• jueves, 25 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

¡Calamidad!

Por Fermín Mínguez

Calamidad es una palabra con diferente significado si se aplica a personas o a situaciones. Esta semana valen ambos, porque, queridos todos, ¡qué calamidad!

Una persona con una mascarilla y una persona en bici por Pamplona durante la crisis del coronavirus. PABLO LASAOSA
Una persona con una mascarilla y una persona en bici por Pamplona durante la crisis del coronavirus. PABLO LASAOSA

La RAE tiene dos acepciones para calamidad. La primera dice que una calamidad es una “Desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas”, así que estarán conmigo si pensando en esta pandemia grito un ¡qué calamidad! partiéndome el pecho. Porque miren que es una desgracia todo esto y nos alcanza a muchas personas. Y está bien dicho lo de muchas, porque yo pensaba que nos afectaba a todas, pero no. Hay algunas a las que por lo visto no les afecta, fíjense. Y es para estas, supongo, para las que es de aplicación la segunda acepción, la que dice que calamidad es una “persona incapaz, inútil o molesta”. Así que si me permiten de nuevo, redoblo y grito un ¡qué calamidades! todavía más grande.

Más de una vez hemos hablado de que el colectivo son siempre las personas, que no tiene razón de ser pensar que hay algo que obligue a las personas a ser lo que no son o no quieren, más allá de las obligaciones por fuerza, claro. Pero si decimos que la sociedad no respeta las indicaciones para evitar el contagio, o que un sector determinado está sacando partido de esto, lo que estamos diciendo es que hay un grupo de individuos que se pasan por el forro lo que es bueno para todos, o que hay un grupo de jetas que están sacando un rendimiento brutal a la situación, más del debido, seguramente bajo un halo de pena y solidaridad con los mismos a los que nos están sacando los cuartos. ¿Les suena?

Esta semana ha estado completita de calamidades. De verdad que no llego a entender lo pronto que se nos olvidan los buenos propósitos y, en cuanto podemos, volvemos a la situación inicial. Así que ya estamos otra vez a la gresca con los números y defendiendo una cosa o la contraria según de quien provenga. En estos días de reflexión y confinamiento he descubierto algo que me gustaría compartir, y es que la estupidez no tiene signo político. Es como el virus, que afecta a todos, sean de donde sean y vengan de donde vengan. Es cierto que tiene también algunos factores de riesgo, como no plantearse otra versión que la propia, no escuchar más que a los voceros que te dan la razón, o dar mas importancia a que el rival no tenga razón que a tenerla. Eso respecto a la estupidez, pero sin embargo, la ambición, si bien no tiene signo político tampoco, si tiene vocación política, de figurar. Esa ambición que hace que creas que eres más importante que lo que representas, y te haces fotos en posición sufriente y de preocupación máxima, buscando comunicar a través de la fibra. Y miren, aquí la única fibra que garantiza comunicación es tener un buen chorrazo de gigas en la fibra óptica de casa, porque la otra es válida como empatía, no como justificación. Es importante entender por lo que están pasando muchas familias en este país, y en lugar de ofrecerles imágenes de pena, ofrecerles soluciones.

Además de fotos con un nivel de drama más cercano a un casting de RuPaul que a la vida real, esta semana también hemos empezado a ver que ya se ha acabado la tregua y ya vuelan las cifras de un lado a otro. También las propuestas realmente importantes, como la de algún consejero que ha propuesto una forma segura de manifestarse, cumpliendo el distanciamiento, con hidrogeles y pancartas individuales. Que no seré yo el que no defienda el derecho a manifestarse, pero que si estamos para esto, estaremos para alguna otra cosa más importante, ¿o qué?

Ahora, los apóstoles del paulocohelismo global, de ese “saldremos juntos de esto”, o “con jabón y sonrisas en el corazón, el virus hará chimpón”, y del venga aplaudir a todo el mundo que nos parecía oportuno (porque aplaudir no cuesta) han dejado paso a los ayatolás de lo correcto, a aquellos que tienen la llave para todo, que corrigen a quien sale pero también piden salir. Soy muy fan, pero mucho, de ese “hemos ido a nosédónde, y estaba lleno de gente. No sé cómo son tan irresponsables”. Ajá, cuénteme un poco más de cómo son gentuza toda esa gente que pasea por dónde tu paseas, pero tú lo haces bien, cuénteme un poco más. 

O esos otros que han confundido oportunidad con oportunismo y están transmitiendo un miedo atroz y piden que vayamos vestidos de buzo y empapados en hidrogeles, con mascarillas de operario de Chernóbil. O vendiendo soluciones mágicas a precios de oro, envueltas en pésames y solidaridades por los que se han ido, en lugar de cuidar a los que siguen. Que está muy bien reconocer y aplaudir, pero quizás sea mejor seguir trabajando la prevención, que sigue siendo algo muy eficaz y mucho más barato que intervenir a posteriori.

De lo que estoy seguro es que para salir de esta calamidad necesitamos que no haya tantas y tantas calamidades. La RAE vuelve a tener razón, basta que haya un número pequeño de personas incapaces, inútiles o molestas para que una desgracia o infortunio alcance a muchas personas. Así que hagan el favor de ser responsables, cada uno desde su lugar, para que podamos salir cuanto antes mejor. Ya me he quedado sin San Fermín, como me quede también sin cumpleaños en casa, alguien va a tener un problema. Primer aviso.

No dejen constancia de tal calamidad, para eso están las canciones. Sobre todo las bonitas. Sobre todo si canta Alicia.


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