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Opinión /

El nacionalismo vasco, un peligro para la libertad ciudadana

Por Editorial

Los partidos nacionalistas vascos que gobiernan Navarra imponen a los ciudadanos su doctrina sectaria: territorio, lengua, símbolos y enemigo. 

La ikurriña inventada por Sabina Arana Goiri y representada en un pañuelo diseñado por Luis Arana, con la efigie de Sabino Arana_
La ikurriña inventada por Sabina Arana Goiri y representada en un pañuelo diseñado por Luis Arana, con la efigie de Sabino Arana.

El nacionalismo vasco sigue anclado en los mismos pensamientos y postulados que hace más de cien años impregnó de odio, racismo, misoginia y xenofobia el fundador del PNV, Sabino Arana.

Hace sólo unos días hemos podido comprobar como la televisión pública vasca, controlada por los nacionalistas, utilizaba un programa para seguir propagando su odio a España. Sin control, sin vergüenza, a todo trapo: "Catetos, machistas, culturalmente atrasados, cuyos símbolos dan asco y ganas de vomitar".

Esas fueron sólo algunas de las perlas de una emisión que ha terminado en los juzgados y que la propia televisión vasca ha tenido que retirar cuando la ciudadanía ha contemplado estupefacta en que invierten los nacionalistas el dinero público.

Durante años los navarros y españoles vienen soportando, en forma de violencia física, extorsión y coacciones, la otra vertiente del nacionalismo vasco, la que ETA, Batasuna y todas las demás siglas posteriores han liderado, siempre con el complaciente apoyo y comprensión del mal llamado nacionalismo moderado.

En Navarra gobiernan juntos sin pedir perdón alguno por el drama al que sometieron a la ciudadanía por su odio visceral y su intento de imponer sus símbolos: tiros en la nuca y coches bomba que ahora quieren hacer olvidar, o peor, hacer desaparecer de la historia. Barkos ha ordenado desenchufar la web de Relatos de plomo, la página que recoge los años de terror de la sección terrorista del nacionalismo vasco. 

Resulta cuanto menos sorprendente que un partido supuestamente democrático como el PNV mantenga aún hoy vigentes, en pleno siglo XXI, los postulados de odio de su fundador, Sabino Arana, hasta el punto de seguir venerando a un racista y a un xenófobo por medio de una fundación y decenas de calles a su nombre en localidades del País Vasco. El hedor que desprende un partido con esos principios debería ser suficiente para su propia vergüenza y el rechazo de la sociedad. 

El nacionalismo, como corriente política, coge todo lo peor de otras doctrinas para utilizar al individuo en sus propósitos, que no son otros que los de adoctrinar en base a una idea común, dejando de lado al ciudadano y su libertad. Por eso se trata de un movimiento tan peligroso para la libertad colectiva, porque antepone sus objetivos particulares al individuo. La lengua (euskera), el territorio (Euskalherria), los símbolos (ikurriña) y el enemigo (España) son la base sobre las que el nacionalismo propone lo más negro para una sociedad que deja así de ser libre gracias a la coacción permanente de un supuesto objetivo común. 

Todo aquel que no comulgue con estas ideas quedará inmediatamente apartado de ese objetivo final que los nacionalistas tratan de imponer a marchas forzadas, utilizando para ello la manipulación de la cultura, de la educación o de los símbolos, ejemplos que a diario nos enseña el cuatripartito de Navarra.

Lejos de sus propuestas en la oposición, del rescate social, de aquellos niños que debían desayunar en los colegios, de las familias sin recursos o de la inversión en sanidad o educación, el Gobierno de Navarra ha dedicado sus esfuerzos a los pilares que su ideología nacionalista les obliga: lengua, territorio, símbolos y enemigo

La Navarra de 2017 cada vez se parece más a la Euskalherria que dibujó Sabino Arana


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