• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Licenciado en Derecho y Ciencias Económicas por las Universidades del País Vasco y Complutense de Madrid.

Podemos reconoce su populismo y el PSOE trata de extirpar el contagio

Por Carlos Carnicero

El populismo ha sido históricamente la herramienta útil del pensamiento autoritario y totalitario. Esencialmente utiliza la promesa, posible o no, de satisfacer las demandas instantáneas, muchas veces inducidas, de los ciudadanos.

Detecta fobias y las amplifica; señala enemigos a los que utiliza para cohesionar a la ciudadanía y convierte las ensoñaciones inalcanzables en objetivos.

En los últimos días el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se ha preguntado en público si a su formación le interesa abandonar el populismo. Es la forma más directa de confesar que es la ideología y la herramienta actual de su formación política. Iglesias ha declarado que utiliza "el populismo de izquierdas" para mantener a Podemos con "un pie en la calle". La fase de populismo, afirma, no terminará hasta que el partido alcance el Gobierno, momento en el que entrarán en la etapa política de los pactos y las concesiones. Es magnífico saber que lo que pensábamos de su partido se ajusta a la realidad.

Detectado el descontento profundo y legitimado de la sociedad, los defectos del sistema de partidos, los recortes y la corrupción del PP, ha movilizado a las masas sobre apuestas populistas de confrontación, sin formular propuestas concretas y posibles. Le basta con demonización del enemigo, "la casta", y la exigencia de adhesión incondicional al único partido que es capaz de revertir las cosas. Maldice la Transición y sus protagonistas y reivindicó ser el único partido auténtico y legítimo para representar a la gente negando legitimidad a todos los demás.

El populismo simplifica el debate político a la mayor elementalidad. No hay matices. Los problemas más complejos se reducen a conocer si se está con el líder o contra él. Utiliza la consulta permanente a las bases para reafirmar su autoridad moral absoluta. No hay debate más simplista que el que se encierra en una pregunta de referéndum: "sí" o "no". La concreción en la gestión del mandato recibido está reservada para el líder. Los matices, la esencia que encierra la consulta, no se debate; se ocultan los matices, no se permite enmiendas o modificaciones. O estás conmigo y con mi propuesta o contra mí.

En la primera entrevista en la que Pedro Sánchez reveló sus planes para unas primarias instantáneas -que eran en realidad un referéndum para garantizar su permanencia como líder- habló de bandos para referirse a quienes le apoyaban y a quienes le criticaban. No conozco un antecedente en la utilización de ese concepto en un partido que tiene un cuidado exquisito en la definición de las tendencias internas. Sánchez reveló que había dos bandos: quienes estaban en el "no es no" y quienes pretendían entregar el gobierno al Partido Popular.

Ha sido necesaria la dimisión con fórceps de Pedro Sánchez para que el PSOE recuperara el debate interno como sustituto de la política de adhesión.

El dimitido secretario general asumió el populismo de Podemos por contagio y para combatirlo en su propio terreno, frente a la tradición instalada en el PSOE de debates internos para problemas complejos, buscando una propuesta asumida por todos. Instaló bandos, que siempre tienen que ser de vencedores y vencidos. Negó la legitimidad de los órganos de gobierno democráticamente elegidos, privando a los militantes del poder de debate en la discusión escalonada de los órganos de partido.

El PSOE está tratando ahora de recobrar su tradicional capacidad para el debate político. Pero el populismo es un cáncer difícil de extirpar porque el señuelo es que sean los militantes quienes decidan en consultas permanentes. Es la mejor forma de garantizar todo el poder para el líder.


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