• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

La cabeza de Rajoy

Por Esther Esteban

Tal vez la crítica al presidente del Gobierno que más fortuna ha hecho en esta legislatura ha sido la del famoso plasma. Una idea, bien cocinada políticamente, que viene a significar lejanía.

Lejanía de los ciudadanos, de la realidad y de todo lo que interesa al "común de los mortales". Ver a alguien a través del plasma te distancia del personaje, pero resulta curioso que hayan sido las televisiones, es decir los plasmas, quienes han lanzado al "estrellato" a los nuevos líderes política, algunos de los cuales, como Pablo Iglesias ahora dice que "todo no son tertulias televisivas". ¡Que desagradecido¡, con todo lo que han hecho por él algunas cadenas y algunos periodistas situándose en demasiadas ocasiones en el movedizo terreno  de juego de la militancia.

En las últimas horas Mariano Rajoy ha tenido que escuchar, por partida doble --primero en la rueda de prensa de Moncloa y luego en una entrevista con Ana Blanco en TVE-- lo que se ha convertido en un auténtico secreto a voces por todo Madrid: que llegado el caso, si necesitara el apoyo de Ciudadanos, pedirían su cabeza como condición innegociable para votar a favor de la investidura. "Mi cabeza está bien situada y no pienso dejar que nadie la cambie de sitio. Pretendo seguir vivo una larga temporada", dijo el presidente intentando zanjar la polémica.

El problema no es que, en política, se haya convertido en dogma el  famoso "cuando el río suena", sino que ese run-run insistente y machacón se oye dentro del PP desde hace meses, aunque todos, de puertas a fuera, consideran que sería absolutamente inaceptable entregar la cabeza de su número uno como peaje obligado para mantener el poder y crearía un precedente tan peligroso. Incluso se dice que, en esa hipótesis improbable, habría que ir de inmediato a una refundación del PP, cosa que empieza a dejarse caer como la lluvia fina.

El otro día leí que alguien recordaba a Churchill en aquello de que sólo confiaba en las estadísticas que él mismo cocinaba, y la frase es oportuna al albur de las distintas interpretaciones de las cifras económicas de las que el gobierno saca pecho. No se le puede negar al presidente que ha conseguido cambiar la tendencia o que la economía ha logrado sanear algunos de los desequilibrios, especialmente en el sector exterior. No podemos olvidar que España llegó a necesitar 100.000 millones de euros para financiarse y hoy tiene capacidad de hacerlo o que estuvimos a un tris del rescate y hoy hay una previsión de crecimiento del 2,5 por cierto en los próximos tres años. Tampoco es una "boutade" que cuando llegó el PP al poder se destruía empleo a chorros y ahora se crean medio millón de puestos de trabajo. Puede que la debilidad siga estando en la calidad del empleo y por supuesto en ese 20 por ciento de la población activa que pasa sus "lunes al sol", pero al menos se ha abierto una puerta a la esperanza.

El asunto es que el partido del gobierno, en esta durísima etapa de crisis, se ha convertido en antipático para una opinión pública decepcionada por los casos de corrupción que --aún siendo trasversal porque ha afectado a casi todos las siglas políticas-- castiga siempre más al partido del inquilino de la Moncloa. "Han aflorado en estos años demasiados escándalos. Soy plenamente consciente del daño y el descrédito que estos episodios han causado a la percepción la política entre los ciudadanos", dijo el presidente tras disolver las Cortes y convocar las elecciones.

Es cierto que cuando se habla de político de plasma, se quiere situar intencionadamente a Rajoy como un líder del pasado amortizado para el futuro, que se ha obsesionado con responder, machaconamente, a cualquier cuestión sólo con su política económica y ha desdeñado la importancia de los medios de comunicación, hasta dos minutos antes de acabar la legislatura.

Se le acusa de ser un tecnócrata, frío e insensible, incapaz de trasmitir emociones, pero se olvida, también intencionadamente, que ha sido cocinero antes que fraile y que en su "haber" tiene una amplísima experiencia en gestión cosa que a otros se les "debe" suponer y esa es un a importante incógnita tal como esta el patio.

Rajoy ha caído en la cuenta tarde --ya veremos si demasiado o no-- que su alergia y su desconfianza con los medios de comunicación se ha entendido como un alejamiento hacia la opinión pública con la que los periodistas actuamos de intermediarios. Esa misma opinión pública que hace apenas unos días bendijo con una audiencia histórica el debate ente Albert Rivera y Pablo Iglesias, pero estamos en tiempos revueltos y cambiantes y lo que digan las urnas es una gran incógnita. Los españoles que nos permitimos desahogos en las europeas, autonómicas y municipales solemos dar en el clavo en las generales y todos los partidos están en tiempo de descuento. El PP si se cumplen los pronósticos puede perder más de cincuenta escaños pero no creo que ponga la cabeza de Rajoy en almoneda. ¿O si?.


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La cabeza de Rajoy