• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / La vida misma

Barcelona, una ciudad destrozada

Por César Martinicorena

Ya antes de ésta nuestra “semana trágica” la ciudad condal se había convertido en un pozo de corrupción y fascismo institucional con su ramita de canela fina y el rico rico perejil.

Quinto día consecutivo de protestas en Barcelona en reacción a la sentencia del Procés- PABLO LASAOSA 3
Quinto día consecutivo de protestas en Barcelona en reacción a la sentencia del Procés- PABLO LASAOSA 3

Quienes pudimos vivir de primera mano el asombroso cambio de la ciudad para los Juegos Olimpicos de 1992 no tenemos más opción que repensar cómo ha podido llegar una de esas ciudades de rango mundial a convertirse en un estercolero político y legal . Hemos ido pasando de puntillas por miles de infames anécdotas, como por ascuas, sin exigir que el estado ejerza la auténtica violencia que tiene la obligación de utilizar; la de cumplir y hacer cumplir las leyes.

Para quien lo desconozca, la segunda acepción del vocablo “violencia” de la que millones hablamos es ese que la define como “En el acto jurídico, fuerza extrínseca ejercida sobre un sujeto para imponerle realizar un acto y a la que no se puede resistir”. ¡Esa es la violencia de la que el Estado ha hecho dejación durante cuarenta años!

Han permitido que un ciudadano que llame a su negocio Peluquería Pedro sea multado, acechado y escrachado por no llamarlo Perruqueria Pere… o Pera, como coño se diga. Han fomentado la exclusión social de todo aquel que no respire como el semi-humano Torra. Han entregado a los niños a la política, a la peor política. Recreos espiados, pequeños repiteconsignas que van a nacer estigmatizados por una enseñanza digna del endecálogo de Goebbles.

Claro que el desencadenante ha sido la corrupción. Claro que el referéndum fue la válvula de escape para cambiar el foco de la noticia. Como siempre. Pero no es menos cierto es que la ingeniería social llevada a cabo en gran parte de nuestro país por parte de los cerebros fronterizos no hubiera sido posible sin la connivencia de un estado canalla, incompetente, connivente con este neofascismo institucional y protoestaqlinismo callejero. ¡ Qué bien combinan los polos opuestos ! Si, esos que son exactamente iguales en fondo y forma.

Solo queda un motivo para seguir amando Cataluña con todo el corazón. No abandonar a su suerte a esos millones que sufren el régimen institucional más totalitario de Europa. El que dude que Madrid, lo que significa Madrid como capital política de España, no tiene responsabilidad en todo lo que hoy acontece en nuestra Cataluña tiene menos luces que el cipote de un percebe. Tanto por acción como por inacción. Pero de ahí a concluir que Espaya ens Roba y santas pascuas hay un largo trecho.

Hemos creado un monstruo. España goza de unas, agárrense, sesenta televisiones públicas. ¡ Sesenta! Seis-cero. ¿Cómo podemos esperar un mínimo rigor ético, histórico, legal, intelectual o cultural con semejante poder en manos de la desaprensiva política?  ¿Creen que semejante cifra no tiene que ver con la desintelectualización del ciudadano en pos de verdades eternas que los hace sentirse el ombligo del universo? ¿ Creen que el virus asesino del nacionalismo solo afecta a Cataluña y País Vasco? Que sean lo únicos que piden la independencia no implica que sean los únicos territorios donde se ejerce una desvergonzada manipulación del individuo, de su propiedad y de su economía.

La mierda nos llega al cuello y quien debe velar por una ciudadanía de seres libres e iguales ante la ley hace mutis por el foro. Éstos episodios de violencia callejera pasarán, pero la situación de alerta máxima permanecerá tal cual la vemos hoy. Está en juego la auténtica propiedad que nunca debe perder un ser humano; la de su cerebro y corazón. Los hechos acaecidos en Barcelona los pasados días no nacen como consecuencia de una sentencia; son la consecuencia de décadas del proselitismo enfermizo nacionalista, de un estado, no garantista, sino no-garante, y de una ola de corrupción catalana y española de proporciones bíblicas. Si esa corrupción, además, llega hasta el tuétano de los medios de comunicación, el cóctel está preparado para un James Bond de órdago; agitado, no removido.

Cataluña solo es la punta de lanza. O el Estado recupera su capacidad para imponerse al nacionalismo o la partida está perdida. Y eso no supone eliminar las autonomías en plan Vox. Solo se necesita voluntad política y un mínimo de principios cívicos para no abandonar al desigual que malvive entre la jauría iluminada de los Torra, Otegi y compañía. No les podemos pedir, exigir, menos.

Hagan su trabajo, vividores, que aquí solo se está una vez. Que su epitafio no diga “fuimos unos mierdas”.


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Barcelona, una ciudad destrozada