• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Especializada en política vasca y el análisis parlamentario.

La traca final

Por Charo Zarzalejos

Estaba la campaña transcurriendo con mucha tranquilidad. En el PP no daban crédito a vivir tantas jornadas sin sobresaltos después de meses y meses sin que hubiera una día sin susto.

Pero el susto llegó por donde menos cabía imaginar. Resulta que hace dos años, el ministro de Interior se reunió en su despacho con el magistrado responsable de la oficina antifraude creada por la Generalitat. Para ambos era una cuestión casi olvidada.

Ambos se reúnen todos los días con personas bien distintas y, de momento, solo de momento porque nunca se sabe, esas otras visitas, encuentros y conversaciones permanecen dentro del ámbito de la discreción. ¿Alguien sabía que Rivera también se entrevisto con el señor Alfonso?

Este se ha reunido con Rivera y con otras muchísimas personas y como ignoramos el contenido de las conversaciones hay que partir de la base que todas transcurrieron en el tono institucional que debe presidir cualquier encuentro en un despacho oficial.

De lo que vamos conociendo del encuentro en el ministerio de Interior no se deduce delito, pero la conversación no fue "bonita". A muchos no nos ha sonado bien pero de la misma, afortunadamente, no se desprende que se hayan construido pistas falsas, ni que nadie haya resultado imputado. La conversación no fue "bonita" y creo que nunca se debería haber celebrado en los términos hasta el momento conocidas.

Si el fondo no es, desde luego, reconfortante, las formas son deleznables y, además, asustan. Si el mismísimo ministro de Interior puede ser grabado, la sensación de vulnerabilidad de los demás es extraordinaria.

La investigación de lo ocurrido se impone. No cualquiera tienen acceso al despacho del ministro de Interior y , visto lo visto, ninguno de los que en el Parlamento catalán han interpelado al señor Alfonso pueden tener la seguridad de que en algún momento se conozcan sus encuentros con el señor Alfonso. En cualquier caso, el ministro de Interior no es un ciudadano más, ni un diputado. Es el máximo responsable de la seguridad y esta circunstancia añade un punto de importancia que hace de este caso algo relevante.

Cuando de grabaciones siniestras y reiteradas se trata -ahí está la grabación del encuentro entre Ignacio González y el siempre presente comisario Villarejo- la investigación de lo ocurrido adquiere tanta importancia o más que la propia conversación filtrada, que hay que insistir no tuvo como consecuencia "víctima" alguna porque ninguna pista se falseó.

Sin embargo, cuando hay gentes con la voluntad y la pericia suficiente para grabar ilegalmente sea al ministro o a cualquier político del signo que sea, deben saltar las alarmas y poder, desde el Estado, todos los medios necesarios para averiguar como es posible que esto ocurra en un Estado de derecho. Rajoy ha dicho que no se tardará mucho en averiguarlo, quien ha sido el autor o autores de la grabación claramente ilícita.

Otro aspecto sustancial a esta traca final es precisamente su carácter finalista que no ha sido otro que poner las cosas difíciles, en principio, al Partido Popular. En dos años no cabe alegar que no ha habido tiempo de darlo a conocer. Si algo ha sobrado es tiempo. El uso de la grabación no se ha hecho en aras de la limpieza democrática, de la defensa del Estado de derecho, de la moral que debe presidir las relaciones institucionales. No son guardianes de la verdad y la ética los que han grabado al ministro de Interior. Huele a cloaca, a comportamiento mafioso y sucio.

No hay elemento en esta traca final que no resulte, cuando menos, desagradable: la conversación en sí misma que transcurrió en términos no delictivos pero sí poco edificantes, la grabación ilegal, claramente delictiva y altamente preocupante y la utilización malévola de la misma a cuatro días de unas elecciones generales. Lo llamativo, lo que también descorazona, es comprobar como unos solo se fijan en la conversación, como si una grabación ilegal fuera algo irrelevante, y aquellos otros que sólo se fijan en esto último.

El asunto en su conjunto -fondo, forma y tiempo- es casposo y deprimente. Si el ministro maniobró para desprestigiar a adversarios políticos, ahora todos los demás hacen exactamente lo mismo para desprestigiar y encontrar aire atacando al adversario por todos compartido que es el PP. Visto lo visto, toda prudencia es poca porque esta historia, me temo, no ha acabado.


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La traca final