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Opinión / El zurriago de Oteyzerena

El nacionalismo ha muerto

Por Carlos Jordán

Para cada acción hay una reacción igual y opuesta dice la tercera ley del movimiento.

Arnaldo Otegi, durante una manifestación en favor de Cataluña
Arnaldo Otegi, durante una manifestación en favor de Cataluña.

Las ciencias sociales desarrollan este concepto un poco más para dar explicación a los cambios sociales denominándolo “efecto rebote” y vendría a decir que cuanta más intensidad ideológica vive una sociedad en un periodo determinado más intensa será la corriente opuesta en un futuro.

Al igual que el método científico, el empirismo no es infalible pero ejemplos que sustentan esa teoría hay cientos a lo largo de la historia. En apenas treinta años la Alemania del Este (RDA) ha pasado de mantener una tendencia social-marxista a aupar como tercera fuerza a nivel nacional al partido AfD de tendencia filonazi. Del mismo modo en el Irán de 1970 las mujeres vestían con mini falda y sin hijad sin riesgo de ser aprehendidas por la autoridad y los homosexuales no eran perseguidos, mientras que ahora cualquiera de los ejemplos anteriores termina con la ejecución del individuo en cuestión.

Más cercano, en España, en apenas 40 años se ha pasado de una sociedad marcadamente católica a una atea donde solo el 10% de los matrimonios se hacen mediante el rito católico. Del mismo modo que San Sebastián, Barcelona, Pamplona y otras ciudades muy vinculadas al bando nacional han dado o están culminando un vuelvo de 180 grados. A nadie se le escapa el hecho de que el padre de Sabino Cuadra (Bildu) fuese franquista con cargo político o que 68 combatientes del bando nacional en Navarra tengan el apellido Barcos o Beloqui.

Aunque lo de Cataluña es una cuestión económica. Ha sufrido un proceso similar, si en el pasado fueron los más esclavistas y contrarios a la concesión administrativa sobre alguna de las colonias, como ya quedó escrito cuando en 1872 el gobierno anunció la abolición de la esclavitud en la colonia de Puerto Rico, ahora exigen una administración independiente y desligada de la nación pero con el mismo fin: la riqueza de la oligarquía catalana. Esta y otras muchas referencias históricas están brillantemente escritas por Jesús Laínz en su último libro “El privilegio catalán” por si quisieran profundizar más en el tema.

Es normal pues, que a día de hoy el procés (económico) se desarrolle en sentido opuesto de la mano del empresario Josep Roures, el director de Mediapro que conecta al PSG, Al jazeera, Barça, Oriol Junqueras, Piugdemont, Guardiola, Laporta y Podemos. Curiosamente los mismos agentes que dinamitaron el movimiento 15-M en Cataluña, los herederos de la oligarquía catalana del siglo pasado y para colmo, los mismos que dicen que no hay que mezclar fútbol con política.

Sin embargo, el proceso catalán ha sido concienzudamente alargado en el tiempo por las circunstancias de la España democrática, donde mantener la estabilidad en una nación invertebrada exigía concesiones a los nacionalismos en el congreso y por parte del gobierno. Por lo que es de presuponer un cambio mucho más intenso hacia el patriotismo y la consecuente transformación del nacionalismo en un tema tabú similar al nazismo en Alemania.

Semejante afirmación puede suponer algo difícil de creer a día de hoy, sin embargo la historia y los movimientos sociales recientes nos demuestran que es el camino que se está creando. Fíjense en la reacción del resto del pueblo español, como en zonas predominantemente hostiles hacia España como es la comunidad vasca se ha visto este fin de semana salpicado de banderas de España. Una reacción que suma presión al gobierno para actuar frente al secesionismo en una época donde la opinión pública es la clave para condicionar la actitud de los gobernantes y la prensa. Las autonomías comienzan el escrutinio de la sociedad con nota negativa gracias al descarrilamiento del procés.


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El nacionalismo ha muerto