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Blog / Capital de tercer orden

El fantasma de Matthew Peter Tassio

Por Eduardo Laporte

Fue un 13 de julio de 1995 el último día en la tierra de un chaval de las afueras de Chicago, muerto con 22 años, los mismos que han pasado desde entonces.

Un mozo pasa apuros ante uno de los toros de la ganadería de José Escolar, en el segundo encierro de los Sanfermines 2017. EFE Javier Lizón
Un mozo pasa apuros ante uno de los toros de la ganadería de José Escolar, en el segundo encierro de los Sanfermines 2017. EFE Javier Lizón

La vida pasa como pasa el encierro, algunos estamos aún entrando en la Estafeta, otros ya enfilando el callejón. Y, siempre, la posibilidad de no concluir la carrera, de que te pase como a MPT, de apellido extrañamente asociado a nuestra tierra, a la película de Armendariz, a ese rebelde ante el progreso, ante la alienación de la ciudad frente al campo y su libertad. Algo de eso nos recuerdan los toros, de la ganadería abulense de José Escolar, en este caso, con su libertad ostentosa de pezuñas extrañadas de asfalto. Libertad como para no correr, ya que estamos, junto al resto de la manada, como pasó en 2015, en 2016 y se ha repetido hoy generando una suerte de jurisprudencia toril con la que los comentaristas se deleitan. Hoy pensaba que el encierro sabe a poco, que su magia reside en esa dosificación que te deja con ganas de más y, como si me hubieran escuchado los guionistas sagrados de la cosa, nos hemos encontrado con una ración doble gracias a ese toro díscolo, Diputado, que ha decidido ir a su bola desde el principio de la carrera. Y cuando entraba el grupo en la arena, salía él en marcha aún en los albores de la cuesta de Santo Domingo, como queriendo recordarnos que los extremos se tocan, nacimiento y muerte, noche y día, principio y final. Cabría pensar en si los toros deciden, si hay alma en esa constitución bestial, y a veces así lo parece, como en ese morlaco que decide saltar, esquivar, no machacar, el cuerpo del corredor vencido.

Pero estábamos con el primer norteamericano fallecido en los encierros y en cómo su fantasma, su recuerdo, ha sobrevolado esta mañana de siglo XXI cuando un corredor ha sido sepultado hacia un pandemónium de astas y hocicos de rata en lo que podría haber terminado con encargo de esquela y reserva de velatorio en el tanatorio Irache. La envidia por los mozos que sentimos quienes presenciamos este espectáculo salvaje y delicado desde nuestra cobarde barrera se nos corta cuando asistimos a la brutalidad de la naturaleza, que va a lo suyo, arramblando con lo que se le pone delante. Naturaleza salvaje que no cruel, porque los toros van, corren, esquivan incluso como dijimos, y es el hombre el que altera el curso de las cosas, poniéndose en medio, comprando boletos en la Tómbola de la muerte. El parte médico indica que no hubo otro Matthew Peter Tassio, que ningún padre ajeno a los Sanfermines, a Europa, tuvo que ser despertado con luctuosas noticias en un inglés macarrónico y sombrío, y eso siempre se celebra secretamente.

Fueron más de cuatro minutos de pura vida sobre el adoquinado pamplonés, pero también nos supieron a poco. Como el toro Diputado, inaugurando lo que ya había terminado, el encierro nos recuerda lo cerquita que tenemos el fin y eso, mientras avanzamos por nuestro particular recorrido, no tiene precio.

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El fantasma de Matthew Peter Tassio