• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

El Cholo

Por Fermín Mínguez

“Perder dos finales de Champions es un fracaso”, hombre según a quién preguntes, todo depende de cómo se ponga en valor.

Vaya por delante que no soy colchonero ni especialmente amigo de los planteamientos futbolísticos del Cholo Simeone y que mi intención no es hablar de futbol aquí, pero me resultó muy llamativa la afirmación tan tajante que hizo tras el partido. Tampoco es mi intención hacer una defensa infantil de que lo importante es participar, que está muy bien a ciertos niveles pero no en el deporte profesional. Lo que tampoco está bien es este estado de extremos en el que hemos decidido vivir en el que a tener un mal día le llamamos depresión. Es justo poner los logros y los éxitos en valor. Y diferenciar realidad de expectativa, que también ayuda.

Rastreando un poco por las redes, qué accesible está la información y que poco se usa, descubro que en 113 años de historia el Atlético ha jugado 3 finales, y 2 de ellas con el Cholo al frente. Que en toda la historia de la Champions sólo 21 equipos y 34 entrenadores han jugado 2 o más finales. No parece que estar en un grupo tan reducido sea un fracaso. El problema es que por comparativa, la otra opción es ser campeón de Europa, y eso es objetivamente mejor que ser segundo, pero las condiciones de serlo también cuentan.

Nos estamos acostumbrando a la evaluación del éxito, del resultado, y estamos dejando a un lado la del talento y eso es peligroso. Evaluamos volumen y no actitud. El corto plazo y no el medio o el largo, y luego nos quejaremos. Generamos directivos y gestores de la inmediatez, de tonto el último; y quemamos o sustituimos, y a veces quemamos sustituyendo, los perfiles talentosos que marcan un camino y dotan de sentido a la estructura.

Evaluar por datos es peligroso sobre todo desde la justificación, porque de la misma forma que se puede presentar al Cholo como un entrenador que ha perdido el 100% de las finales de Champions jugadas, y así tendría una mala venta en el mercado, se puede decir de él que es la persona responsable del 100% las finales de Champions jugadas este siglo y del 66% de toda historia del club. Que es del 0,09% de entrenadores pro en España que han sido finalistas este año de la Champions. Que siempre ha tenido el presupuesto más bajo de los semifinalistas, incluso lo fue siendo el decimoquinto en esta lista. El dato objetivo sigue siendo el mismo, pero se viste de otra forma y la imagen cambia.

Creo que perder en este caso no es un fracaso, es una decepción. Se pierde cuando no se intenta, cuando te rindes, o cuando engañas. Expectativa y objetivos no son fáciles de alinear, y cuando mejor nos va, el objetivo crece y se pone a disposición de los resultados. Les pongo un ejemplo. La semana pasada mi equipo de rugby jugó la final de la copa catalana contra un equipo que juega dos categorías por encima. Los Gòtics perdimos el partido, pero les aseguro que no perdimos la final. Porque la actitud, la presencia, la fe y las posibilidades reales también juegan y esas estuvieron al 100%.

Lo que le honra a Simeone es reconocer que esperaba más, que tenía una expectativa y no la cumplió. Sin maquillarla. Sin esconderse. Sin buscar focos. Sin culpar de esto a la herencia recibida, o al boogie. Tendríamos que aprender. Esto en política no pasa ni por asomo, se incumplen expectativas, promesas, presupuestos y la culpa siempre es de otro. Pero también en la empresa, en las relaciones profesionales y en las personales pasa. Quien dirige mandando tiene pavor de las personas con talento y se sacrifican en pos de conseguir resultados inmediatos a costa del proyecto y su ideario. En todos los ámbitos. Desde lo Público en forma de ofertas de gestión en las que lo que prima es el precio, desde lo privado con una propuesta de rendimiento vinculado a subsistir no a crecer, de primar la adscripción a las ideas que a la creatividad y desde lo personal defendiendo la postura de que más vale malo conocido, y de que el esfuerzo es sólo para conquistar pero no para mantener.

Esto no es una crítica política, ni empresarial, ni nada que sea responsabilidad de terceras personas, no, pretende ser un reflexión desde la primera persona del singular. Sobre lo que estamos construyendo, que es lo mismo de lo que nos estamos quejando. Nos quejamos de que nos duele el pie mientras seguimos disparándonos. Parece que nos gusta ser Sísifo y estar infinitamente subiendo la piedra por la colina y dejarla caer al llegar para volver a empezar. Nos gusta vivir en la queja, nos encanta. Pero eso es porque si salimos de la queja toca ponerse manos a la obra, y es mejor lamentarse de que no se cumple la expectativa que ponerse a trabajar por ella. Y quienes gobiernan lo saben, y se lo permitimos.

Si puedo elegir quiero tener cerca al talento y al compromiso, a la creatividad, a quien es capaz de ilusionar antes de que a quien sea capaz únicamente de gestionar lo que tiene. Sé que me dirán que es muy bonito esto pero que luego hay que comer, y ser rentable y que mucho bla-bla-bla, seguro. Esto evita hacer un planteamiento más profundo y permite seguir haciendo equilibrios. Quizás sea solo un tema de ajustar expectativas.

O quizás esté diciendo una sarta de estupideces porque este mes ha sido agotador y todo está bien como está y el único que no está cómodo con cómo van las cosas sea yo, y el puñado de cercanos que me aguantan. Y todos los demás estén satisfechos y lo que hay que hacer es ser productivo y estructurado. Ustedes sabrán.

Pero yo sigo queriendo tener cerca a Cholos, a Gòtics, a Migueles de la Cuadra Salcedo y a ti. Gente con actitud con la que siempre se puede empezar de cero.


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