• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / Es periodista, uno de los fundadores de Telemadrid y su primer director de informativos.

Siempre madrastra

Por Fermín Bocos

Los de fuera nos tienen calados. Dice Michel Houellebecq que los españoles no nos queremos a nosotros mismos. 

Tiene razón. Más aún: no soportamos por mucho tiempo a aquellos de nosotros a quienes hemos ascendido a la categoría de héroes. Duran poco en lo alto del pedestal. A poco que se tuerza su suerte les abandonamos convirtiéndolos en juguetes rotos. Asistimos estos días al triste final del "reinado" de Iker Casillas y Vicente del Bosque en la efímera República de la fama. Dos mitos. Lo han sido todo en el mundo del fútbol pero todo cuanto han aportado al deporte español ha sido olvidado como quien dice en horas veinticuatro tras del fracaso de la Selección en la Eurocopa que se disputa en Francia.

A Casillas -el mejor portero español desde los tiempos de Ricardo Zamora- se le empezó ya a ningunear a raíz del paso por el Real Madrid de José Mourinho, un personaje tóxico, acomplejado y rencoroso que a punto estuvo de sembrar de sal el campo del Bernabeu.

La desafección que sintió Casillas le llevó a abandonar el club en el que había conseguido todos los grandes títulos en juego. Cuando antes de que le alcanzara la edad que conduce a la retirada buscó seguir en activo y se fue al Oporto en España ya sonaban voces que criticaban su titularidad como portero de la "Roja".

A del Bosque le fustigaron por contar con Casillas los mismos a quienes les faltó tiempo para pedir que resignara el cargo de seleccionador por el fracaso de Brasil y ahora por haber sido eliminados de la Eurocopa tras perder con Italia. Ya se habían olvidado de que el veterano entrenador había conducido a la Selección Española a ganar el Mundial y una Eurocopa. La Historia de España está plagada de episodios e historias de ingratitud y desmemoria.

Soportamos mal la fama ajena. Es probable que esa predisposición a la iconoclastia proceda de otro mal también muy extendido y que viene de muy atrás. Me refiero a la envidia. Lo denunciaba Quevedo cuando la tenía por fruto de la pobreza, habitual compañera de los más, y la justificaba diciendo que en los reinos de España la tajada que se lleva uno dejaba en ayunas a los demás. Duran poco en pie los pedestales de las estatuas en esta España nuestra tan esclarecedoramente definida por los poetas como madrastra.

Esa tendencia cainita que tantas energías se lleva y tantos logros amarga nos impide crecer. En Francia cualquier talento que destaque -sea o no sea nacido en el país- lo hacen suyo. Para el común de los franceses Picasso, Modigliani o Cioran, son franceses. Poco importa que uno hubiera nacido en Málaga, el otro en Livorno (Italia ) o en Rasinari (Rumania) el atormentado filósofo. No nos queremos, ni queremos a los nuestros así que se aúpan a la fama. Tendríamos que hacérnoslo mirar.


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