• jueves, 18 de abril de 2024
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Opinión / La vida misma

Eduardo Mendoza y el humor

Por César Martinicorena

Premio Cervantes.  Triunfante el gran escritor. Triunfante el humor, el denostado humor. Ese arte siempre “secundario” y siempre denostado por todos aquellos que no arrancarían una mueca feliz a una manada de hienas puestas de hachís.

El escritor Eduardo Mendoza, galardonado con el Premio Cervantes 2016. PABLO LASAOSA 02
El escritor Eduardo Mendoza, galardonado con el Premio Cervantes 2016. PABLO LASAOSA 02

Amargo fue el día en el que algún paleto pedante parió la expresión “humor inteligente”. El humor o es inteligente o no es humor. Quizá podríamos intentar diferenciar entre aquello que nos causa risa o un regocijo momentáneo y el sublime y tortuoso arte de crear humor. Mendoza, desde luego, bucea en ese paraíso solo hollado por los privilegiados que son capaces de Crear Humor, con mayúsculas.

Poco me interesan los premios literarios- y menos después del Nobel a Dylan- pero reconozco que en esta ocasión se me ha escapado una sonrisilla pícara de asentimiento y alegría por un autor inmenso que me ha proporcionado algunas de esas tardes memorables que te hacen desear el siguiente libro, seguir leyendo, seguir disfrutando. No hay manera de pagar semejante deuda.

Pero lo que me interesa sobremanera tras el merecidísimo premio es el análisis del profundo ninguneo y/o rechazo que ha acompañado a esta expresión artística a lo largo de la historia. Dos grandes enemigos acompañan a todo fenómeno humorístico en cualquier época y lugar: el poder o quien lo detente en un momento dado y ciertas élites intelectuales que tratan al humor como al hijo tonto de la literatura, cine o escena.

Estas segundas no merecen especial atención. Se trata de aquellos escritores a los que jamás les leyó ni el Tato pero gozan de una auctoritas que, al parecer, debemos reverenciar.

Son aquellos autores trascendentes que no trascienden una caca porque los simples humanos nos aburrimos un potosí solo oyendo mentar su nombre. Así que los dejamos de lado.

¿Por qué todo poder terrenal ha visto en el humor, en el humorista, algo que es necesario domeñar? En El Nombre de la Rosa Guillermo de Baskerville escucha desafiante a Jorge de Burgos mientras este ataca desaforado a la sonrisa, al placer de reír, a las obras que causan esa excitación nerviosa que nos desvía del recto camino.

Habla de cómo la sonrisa y la risa deforman nuestra cara y el gesto o como promueve lo lascivo. Cómo exalta las bajas pasiones alejándonos del necesario recato y del rictus adusto.

¿Por qué esa animadversión del poderoso? Porque el humor es una de las grandes bazas del hombre contra el abuso del prepotente. Relativiza lo establecido, banaliza lo intocable, azota al prescindible presuntuoso y hace trizas al ignorante atrevido. Su peligro se basa en lo radical y directo del mensaje.

No se para en circunloquios inútiles que nos distraigan del meollo. No da tregua. No permite el pestañeo ni el bostezo. Aborrece del conservadurismo mansurrón, huye del mandamás, no soporta al dogmático y desprecia al intolerante.

Jamás gozó ni hoy goza de buena fama. Debe existir alguna razón por la cual nos veamos obligados a dar más valor a Marlon Brando interpretando a Julio Cesar que a Bill Murray en los Cazafantasmas. Se me escapa el motivo por el cual debo saborear la puñetera Regenta en vez de solazarme mientras leo Mortadelo y Filemón en las Olimpiadas en la soledad de mi váter. No encuentro ni la razón ni el motivo, lo siento.

Huíd, huyamos de los estereotipos y disfrutemos del epigramista Marcial, de Wodehouse, Mendoza, Uderzo Y Goscini, Chesterton, Quevedo, Cervantes, Tip y Coll, Les Luthiers y los miles que ustedes quieran añadir. Seamos conscientes de que su arte está a la altura de cualquiera otro cuando no por encima.

El humor no nació para ser premiado. El gran humor sólo consigue que tu vida sea un poquito mejor que unos minutos antes de haberte sumergido en, por ejemplo, El Tocador de Señoras de Eduardo Mendoza. ¿Les parece poco?

PD: Mi profesora de inglés, pobre, me instó a traducir el famoso To be or not to be that´s the question, de desconocido autor. Delante de toda la clase, con lo vergonzoso que es uno. Ni corto ni perezoso, agarré a mi compañero por el cuello a modo de calavera y traduje: - Estar o no estar ¡Toma intríngulis!- Intentaba reñirme la profa mientras se partía la caja. Por un segundo, hice humor.


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