• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / La vida misma

Extrapolar Cataluña a Navarra

Por César Martinicorena

No parece sencillo, ni para perpetrar comparaciones sujetadas con hojas de rábano ni para establecer juicios de valor que acerquen la situación catalana a la propia. Lo que no podemos dejar de valorar es el peso, fortaleza y devenir del nacionalismo en ambos territorios.

Resulta curioso comprobar que un nacionalismo como el catalán, mucho más imbricado en la sociedad y en la sangre de su pueblo que el navarro, haya conseguido unos resultados más que notables en los últimos comicios pero, salvo ayuda de la CUP, tenga tan complicado gobernar.

Por contra, en Navarra, el nacionalismo consigue la joya de la corona con unos resultados netamente inferiores. Gobierno y alcaldía. Para el que escribe, demasiado premio. Las razones hay que buscarlas en la crisis de los grandes partidos y en el sistema electoral vigente, quiera Dios que por poco tiempo. Si bien el rechazo cosechado por UPN y PSN es absolutamente lógico y merecido, no lo es tanto el hecho de que la plasmación de los votos en escaños no responda, ni de lejos, a la voluntad de la sociedad civil.

Este problema nacional, el de la ley electoral, se convierte en el más urgente para mejorar la calidad de la democracia en España. Todos los partidos, aunque no tanto como los individuos, se benefician y todos la sufren. ¿Solución? La voluntad política se convierte en nuestra única esperanza. No busquemos más.

¿La gran diferencia de sendos nacionalismos? Fácil. Bildu. Más allá de que en lo sustancial son coincidentes, Bildu y lo que representa es lo que a muchos nos hace gritar, a producir gañidos de banshee —ese espíritu de leyenda irlandesa que se te aparece para, con voz de estertor y cementerio, anunciarte la muerte de un pariente—. Otra expresión inglesa hace alusión a ese momento en el que no puedes huir ni dónde esconderte. “No where to run, no where to hide”. Tal sentimiento experimento al ver a este partido en la moqueta de mi tierra chica. Desasosiego, fracaso y frustración. En Cataluña siempre encontró acogida el entramado radical vasco y navarro —ya va siendo hora de que nos incluyamos en la frasecita  de marras—. ¿Por qué? Se llama Enemigo Común, nada más. Nada une más. Nada lleva a peor puerto. Sobran explicaciones.

La llegada de Bildu al poder no hace más que confirmar el peor miedo que muchos albergábamos en las tripas y el corazón.  La derrota policial de la ETA ha llegado acompañada de su triunfo político. De cómo lidiemos este toro los navarros dependerá que nos guste o nos  repulse lo que vemos cada mañana reflejado en el espejo.

España ha vivido un revolcón democrático de tomo y lomo. Justo y merecido. La crisis económica, la corrupción y el abandono de cualquier tipo de valores han parido un nuevo escenario político. El descomunal cabreo que lleva España ha girado una tortilla - ni deconstruida ni gaitas- que ahora lleva más huevos. Unos de granja, auténticos. Otros de saldo, viejetes, como las ideas.

Este cabreo arrastra una serie de consecuencias. Algunas ya las vemos a día de hoy. Nuevos partidos, sorpresas electorales, subidas y bajadas inexplicables en los sondeos, movimientos civiles como no se habían conocido en nuestro país hasta estos días y otros que me dejo. Aunque  los hay son menos visibles, pero no de menor relevancia. Citaré una en forma de pregunta. La que más me interesa. A saber: el nuevo panorama político en España ¿responde a un descomunal cabreo o tiene un poso ideológico que puede calar en la sociedad? Ésta, y no otra, es mi gran duda. En ciertos casos, también  mi gran desazón. Porque si es evidente que la razón ideológica es la que mueve a ciertos dirigentes que han capitalizado movimientos como el 15 M, no lo es menos que, a gran parte de la ciudadanía, esa misma razón no nos dice, dijo o dirá absolutamente nada.

En fin, Navarra, Cataluña, toda España, se enfrenta a un ciclo político que vendrá marcado por la superación, real o ficticia, de la crisis económica y a la más que perentoria recuperación de un sentido moral del cargo público y del papel que juega el individuo en la sociedad.

No podemos abjurar de la clase política en su totalidad cuando, en no pocos casos, hemos sido cómplices para que prevalezca el delito y el delincuente. Está en manos de todos mejorar un poquito la forma de vida que nos hemos dado. Debemos recordar que somos más, mucho más, que nuestro voto. Aunque la trama política solo nos adule para conseguirlo. Somos el zoon politikon, ese animal político que tiene la posibilidad, cuando no el deber, de mover ficha. ¡ Y a contar veinte ¡


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