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Opinión / Periodista, de Ayoó. Independiente, pero no de mis ideas, mis amigos y mis estados de ánimo.

Conde, ese sinvergüenza

Por Antonio Casado

Mario Conde es un bien acabado producto del aventurerismo financiero de los años ochenta y noventa, cuando, según el ministro de Economía de entonces, Carlos Solchaga, nunca fue tan fácil hacerse millonario.

Antes de entrar en la galería de juguetes rotos, fue imagen viva del triunfador que deslumbraba a las clases dirigentes. Basta echar un vistazo a la lista de asistentes al acto en el que, cuando todavía era el presidente de Banesto, fue investido doctor "honoris causa" por la Universidad Complutense, sin representación del Gobierno. El entonces ministro de Educación y Cultura, Pérez Rubalcaba, declinó expresamente su presencia en el acto.

Allí estuvo el entonces rey de España, Juan Carlos I, que presidió la ceremonia junto al rector Villapalos, rindiendo testimonio de admiración al conde de la gomina. No fueron los únicos. También mucho mundo empresarial (Cuevas, Boada, Tapias), incluida la elite empresarial de los medios de comunicación (Luís María Ansón, Polanco, Asensio, Pedro J. Ramírez. Juan Luis Cebrián), amén de banqueros como Amusátegui o Escámez.

Pero muy poca gente del mundo de la cultura. En realidad fue el escritor Camilo José Cela su único representante en aquel extraño homenaje de la Universidad a un personaje que sería carne de presidio seis meses después, cuando el Banco de España intervino Banesto al detectarse un agujero patrimonial de 600.000 millones de pesetas.

La ausencia del ministro de Educación fue premonitoria. Y no porque Rubalcaba se estuviera oliendo la tostada sino por algo más importante: la incompatibilidad entre la ambición de saber en la cultura y la ambición de acumular en las finanzas.

A raíz de la intervención de Banesto, Conde ha pasado por la cárcel en cuatro ocasiones (1994, 1998, 2002 y 2016). La última, cuando se descubrió que tenía una fortuna personal aparcada en diversos paraísos fiscales. Parte de lo robado a Banesto que pudo expatriar burlando la vigilancia de jueces, policías e inspectores fiscales, y que ahora estaba repatriando mediante un juego de tapaderas empresariales pensadas para blanquear dinero (al menos trece millones de euros). Desde una empresa de cosméticos hasta una cadena de televisión venida a menos.

Hasta cuarenta empresas constituían el entramado societario para camuflar el dinero distraído, puestas a nombre de familiares y testaferros. Todo ello a fin de mantenerse "insolvente" frente a las obligaciones pecuniarias fijadas por sentencia tras ser condenado en 2002 por el Tribunal Supremo a 20 años de cárcel, de los que apenas cumplió dos (otros 9 los cumplió acogido al tercer grado), por apropiación indebida, estafa y falsedad documental. Y de los 26.05 millones de euros que debía devolver en concepto de responsabilidad civil, devolvió en su día 11,95.

Al menos en esta ocasión sí puede decirse con toda propiedad que estamos ante un verdadero sinvergüenza.


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Conde, ese sinvergüenza