• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / El zurriago de Oteyzerena

Pamplona huele a rancio

Por Carlos Jordán

Y no, no es que se acerque San Fermín, que con un poco más de tiempo, Asirón se lo carga y deja de oler a meado, al menos en las zonas donde no huele a meados de normal -nuestros jatorras, PTV de verdad: “Porros, Txoznas y otros Vicios”.

Dos jóvenes atraviesan el mar de basuras de la Plaza del Castillo en Sanfermines. EFE
Dos jóvenes atraviesan el mar de basuras de la Plaza del Castillo en Sanfermines. EFE

Pamplona tiene ese tufo a rancio de la ruralización sabiniana, la que denunciaba Unamuno en Bilbao, la que todos pudimos ver el 3J en la ventana del Palacio de Navarra, hemos sido tomados por viejas del visillo y estraperlistas que señalan al vecino para medrar en lo personal. Y lo peor de todo es que se reproducen (imagino que por esporas, que aquí el método tradicional ahora es homófono y heteropatriarcal).

No es que sea un mal único del panvasquismo moderno ensalzado por el cuatripartito, para quién tenga ojos -y observe- UPN dejó de gobernar por el mismo defecto, con un estilo más cainitia, y que actualmente sigue padeciendo y compartiendo con el cuatripartito amén de algún otro caso. Cierto es, que José Javier Esparza trabaja a lomo partido para ventilar ese tufillo, pero lamentablemente un general vale lo que valen sus soldados. Recados a parte, volvamos al asunto.

Decía Wallace Stevens que no siempre es fácil notar la diferencia entre pensar y mirar por la ventana. No le faltaba razón, la observación es una herramienta fundamental en toda ciencia, no iba a ser menos en la política. Como mi ventana da a un patio interior repleto de tendedores y por el momento las bragas de mi vecina octogenaria no satisfacen mi curiosidad suelo irme, cerveza y bolsa de gummys en mano a observar si bien no desde una ventana, desde un banco cualquiera.

Y ves de todo, familias dedicadas los unos a los otros, adolescentes atontados por amor con los que imaginas entre los presentes cuanto van a durar y cuán dura será la ruptura, cuadrillas de amigos comentando la última noche de fiesta y como no, los que nunca faltan, aldeanos que parecen los descritos por Americ Picaud, hablando una mezcla de latinajos y fonemas eúskaros, sentándose en las terrazas de los bares con latas de cerveza compradas en el Eroski de al lado, porque sale más barato y el comercio local es capitalismo, al cual hay que combatir y ya de paso gorronear mesas y sillas.

Desgraciadamente, estos últimos construyen un ambiente hostil -pese a ser minoría- que condiciona la alegría y desenfreno juvenil de la vieja Pompaelo, convirtiéndola en un engendro individualista donde la confianza es un don que se vende caro. Tan caro que apenas hay comunicación fuera de tu zona de confort, una zona por naturaleza limitada a la familia directa y amigos de la infancia. Que me dirán, y para qué más.

Pues por supuesto que se necesita más, no es normal salir de copas y que todo sean cuadrillas, lo divertido de salir una noche de fiesta es volver a casa con cuatro copas de más haciendo chistes con los desconocidos que te han convencido de volver a casa dos horas más tarde de lo previsto, no quitarte la medida del pilar de la muñeca para que no te la líe el grupo de desarrapados de turno. Luego no se quejen de que aquí se folla poco, porque hay sectores que están convirtiendo en un imposible relacionarse con nadie.

Y me gustaría seguir con el tema, pero se me agotan las líneas, así que de follar, mejor hablamos otro día, más entrados en las fiestas veraniegas, por el momento, intenten ver al prójimo como alguien con quien disfrutar de una Paulaner bien fresquita más que como el hijoputa que no piensa ni actúa como te gustaría.


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