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Opinión / La vida misma

Relatos de plomo...pero no tanto

Por César Martinicorena

¿Qué esperábamos? ¿Una subvención? Esa página web resultaba tan ominosa para los cerriles como unos temas de reguetón en el concierto de año nuevo. Barkos y compañía no hacen más que cumplir las verdades que su catecismo proclama.

Una de las portadas de la web de Relatos de Plomo
Una de las portadas de la web de Relatos de Plomo que Uxue Barkos ha ordenado eliminar.

Los testimonios, las hemerotecas y las víctimas- o sea, la historia- no dejan de ser para esta gente más que unas incómodas piedras en el camino hacia su redención. Ese fondo de armario sentimental que les susurra todas las noches “ algo habrían hecho” dejó hace tiempo de hablar bajito para vociferar como un poseso mediante el megáfono que la moqueta y el mármol procuran. Llegaron para eso y a eso se dedican con fe y devoción religiosa. Que a estas alturas alguien pida-espere de las instituciones navarras cierta bondad o justicia para con los que cayeron y para con los que siguen sufriendo, o padece una inocencia patológica o bien roza la fimosis cerebral.

El gran Jean-François Revel ya sentenció a nuestro tiempo con aquella lapidaria conclusión: la primera fuerza que dirige al mundo es la mentira. Jamás le llevaría la contraria al francés- fundamentalmente porque la tiene- pero la vida me demuestra día a día que existen personas a las que no hace falta alguna engañar. Viven encantadas con la mentira si esta da cobijo a su mendacidad.

La tendencia política no debería tener demasiado que ver con este matonismo histórico imperante. Pero la tiene. Porque hablamos de nacionalismo, esa llanura por donde cabalga a galope tendido la ignorancia atrevida y la historia de tebeo. Del mismo modo que el obispo emérito Setién sentenció a las víctimas del terror con aquel  “¿De dónde saca usted que Dios quiere a todos sus hijos por igual?”, nadie en su sano juicio puede esperar el más mínimo grado de empatía, cariño o cercanía por parte de los descendientes navarros del aquel canalla con quien les estorba.

Nada se puede esperar de todo ese ejército de iluminados para quienes “los demás” no somos otra cosa que lo desterrable, lo despreciable, lo molesto, lo histórico, lo inexistente, lo superfluo. Somos El Otro. Su enemigo común; lo que da sentido último a su desvarío patrio y sentimental.

Qué pocas entendederas, Dios mío. Qué tiempos aquellos tiempos en los que Anasagasti y Arzálluz calificaban a todo Cristo de nacionalista español- acentuando la eñe don Xavier- a todo el que no les comprara la cuajada sin entender que todo nacionalismo es exactamente igual. Sin querer darse cuenta de que juzgando al español juzgaban al vasco, al catalán y al gallego de algo evidentemente deleznable. Cuánta razón tenían ese par de sátrapas insultándose a sí mismo un día sí y al otro también.

Por miles de razones como estas muchos hemos dejado de esperar medio adarme de inteligencia o bondad de estas gentes. Nuestra condición de libres e iguales no casa con su primer mandamiento: yo sí y tú no. Si Barkos cierra una página donde se habla y se cuenta nuestro ayer, anteayer y trasanteayer, ninguna duda cabe de la preciosa valía del documento.

El yihadismo no destrozó Palmira y otros cientos de monumentos por joder un poco. Se trata de borrar el esplendor del pasado; de civilizaciones prósperas. Borrar o desdibujar el tiempo en el que  ellos no estaban. El conocimiento, como la verdad, es el gran enemigo del fanático. En el momento en el que la verdad comienza a sobrar empiezan a molestar los que la defienden; los que la esperan; los que la buscan.

Klemperer explicó a la perfección en El Lenguaje del Tercer Reich cómo convirtieron los nazis un vocablo tan peyorativo como “fanático” en algo digno de admiración: la formidable valía del fanatismo como medio para llevar a cabo su ingeniería social. Poco ha cambiado desde entonces. La política nacionalista- vasca, catalana, antes la española, marciana- busca y crea al fanático desde la cuna. En ello están y en eso gastan. Después llega la adjetivación que hacen del otro. De todo el que no cuadra en su locura. Siempre la misma y siempre los mismos. Fascista, facha. Ni se imaginan cómo me satisface el hecho. Quien debería estar preocupado es quien no vive insultado y definido como tal por esta cuadrilla de bárbaros. De lo contrario nos hallaríamos ante un problema personal de dimensiones siderales.

Culpa al otro de tus pecados, decían. Y Goebbles tan orgulloso por su exitosa impronta en tantos y tan inesperados lugares ochenta años después de ganar sus elecciones.


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Relatos de plomo...pero no tanto