• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

Rita y los miserables

Por Esther Esteban

Rita Barberá era todo un carácter, una política de armas tomar, sin pelos en la lengua a quien le gustaba llamar a las cosas por su nombre sin aderezos fatuos. 

Cuando acabas de entrevistarla nunca se daba por terminada la entrevista. Tenía por costumbre preguntar si tenías algo que hacer antes de regresar a Madrid y, sin apenas darte un respiro para responder, te decía que le acompañaras para visitar Valencia, su gran amor. Daba igual que pudieras o lo apurada que tuvieras la agenda ¡de repente! Te veía en el mercado o paseando por el centro, y muchas veces el encuentro terminaba en un almuerzo a base de arroz, donde no paraba de hablar de lo bonita que estaba su tierra.

Durante el trayecto que siempre se hacía a pie y con varias paradas para responder a los vecinos que le saludaban, solía apuntar en una pequeña libreta las cosas que no estaban en perfecto estado: una papelera rota, un banco sin pintar, una farola deteriorada o un paso de cebra mal señalizado y solía hacer comentarios sobre que el mobiliario urbano debía de cuidarse como el de tu propia casa, porque si no el dinero de todos relucía poco.

Yo he sido la primera en pedirle generosidad cuando las cosas se empezaron a torcer judicialmente y en apelar a lo mucho que quería a su partido para que diera un paso atrás y liberará al PP de la tensión que provocaba su permanencia en el Senado, y su paso al grupo mixto. "Jamás he robado nada, tengo las manos limpias y mis bolsillos son de cristal, no me he llevado un duro y quiero demostrar mi inocencia, para que algunos de los que te acompañan se traguen sus palabras", me escribió en una ocasión durante una tertulia de televisión en la estaba participando y se hablaba de ella.

De no haber muerto de forma tan dramática y repentina habría seguido viviendo en soledad, el vía crucis judicial por el que estaba pasando. Su propia familia ha dicho estos días y es verdad que lo que más le dolía -como animal político que fue- verse abandonada por los suyos, que su partido al que entregó la vida le tratara como una apestada y así ha sido, al menos por parte de algunos.

El portavoz parlamentario del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando, al que entrevistamos el otro día en RNE aseguró que en el PP no hay "mala conciencia" por la muerte de la ex alcaldesa de Valencia y subrayó la apartaron para "protegerla", pero "las hienas siguieron mordiéndola". Dijo que los medios de comunicación la convirtieron un "pim pam pum al que golpear de forma permanente" e insistió en que ha sido "vilmente linchada" en el final de sus días "desde el punto de vista mediático y también político".

A mí me gusta poco el trazo grueso y ¡claro! generalizar de esa manera tan burda metiendo a todos en el mismo saco tiene el riesgo de que el objetivo que se pretende conseguir se diluya en medio de la polémica. Ni todos los medios de comunicación se dedican a linchar al personal, ni los periodistas somos seres despreciables que en vez de cumplir con nuestra obligación de informar y escudriñar la verdad, nos dedicamos a hacer escraches selectivos e ideológicos con quienes no comparten nuestras ideas.

Soy de los que pienso que los periodistas no podemos eludir nuestra responsabilidad en nombre de la manoseada libertad de expresión, pero de ahí a hacernos un harakiri colectivo va una diferencia. Me parece oportuno abrir un debate sobre la mal llamada "pena del telediario" y también abordar en profundidad la necesidad de preservar la presunción de inocencia pero si el planteamiento al respecto es tan su ido de tono, al final la polémica se centra en el exceso de la expresión y no en lo que se, pretende denunciar.

Es verdad que el insulto y el descrédito permanente minan la voluntad y el ánimo de cualquiera y también lo es que los políticos cuya acción debe ser no sólo ejemplar sino ejemplarizante muchas veces olvidan su responsabilidad pública aquejados de una profunda miopía partidista y un sectarismo vergonzoso. Ver la actitud de los diputados de Podemos negándose a guardar el minuto de silencio en el Congreso de los Diputados me pareció un error y peor aún las explicaciones, o mejor dicho las excusas mezquinas que ha dado al respecto.

Pablo Iglesias afirmó que se negaban a participar "en un homenaje político en un espacio como el Congreso por una persona cuya trayectoria está marcada por la corrupción". Pero el tema es que no era un homenaje, sino una muestra de respeto personal a alguien que ha dedicado su vida a la cosa pública con una trayectoria larga -y por tanto con luces y sombras-, que además ha sido juzgada pero ha muerto sin conocer su sentencia. Convertir una tragedia como la muerte de un ser humano en un arma de confrontación política es repugnante. ¡Qué asco!.


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