• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / El zurriago de Oteyzerena

Somos el tiempo que nos queda

Por Carlos Jordán

Se suele decir que cuando alguien idealiza a alguien es porque ignora el lado humano que todos tenemos, aunque algunas veces, ese lado es tan puro que por más imperfecto que llegue a ser, es imposible no idealizarlo a los cinco minutos de estar con esa persona.

Dos sillas en la playa. ARCHIVO
Dos sillas en la playa. ARCHIVO

Es el caso de Juan María Lesaca, nuestro hermano recientemente fallecido.

Todavía tengo un fuerte recuerdo de esa comida donde conocí al “subjefe”, se hacía difícil entenderle al hablar, supongo que por la displasia, pero el caso es que eso no impidió que el mundo se detuviese. Dejaron de existir los demás comensales en la mesa, lo justo nos acordábamos de refrescarnos el gaznate y regalarle los oídos a la camarera para conseguir un segundo sorbete de limón, el contando sus historias de juventud, yo contándole las mías, ambos riéndonos de lo bellamente simple que es vivir, sea cual sea la época en la cual lo hagas.

Me costó hasta irme a casa ese día, quería estar más con ese hombre excepcional, pero como todo en la vida, lo excepcional tiene su punto de misterio. No lo volví a ver hasta el Viernes Santo de este año. La muerte le perseguía, convertida ya en leal compañera, le dio tregua para una última visita al Cristo Alzado y a mí me dio el regalo de volver a estar con él, con el mismo placer que la primera vez.

Es curioso cómo los pequeños detalles del día a día son los que dan más valor a tu vida. Como los ignoramos hasta que desaparecen. Y, una vez han desaparecido, es como si siempre nos faltase algo. Da igual que a los ojos de los demás, nuestra vida pueda parecer envidiable o que no tengamos de qué ni por qué quejarnos. En nosotros existe un vacío que no sabemos ya como tapar.

Es tan extraño encontrar a este tipo de personas, tan fantásticamente humanas, que resulta imposible no enamorarse de ellas al instante, esa adoración de la virtud, la simpleza de la felicidad. La extraordinaria sensación que te hace consumir el contacto con esa persona como si hubiera por fin un destino para mis pasos.

Tuve la suerte de compartir un momento de mi vida con Lesaca, lo mismo que con otras personas que ya no están en mi vida por caprichos de la fortuna y otras que -espero- volverán a estarlo, todas dejaron un vacío en mi corazón, todas me dieron más de lo que se llevaron y no hay ni un solo día que me duela su ausencia. A todas ellas, gracias.


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