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Opinión / San Fermín

Dos de febrero: José Luis Nobel

Por La escalera fotográfica de Aliaga y Nagore

En este segundo peldaño de la escalera de 2023 recordamos a José Luis Nobel con una de sus instantáneas más simpáticas. Nobel fue un fotógrafo pamplonés que cosechó más de mil premios en certámenes fotográficos regionales, nacionales e internacionales.

1975 Repostando (Foto José Luis Nobel. Cortesía de la familia)
1975 Repostando (Foto José Luis Nobel. Cortesía de la familia)

En Sanfermines José Luis Nobel Goñi pateaba Pamplona de la ceca a la meca para fotografiar curiosidades y ambiente festivo. Disparaba un promedio diario de unos 13 rollos (468 fotos) en blanco y negro. Por eso, seleccionar una foto entre las miles que hizo en cuatro décadas, sería una tarea ardua y complicada. Nuestra primera aproximación ha sido optar por una exposición, entre más de cuarenta, que participó.

Finalmente, de la exposición individual Chupinazo y Riau-riau del XLVII Salón San Fermín de 2004 (García Castañón), hemos elegido una instantánea que lleva la esencia del autor, es Nobel en estado puro, ya que cumple los tres requisitos de su obra festera: callejera, espontánea y divertida. Es de los  Sanfermines de 1975 y está tomada en la plaza del Castillo en la confluencia con la avenida de Carlos III, en lo que era la zona de la parada de taxis.  

Al fondo destaca el edificio que en la época conocíamos como Crédito Navarro. En realidad este banco ya había desaparecido tres años antes (1972), al haber sido absorbido por el Banco Central, habiéndose retirado el gran cartel identificativo de lo alto del inmueble. Hoy, tras la voraz fagocitación entre entidades bancarias, el edificio es sede del Banco Santander.

Distinguimos en la foto los murales colgados en los pilares de los porches, en donde Beta (José Luis Bayona) colocaba al mediodía una foto del encierro del día. La solución se mantuvo por mucho tiempo, evolucionando para convertirse en un salón de exposiciones al aire libre.

Los figurantes principales de la escena llevan boina roja, entre los cuales distinguimos dos grupos. El primero está sentado en la acera, diríamos que son dos parejas de extranjeros, posiblemente franceses, con camiseta blanca; una de las chicas está “repostando” de la bota. El otro grupo parece nacional, cuyo maestro de ceremonias, al que identificamos por la gran boina y la gigantesca bota, santifica la fiesta ofreciendo vino a todo quisque.

Un trago de vino en bota era una forma habitual de relacionarse con cordialidad y, en algunos casos, sellaba un pacto de amistad. Como vemos, sea por el caldo, sea por el ambiente, reina un clima de alegría y confraternización entre los boinudos de ambos grupos.

En otros tiempos la boina era parte del atuendo sanferminero, si revisamos el histórico de los carteles de San Fermín, encontramos que en los anuncios más antiguos predominan los mozos que cubren la cabeza con boina negra tipo Elosegui. En los modernos las hay rojas y azules. En el más reciente del año pasado, la autora, Olaia Merino, incluye un mozo con boina roja.

La foto de Nobel corresponde a los últimos Sanfermines de la época franquista, por aquel entonces la boina roja carlista significaba una indiscutible oposición al régimen. Los carlistones, con sus boinas rojas, mostraban músculo en distintas concentraciones y muy especialmente en Montejurra.

Cuando llegó la democracia, unas cosas por otras, el Carlismo sucumbió en las urnas y sus vestigios quedaron arrinconados en un museo en Estella. Tal vez por eso, las boinas rojas fueron desapareciendo de nuestras vidas y cayeron en desuso como complemento de la vestimenta sanferminera. Hoy la boina roja, además de ser característica de la Policía Foral, forma parte del atrezzo oficial de dantzaris, gaiteros y txistularis. 

Llama la atención la altura de la mastodóntica acera que permitía sentarse a descansar. En la Pamplona actual, en la que se han eliminado muchas barreras arquitectónicas para permitir el movimiento de personas con discapacidad motora, parece inconcebible sentarse en el bordillo de la acera porque no existen o son mínimas. En la plaza del Castillo desaparecieron en tiempos de la alcaldesa Yolanda Barcina con la obra del aparcamiento subterráneo que denostaron, y siguen en el empeño, ciertos partidos.

En la foto observamos también un Seat 127 que circula en dirección contraria; según el Código de Circulación, lo normal sería girar la plaza a la derecha. Ni se trata de un kamikaze, ni de un conductor etilizado que en Sanfermines se salta la norma. En los setenta, el tráfico en la plaza del Castillo era una auténtica pesadilla municipal. Lo peor llegaba al mediodía con atascos y aparcamientos en doble fila cuando acudía una oleada de clientes a las oficinas bancarias.

Para regular aquel caos circulatorio, en 1973 la Comisión de Tráfico del Ayuntamiento y el inefable jefe de la Policía Municipal, Ignacio Moreno, tuvieron la ocurrencia de cambiar el tráfico de la plaza del Castillo al sentido de las agujas del reloj; es decir, girando a la izquierda. Así, el corazón de Pamplona se convirtió en british, los autobuses aparcaban a la izquierda y los viajeros tenían que apearse y montar por la calzada con el consiguiente peligro. Si para los pamploneses aquello era confuso, excuso decir para los foráneos.

Posteriormente en la plaza del Castillo se puso en práctica la regulación del estacionamiento con parquímetros individuales; una especie de reloj que había que alimentar con monedas. Era una solución que se importó de la hermanada Bayona y que proliferaba en la costa vasco-francesa.

Para finalizar una pequeña reflexión, con esta fotografía al haber pretendido recordar a José Luis Nobel, nos hemos encontrado con la paradoja que él con su fotografía, nos ha rememorado tiempos pasados de Pamplona. Es natural, pues su fondo fotográfico es una fuente inagotable de recuerdos.

La escalera fotográfica de 2023

La escalera fotográfica de 2022


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Dos de febrero: José Luis Nobel