (fíjense lo fino que estoy para no darles pistas y que la vean), que “no se hace lo correcto para que las cosas salgan bien, sino porque es la forma de hacerlo”. Absolutamente a favor de los guionistas de Cobra Kai. Hay que hacer las cosas bien porque sí, y porque la recompensa que esperamos seguramente no nos venga a nosotros, sino sea consecuencia de lo transmitido. Si damos ejemplo de hacer las cosas bien a la siguiente generación, quizás, y sólo quizás, mejore en algo su forma de vivir y lo pasen a la siguiente. Hay que confiar en que los cambios son posibles por convencimiento, no solo por imposición. 

Piensen que el Apartheid estuvo activo hasta 1992, que es anteayer, donde un país entero se regía y legislaba sobre el color de la piel y que había gente, que todavía la habrá, que no veía nada incorrecto en esto. Recuérdenme que un día hablemos del disco Graceland  de Paul Simon, y como le sacudieron los talibanes de ambos bandos por colaborar con músicos sudafricanos, opositores al régimen, porque había un bloqueo cultural y económico con Sudáfrica. De traca. Todo mal. Y eso pasa cuando conviertes tu razón en la razón.

Suele coincidir que quien se radicaliza en la defensa de una sola razón es porque no tiene muchas más razones que defender, algo así como cuando a Johnny le gana Daniel el campeonato de kárate, que no tiene mucho más en la vida. Cuando uno es blanco e imbécil, no insulto, defino, y sustenta sobre esto su vida y fortuna, ya le interesa tener un sistema que no permita que los negros que puedan competir. Al igual que si uno es un hombre imbécil y le interesa lo mismo pero con las mujeres. O si uno es lo que sea en la vida pero imbécil. EL problema no está en tu opción social, política, sexual, religiosa, etc. sino en ser lo que seas pero imbécil. Tan imbécil como para no darte cuenta de que siempre habrá alguien no ya que piense de otra manera, sino que viva y perciba lo mismo que tú de otra manera.

La solución no está en los atriles con micrófono, que siempre están en manos de unos pocos y muchas veces con la categoría de imbéciles, sino en la convicción de que hay que hacer las cosas bien confiando en que extiendan, pero sin esperar recompensa. Banksy dice, creo que se lo comenté, que si nos cansamos hay que aprender a descansar, no a rendirse. En esos descansos también conviene estar al tanto, por si hay algún ejemplo que nos cuestione y nos haga cambiar de opinión o tener más razones por las que pelear. 

Cambiar está bien, incluso es necesario; no cuestionar lo que uno cree y defenderlo siempre a palos sólo te deja vivir una versión de la vida, y es una pena. Mejor cuestionarse y encontrar razones y perfiles nuevos, se lo digo yo, que ahora soy amigo de Johnny Lawrence.

Muchas palabras que nos envuelven, mucho discurso de escenario, mucha tontería, y se nos olvida la razón real de casi todo.


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