• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / La vida misma

Un incendio y un tonto

Por César Martinicorena

El primero, en Tarragona. El segundo, Miquel Buch. Este prehombre es el Consejero de Interior de la Generalidad de Cataluña. 

El consejero de Interior, Miquel Buch, atiende a los medios por el incendio del sur de Tarragona EUROPA PRESS
El consejero de Interior, Miquel Buch, atiende a los medios por el incendio del sur de Tarragona EUROPA PRESS

Preguntado sobre la cuestión incendiaria, el tal sapiens se arranca con unas declaraciones propias de un fanático estúpido- perdón por la redundancia o rebuznancia- y nos habla de la ayuda del “vecino”-  España o Francia-. Nos aclara que “ se agradece”. Lógica vecinal. Vamos con el tonto.

Mientras su tierra arde, al bobolaba no se le ocurre otra cosa que dejar caer la retahíla de lugares comunes que le hacen feliz. Esos lugares donde todos los defenestrados cerebrales se ven representados y donde se ve, mejor que nunca, dónde, cómo, cuándo, dónde y por qué vive y se reproduce el virus nacionalista.

La tierra se quema. El tarraconense se queda sin casa. El labriego sin cosecha y el ganadero sin la res. En medio de una tragedia como la que está sufriendo esa parte del país aparece un tonto a babor como éste y se desmarca por la banda con unas declaraciones dignas de frenopático. No es relevante el incendio. No lo son las víctimas. Nada importan los miles de personas que han o hayan podido perder su medio o modo  de vida, sus ahorros, las ganas de seguir adelante o la propia vida.

Aquí lo que hay que poner en valor es el mensaje patrio. La carraca “nacional”. El complejo del tonto a pares que cree que debe utilizar hasta el último celemín de mierda en forma de catástrofe para vender su vomito deshumanizado. Así funciona todo nacionalismo.

No descarten que en pocos días un Demóstenes tipo Buch se descuelgue con alguna perla que demuestre que la culpa de que ocurran este tipo de fenómenos reside en el esstado opresor. Algo similar a “ si las transferencias equis hubieran sido transferidas al Estat Catalá en su momento no se habría producido  incendio alguno”.  Al tiempo.

No hace demasiados años un presidente autonómico rechazó la ayuda en un incendio similar al que estos días sufre Tarragona de los bomberos que la comunidad adyacente ofrecía. Doce o trece bomberos muertos. Para quien crea que  la locura nacionalista se produce en exclusiva en  el País Vasco, Navarra o Cataluña, que se lo haga mirar. La idiotez no conoce  fronteras. La diferencia reside en la institucionalización de la locura. La locura se plasma en cada rueda de prensa o declaración que coloca en primer lugar el hecho patrio antes que  a la gente ardiendo. La gente ardiendo pasa, en un segundo, de ser la víctima de una naturaleza desbocada a los ejemplos perfectos de la “unidad nacional”, de la diferencia vecinal o del genetismo de barra de bar. Sin más; la muerte del ser racional en favor del gilipollas con cargo.

En plena ola de calor me reconozco como “coñazo andante”. La sopa me parece fría y la ensalada caliente. Me afecta en demasía. Discuto con mis conciudadanos y crece en mí la necesidad de comprar una ballesta. En fin, que estos termómetros me sacan de quicio. La ventaja reside en la convicción de que me voy a curar, así que mientras dura la tremenda canícula procuro hablar lo menos posible y beber el agua necesaria, así como ver la cantidad apropiada de capítulos de Frasier y House, Y punto.

La pregunta surge por sí sola, por obvia. Tipos como Miquel Buch...¿ Viven más cerca del sol que el resto de los mortales? No encuentro mejor explicación al cúmulo de hijoputeces que se pueden perpetrar mientras tu tierra se muere. No hallo una excusa digna de tener en cuenta que ampare semejante comportamiento. La capacidad y exclusividad del nacionalismo para almacenar desmanes no tiene par. La mendacidad que muestra al establecer prioridades ante la realidad del ciudadano roza más la psicopatía que el mero juego político.

Pensemos por un momento en una familia que ha perdido todo lo que acumulaba en vida en ese maldito incendio  y, tras ese ejercicio empático, estudiemos con atención las declaraciones de un alto cargo alto institucional de la Generalitat de Catalunya . Si no vemos la enfermedad palpitante que sufre el cerebro y alma de ese sujeto significa que padecemos el mismo mal.

Maldito degenerado.


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Un incendio y un tonto