• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / La vida misma

Hasta que llegó su hora

Por César Martinicorena

La de Cataluña,  los catalanes y la del resto de España. Veo gente sorprendida diciendo aquello de “como hemos podido llegar a ésto” y el que no sale de su asombro es el que escribe. Quizá recordando algún mimbre podamos deducir la cesta.

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Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, en el Parlamento de Cataluña.

La dejación de González y Aznar más la ayuda de Zapatero y el “houdinismo desaparecedor” de Rajoy no son más que los polvos, la causa, que han arrastrado hasta hoy este tsunami de lodos. Si Pilatos se lavó las manos, estos cuatro jinetes de la desidia y la cobardía han dado alas a un monstruo que ve en la legalidad vigente un pequeño obstáculo para atacar con tino sus fines.

¿Por qué es tan sencillo saltarse la ley a la torera en una democracia moderna? Quiero decir... ¿ Cómo es que no gozamos de ciertos automatismos que aseguren un grado mínimo de confianza en que, toda vez que se incumpla la ley, se va a castigar de manera justa a quien se la salta a la torera? En mi humilde opinión, porque la Norma falla estrepitosamente en nuestro país.

Los textos legales, mejores y peores, viven y padecen a la sombra de los principios que los cobijan. O sea, la Norma, el alma de la letra impresa. Ese vestigio comunitario de una relevancia formidable. Es la que te debería asegurar que toda una serie de lugares comunes que rigen la vida de una comunidad se cumplen. España carece de ella.  En el caso de los movimientos nacionalistas españoles, la desaparición de cualquier tipo de defensa por parte del Estado de los derechos del no-nacionalista roza la traición más barriobajera.  Como sé que va a sonar exagerado, vamos a poner algunos ejemplos. Esos ejemplos que cuando se produjeron pasaron por alto los noticiarios, no fuera a ser que, antes Jordi o  Xabitu Arzallus o ahora el playmobil,  se molestaran.

Cuando uno acude a una Comisión de Derechos Humanos de un parlamento y el presidente de la misma no es otro que un cabrón asesino múltiple como Josu Ternera debes entender que algo estás haciendo mal.

Cuando una serie de comisiarios políticos recorren las calles de tu ciudad, a soldada pública, localizando rótulos no escritos en catalán para endosarles una multa de cojones debes entender que algo huele a podrido.

Cuando un asesino sale del trullo y le ponen una cristalería en la puerta de la casa donde vive la familia del aquel a quién ejecutó tienes que pensar que se te está escapando algo esencial.

Cuando niños de seis años pasan el recreo coreando diatribas políticas como “independencia”  inducidos por los profesores debes asumir que esto no funciona y que el adoctrinamiento está destrozando a una generación de ciudadanos.

Cuando entrevistas a veinticinco niños, en TV3, de similar edad sobre Cataluña y su deseable independencia tienes la obligación de poner el grito en el cielo y hacer política. Gran política. Aquella por la que te van a insultar los fascistas y estalinistas de aquello que ellos mismos adolecen y que con tanto entusiasmo propagan.

Ahora comparen estos simples ejemplos con la mano de hostias que le cae a un pringado pillado con dos gramos de jaco. De repente, la eterna petición de reinserción para el verdugo de casa se esfuma en el caso del camellito jorobado.

Recuerdo a Felipe González espetando que tuvo la ocasión de acabar con la cúpula de ETA, ejecutarla, pero que no lo hizo por demócrata y por convicción. Muy bien, no los mates...¡pero al menos detenlos! Encima querrá nuestro agradecimiento. Del mismo modo, no es menos baladí aquella condición sine qua non de Pujol para apoyar al PP en 1996, primera legislatura; Esperanza Aguirre fuera del Ministerio de Educación y Vidal Cuadras fuera de PP catalán. Aznar cedió y alimento a quien lo quería destruir.

A ver, no quiero que se me malentienda. La culpa de lo que está ocurriendo en Cataluña recae en aquellos que han hecho de la ley vigente un papel de váter, pero no es menos real que quien debiera defender los textos legales y los principios que los rigen han hecho mutis por el foro durante demasiado tiempo. Han dado alas a quien hoy desea y se ve con la suficiente fortaleza para destrozarlos.

La posición de Rajoy parece nítida. Será la ley quien actúe, no él. Me atengo a la ley y punto. Lo que ha olvidado el presidente es que los tiempos y las formas son de extraordinaria importancia en política. En ese lapso de tiempo que discurre entre el aviso de la comisión de ilícitos por parte del parlamento catalán, la comisión del delito y su postrer desenlace judicial es donde la política debe irradiar moral, principios, seguridad para el oprimido, valentía y presencia institucional. El ejecutivo no debe aparecer como un mero espectador. Nobleza obliga y la permisividad durante demasiados años con respecto al nacionalismo ha desembocado en una situación cuasi irresoluble. La costumbre hace ley, se suele decir. Nuestra costumbre política, aquello que vemos como normal, se traduce en un país donde los delitos económicos, la corrupción, y los perpetrados día sí y día también contra la constitución no son penados como cabría esperar.

Son demasiados asesinos con cristalería. Son demasiados niños cantando bajo antorchas con camisas marrones. Son demasiados libros que alimentan demasiadas hogueras. ¿ Cómo esperar otro final de obra ante tanta desidia, cobardía y conservadurismo melifluo? No se nos antoja ejemplificador ver pasar al ladrón sin ni siquiera ponerle una mísera u justificada zancadilla.

No habrá referendum. No llegará la independencia. Lo que no parecen entender algunos es que ya han ganado tanto en Cataluña como en Navarra y en el País Vasco. Julio Anguita lo dejó muy claro hace ya veinte años cuando dijo que él no quería cambiar la constitución, sólo exigía que ésta se cumpliera. Como siempre, la inteligencia y cierta idea platónica del Bien  prevalecen sobre cualquier ideología.

El resto es carne de telediario. 


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