• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

Patriotismo y democracia

Por Esther Esteban

Será una imagen difícil de olvidar. Ver al presidente francés François Hollande ante la Asamblea y el Senado en Versalles, cantando su himno nacional para proclamar ante el mundo la unidad de Francia frente a la barbarie, es de esas escenas que ponen los pelos de punta..

No sólo por la emotividad del acto, sino por la demostración de un hondo sentido del patriotismo que en nuestro país es, desgraciadamente, impensable. "No habrá tregua al terrorismo. Estamos en Guerra", había proclamado, para afirmar, a continuación, que presentara una reforma Constitucional de hondo calado para reforzar la seguridad de los ciudadanos.

En las últimas horas se han producido en Francia más de 160 registros domiciliarios, han sido detenidos 23 sospechosos y 104 puestos a disposición policial para tratar de identificar a los cómplices de los yihadistas que asesinaron a 129 personas y dejaron malheridas a más de trescientas.

Ningún partido político, ninguno, ha alzado la voz denunciando que muchas de las actuaciones se han hecho sin autorización judicial, ni tampoco se han oído grandes voces discordantes porque la intención del gobierno francés sea introducir una serie de restricciones a la libertad de reunión y manifestación para poder actuar con mayor eficacia contra las células yihadistas. No ha habido polémica, en absoluto, por dar mayores facilidades para que los cuerpos de seguridad pueden interceptar comunicaciones y acceder a los domicilios de personas sospechosas.

El gobierno socialista francés va a tener un respaldo mayoritario en la asamblea, porque los franceses tienen una acusado sentido del patriotismo cuando se sienten atacados. La prioridad lógicamente es la de proteger la seguridad de los ciudadanos, pero si esto va en menoscabo de la libertad, el conflicto suele estar servido. Sin embargo en esta ocasión esta dicotomía se ha planteado poco, o al menos no con la misma intensidad que en otras muchas ocasiones.

Es difícil, con los cuerpos de las víctimas casi calientes, afrontar un debate de esta naturaleza sin provocar efectos indeseados, pero es de admirar la altura de miras de políticos que ven más a la de las pequeñas miserias partidistas o ideológicas.

El asunto es tan complejo que resulta inexplicable como algunos de estos terroristas han podido nacer en libertad y repudiar todos los valores que el estado de derecho representa. De hecho estos días hemos leído que el enemigo número uno de Bélgica, el principal sospechoso de ser el autor intelectual de los atentados de París tiene 28 años y no es sirio, ni saudí, sino belga . Nació y se crió en Bruselas y no viene de una familia desestructurada y pobre.

Hemos sabido que este despiadado asesino no pasó su infancia en una madraza salafista sino frente al televisor y disfrutando de todas las comodidades de un niño mimado de clase media educado en un colegio elitista, cuyos padres son propietarios de una tienda de ropa. Por ello es imposible intentar comprender por qué el terrorista más buscado, este belga que se ha rebautizado con el nombre de guerra de Abou Omar Soussi, secuestró a su hermano pequeño para convertirlo con 13 años en el soldado más joven de la IS y ha arruinado la vida de toda su familia.

"No podemos más, estoy sin fuerzas. Me avergüenzo de mi hijo. Nos ha arruinado la vida. ¿Por qué en el nombre de Dios querría mi hijo hacer daño a belgas inocentes. Nuestra familia le debe todo a este país", afirmaba su padre visiblemente afectado.

Sea como fuere, más allá de las razones de la sinrazón, el miedo tan legítimo como paralizante no puede ser una excusa para no defender nuestras señas de identidad , esas que representan las democracias en las que vivimos y cuyos valores son irrenunciables.


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