• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / La vida misma

Sobre la violencia

Por César Martinicorena

Las imágenes de la trifulca en un partido de niños en Mallorca no dejan lugar a la duda sobre la necesidad de repensar ciertos lugares comunes que todos utilizamos- y seguramente muchos nos creamos- sobre el fenómeno que llamamos violencia.

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Un momento de la pelea entre padres en un partido en Mallorca.

Primero. Los cuatro de siempre. Ni cuatro ni siempre. Ya vale. Esa pretensión de quitar relevancia a un hecho recurriendo a la tan manida expresión ya huele. Ningún grupo ultra de un equipo de fútbol, por ejemplo, puede ser aludido bajo la etiqueta de “los cuatro de siempre”. Cientos o miles. Para empezar. Hay que dar la batalla del lenguaje de una puñetera vez. No darla beneficia exclusivamente al infractor.

Segundo. Ya está bien de buscarle a toda manifestación violenta atenuantes encaminados a difuminar las culpas del individuo. Claro que todo tiene una explicación, pero obviar que la violencia es una potencialidad del ser humano y que hay animales más predispuestos que otros a utilizarla es del género bobo.

Tercero. Debemos denunciar la maldita costumbre que la política tiene de juzgar todo episodio violento dependiendo de la procedencia de la bestia. No creo necesario ilustrar este hecho con un solo ejemplo. Las muestras más patentes de miseria humana las hemos conocido en este país no al cometerse una barbaridad sino al escuchar ojopláticos las reacciones de una clase muy especial de adefesios morales e intelectuales.

Cuarto. El anhelo de reciprocidad. Debemos, creo, perder el miedo a exigir contundencia para con el que es capaz de abusar del otro en cualquier orden de la vida. No importa que hablemos de bullying, violencia de género, acoso o cualquier tipo de persecución. Si alguien piensa que es ineludible la cadena perpetua- como es mi caso- para cierto tipo de crímenes no debemos tener miedo a pedirla por la retahila de imprecaciones y epítetos que te van a endiñar al día siguiente. Por cierto; cadena perpetua y reinserción no son términos antagónicos en un mismo código legal por mucho que tantos se empeñen afirmarlo.

Quinto. Aunque sea este un tema espinoso pienso que toda idea no debe ser permitida aunque se defienda sin el ejercicio de la violencia.  La razón es obvia. Las ideas siempre preceden a la acción. De hecho, son acción en sí mismas. Conceder el placet a bastardos como el que ha cagado por la boca que las mujeres son débiles, que deben cobrar menos y tantas otras memeces no es menos estúpido que invitar a café y pastas a un ladrón que entra en tu casa para desvalijarte. Siendo consciente de la complejidad que supone restringir el derecho a la libre manifestación de tus ideas, me parece una irresponsabilidad abrir la puerta a quien pretende hacer un uso torticero de la democracia y la ley para luchar contra lo que tanto costó y cuesta conseguir. Muy complejo, sin duda. Y mi opinión, perfectamente criticable.

¿Qué tienen que ver tres hechos tan dispares cómo la pelea de padres en un partido de fútbol de infantiles, el maltrato a la mujer y los disturbios recientes acaecidos en Pamplona? Supongo que toda respuesta es válida. Tan certero puede ser el argumento que nos haga contestar que mucho como el que nos haga responder que poco o nada. Yo me voy a decantar por un sucinto “bastante”. Y me explico.

Una parte nada desdeñable de la ciudadanía vive con la sensación de que la comisión de ciertos delitos “sale gratis”. Si nos referimos a la  rampante corrupción no creo que una sola persona discrepe de este aserto. Una de las grandes diferencias entre la corrupción y la violencia es que la primera, la enajenación de la res pública, se ejerce sobre toda la población mientras la segunda recae sobre una persona o grupo de personas.

No todos recibimos en nuestra sique el acto violento contra otro como una afrenta personal. El caso de la violencia contra las mujeres, aunque se esté avanzando, quizá sea el paradigmático. Solo asumiendo que el maltrato a ti también te incumbe podrás exigir que cuando tu padezcas la misma violencia, aunque por diferente motivo, el resto de la ciudadanía obre en consecuencia; como tu esperarías que reaccionara el resto.

La pérdida de autoridad de profesores y padres es claro ejemplo de que nos hemos acostumbrado a hablar demasiado de derechos para dejar en segundo plano los deberes. Todos somos culpables en cierta medida. Muy pocos adolescentes son conscientes de que, legalmente, tienen la obligación de asumir por ley cierta carga en la vida familiar. Ahora bien, los derechos se los conocen al dedillo.

Me importa menos buscar los culpables de esta barbaridad que intentar ponerle freno. La violencia en las edades tempranas jamás fue de la magnitud de la actual. Dos tareas por delante; juzgarla con prontitud y severidad para que pague el comisionario y educar para que se vaya reduciendo poco a poco este fenómeno. Pensar que profesores y padres parecen de equipos rivales demuestra que nos hemos equivocado en demasiadas cosas demasiadas veces. Estas lineas solo son una aproximación demasiado laxa a un problema inmensamente complejo. Para problemas complejos no existen soluciones sencillas así que debemos cuidarnos de quienes las promueven.

 Sin más, empezaría por algo evidente. Que el ejercicio de la violencia no salga gratis. Y a ver...


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