• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

De víctimas y verdugos

Por Esther Esteban

"El periodista Alfons Quintà, de 73 años, se suicidó la madrugada del lunes pasado. Antes asesinó de un tiro en la cabeza a su mujer la doctora Victòria Bertran, de 57" decía el "urgente" publicado en los medios de comunicación.

El terrible asesinato de otra mujer a manos de su maltratador ha tenido esta vez un componente nuevo: que el asesino era un conocido periodista y eso ha servido para visualizar que la violencia a machista afecta a todos los estatus sociales, culturales o profesionales, porque no hace distingos.

Yo había coincidido con él profesionalmente en alguna ocasión, apenas le conocía, si acaso de algún saludo fugaz, pero me ha llamado mucho la atención que ahora muchos colegas reconozcan que temían algo así ¿por qué el periodista disparó a su mujer cuando dormía en la cama de matrimonio? Se preguntaban en la crónica del suceso de un periódico.

"Para sus amigos, sus compañeros del CAP de Les Corts donde la mujer trabajaba y para sus familiares, la respuesta es tan clara como dolorosa, Quintà la mató porque era un asesino. Un hombre que vivía obsesionado y hablaba de su relación con la doctora Bertran con esa misma ofuscación", señalaban.

Si esto es así Quintà cumplía fielmente el perfil del agresor: hombre, con referencias culturales basadas en la imposición y consciente de lo que hacía: "El maltratador no es alguien descontrolado, sabe lo que está haciendo pero lo justifica.

Culpabiliza: 'Tú te empeñas, tú me obligas, tú eres mala mujer, yo lo hago por el bien de la pareja'.

Siempre tienen excusas. Actúan para defender su propia idea de una relación de pareja, construida a partir del machismo y que implica dominio, poder y control", comentan en el observatorio de violencia de género, y los datos hablan por sí solos: En lo que llevamos de año han sido asesinadas 46 mujeres, muchas de las cuales habían denunciado a su agresor y se han presentado más de 70.000 denuncias por violencia de género pero, desgraciadamente, todavía hay una parte importante de la población que sigue justificando de manera directa o indirecta, a veces cínica e hipócrita, esta nueva forma de terrorismo, esta lacra social que nos debería avergonzar a todos.

"Esto es un tema de conciencia social. Las leyes y las políticas pueden ayudar, pero hasta que la sociedad no cambie será muy difícil solucionarlo. Ahora mismo, por ejemplo, en EEUU acaba de ganar Trump, un señor que hace gala de un machismo exhibicionista.

Esto es terrible y muy peligroso porque sirve de referencia. Muchos se verán reflejados y dirán 'menos mal que viene uno a poner las cosas en su sitio'", señala Miguel Lorente ex delegado del observatorio para la Violencia de Género.

Y tiene razón porque está demostrado que cuando la sensibilidad de los ciudadanos sobre la violencia de género aumenta las agresiones disminuyen como consecuencia de la concienciación y en eso los responsables políticos deben tener un discurso ejemplar y ejemplarizante.

De hecho y por lo que a todos nos toca, para abordar este asunto se deben reemplazar los valores tradicionales establecidos en las relaciones de pareja por otros nuevos, cosa que no está ocurriendo, más bien al contrario parece que los más jóvenes están reproduciendo patrones antiguos y nos debemos preguntar por qué.

La receta más efectiva sigue siendo la educación y lo cierto es que mientras la igualdad sigue ganando el debate teórico, el machismo gana en el día a día, en la realidad cotidiana y se siguen reproduciendo esquemas impropios de una sociedad avanzada.

Decir solo ¡No! Ya no es suficiente. Hay que dar un paso más, señalar con el dedo a estos cobardes, desenmascararles socialmente y proteger a las victimas de todas las maneras posibles. Los verdugos deben saber y sobre todo sentir que están solos.


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