• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Es periodista, uno de los fundadores de Telemadrid y su primer director de informativos.

Desigualdad y populismo

Por Fermín Bocos

Desde que el mundo es mundo, siempre hubo pobres. Muchos más pobres que ricos. 

Lo llamativo que se desprende de los datos que retratan nuestro tiempo es la extraordinaria concentración de la riqueza en muy pocas manos. Si damos por buenos los datos que alumbra un estudio de la ONG Oxfam Intermón, resulta que entre ocho personas ¡Solo 8¡ acumulan la misma riqueza que la mitad de los habitantes del planeta. Hablamos de 3.600 millones de personas. Otro dato: el 1% más acaudalado atesora más riqueza que el 99% de los restantes habitantes de la Tierra.

En el caso de España, tres personas disponen de la misma riqueza que el 30% de la población (14,2 millones de personas). Conocidos los nombres de los españoles más pudientes (Amancio Ortega, su hija Sandra y Joan Roig), no hay reproche por el origen de sus respectivas fortunas. La de los Ortega se explica por el éxito mundial del Grupo Inditex (Zara) y en el caso del empresario valenciano por la red de supermercados Mercadona. Son negocios forjados desde abajo y tienen el mérito de haber creado miles de empleos. Nada pues que objetar desde la perspectiva del mercado libre.

Pero en términos morales los datos que aporta el informe ponen de relieve la brutal desigualdad que padecemos. En la UE, tras Chipre, España es el país en el que más ha crecido la desigualdad en los últimos años. Vivimos peor que antes de la entrada en el euro. La diferencia entre pobres y ricos se ha disparado. La crisis que hemos arrastrado es el marco al que remite tanta desigualdad.

La crisis arrasó miles de puestos de trabajo y empujó hacia la exclusión a los desempleados que consumieron las últimas ayudas sociales. Para la clase media, la puntilla llegó de la mano de las reformas fiscales confiscatorias que venimos soportando. Según el mencionado estudio, un 84% de lo que recauda el Fisco recae sobre contribuyentes individuales mientras que las empresas solo aportan el 13%.

La pobreza y la desigualdad fermentan en términos de rencor de clase y la exigencia de justicia social abre las puertas a los populismos.

Se diría que no hemos aprendido las amargas lecciones del siglo XX.


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