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Opinión /

La tolerancia selectiva de Asirón

Por Fermín Alonso

El 15 de noviembre de 2016 el Ayuntamiento cedió a los partidos de la oposición y  rescindió por fin el acuerdo que mantenía con los okupas del chalé de Caparroso. La mañana siguiente amaneció con el Casco Antiguo lleno de pintadas contra el alcalde y en favor del Gaztetxe que milagrosamente apenas duraron un par de horas. Otras, sin embargo, no corren la misma suerte.

Imágenes de los carteles y lemas proetarras colocados en el Casco Antiguo de Pamplona con motivo de las fiestas de San Fermín Chiquito CEDIDAS (2)
Imágenes de los carteles y lemas proetarras colocados en el Casco Antiguo de Pamplona con motivo de las fiestas de San Fermín Chiquito CEDIDAS

Y nunca mejor dicho eso de correr. Nunca los postes de las señales del Casco Antiguo estuvieron tan limpios como cuando se llenaron de pegatinas en contra del alcalde menos votado de la historia democrática de nuestra ciudad. En una mañana, todas impolutas.

Y es que nuestro regidor lleva bastante mal eso de ser criticado, bien sea en artículos, publicaciones en redes sociales o en la propia calle. No lo tolera. Se rebota.

Llegó incluso a sentirse amenazado por gritos que después los jueces aclararon que nunca se produjeron. Daba igual, ya tenía su noticia en prensa y la condena municipal nunca se revocó, pese a la petición de los concejales de UPN.

Tan mal lleva Asirón la crítica que en mayo impidió a la oposición el uso de la Sala de Prensa del Ayuntamiento saltándose cualquier normativa, tal y como certificó semanas más tarde un informe del secretario municipal.

Recordar brevemente estos episodios viene bien para subrayar la indecente complicidad con que el alcalde del 15% trata otras pintadas y otras pancartas. El último ejemplo, durante las fiestas de San Fermín chiquito. Un año más, decenas de pancartas alusivas a los presos de ETA permanecieron durante todo el fin de semana en el entorno festivo sin que fueran retiradas por el Ayuntamiento.

Una vez más, Bildu y sus fieles escuderos de Geroa Bai miraron para otro lado.

El esquema se repite en todas las fiestas de barrios, aunque resulta más sangrante en el centro de la ciudad:

Miércoles: Los amigos de Batasuna llenan la zona de pancartas e ikurriñas. Algunas son tan hirientes como una en San Jorge que, en referencia a los asesinos de ETA,  rezaba: “A los que lo habéis dado todo por el pueblo, muchas gracias”.

Jueves: La oposición lo detecta y exige a los responsables de seguridad y conservación urbana su retirada.

Viernes: Todo sigue en su sitio. Con suerte, los responsables de seguridad dicen que ya han dado el aviso al servicio de limpieza.

Sábado: Las caras y nombres de etarras o sus símbolos siguen engalanando el barrio. No es raro, incluso, que los propios concejales del alcalde visiten las fiestas y se saquen fotos con ellos como fondo.

Domingo: Todo sigue exactamente igual sin que el Ayuntamiento retire nada. Uno tiene la certeza de que una bandera de España o incluso una de Navarra colgando de una farola habría sido retirada el mismo miércoles y que se habría sancionado a los responsables por incumplir, por ejemplo, la ordenanza de conductas cívicas.

Lunes o martes, los servicios de limpieza retiran en su agenda de actuaciones ordinarias todo el monario.

Y todo subvencionado a base de los impuestos que usted paga, oiga.

La Ordenanza General de Subvenciones de Pamplona afirma que “tampoco podrán ser objeto de subvención aquellas actividades que incluyan, bien originaria o sobrevenidamente, actos de carácter político o reivindicativo, ni las que por cualquier medio sean utilizadas, aún a título de mera tolerancia, para llevar a cabo dicho tipo de actos, ni aquellas que atenten contra la libertad de los ciudadanos, vulneren la Constitución o incumplan las Leyes”.

Sin embargo, año tras año, Asirón se niega a cumplir con la propia normativa municipal y riega con miles de euros a través de convenios y subvenciones estas fiestas, mientras les exime del pago de tasas.

Hay que mantener la presión, que diría Torra, y eso cuesta dinero.

Lo peor, sin embargo, es que nos hemos acostumbrado a ver referencias a los presos de ETA decorando nuestra ciudad: “Ya sabes, estos con lo suyo”.

Sin embargo, imaginemos por un momento que lo que pidieran fuera apoyo para cualquier otro criminal que no llevara txapela, da igual que fuera asesino, ladrón o violador. Twitter ardería y la sociedad en bloque reaccionaría y con razón.

El alcalde encabezaría las manifestaciones y la señora Barkos nos regalaría un rotundo discurso rebosante de adjetivos y de lugares comunes, “como no podía ser de otra manera”.

¿Por qué entonces nos hemos acostumbrado a convivir en semejante anormalidad?  


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La tolerancia selectiva de Asirón