• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / In foro domestico

Se le perdona todo

Por Ángel Luis Fortún Moral

El autor critica la impunidad que existe en el fútbol infantil ante comportamientos reprobables que no ayudan en nada a la educación de los más pequeños.

Imagen de archivo de dos niños jugando a fútbol ARCHIVO
Imagen de dos niños jugando a fútbol. ARCHIVO

Lamentablemente, no hay fin de semana en que no salte la noticia de un incidente grave en un partido de fútbol de menores. Situaciones que parecen ir a más, a pesar de los aparentes esfuerzos. Y así nos vamos acostumbrando. A fuego lento nos coceremos vivos y sin darnos cuenta.

La culpa será de que ahora, con más medios de comunicación, se difunden los casos aislados. Eso será, culpa del mensajero. Los padres energúmenos y los entrenadores incompetentes pasaban por allí. Y lo que ocurre en el campo se queda en el campo, lo que de toda la vida se ha llamado espacio de impunidad.

El colegio y la familia fueron espacios de impunidad. La mayoría lo vivimos en primera persona: lo que hacía el profesor iba a misa. Y, como apunta un humorista por ahí, encima en casa hacían equipo; de modo que nunca se te ocurría contar que el profesor te había pegado en clase. Hoy las cosas han cambiado hasta la estupidez de abrir diligencias penales por el mero hecho de obligar a un niño a ponerse una bata rosa en el comedor.

Pero el fútbol sigue siendo un espacio de impunidad. La Policía Foral acudió a un partido de juveniles, por tanto, menores de edad, porque el árbitro estaba asustado por el comportamiento de los espectadores. ¿Ha habido consecuencias? Al parecer, ninguna, porque, semanas después, se produjeron insultos racistas (pelo oveja, moro…) en un partido de cadetes (más menores aún) en el mismo campo. ¿Qué tiene que pasar para tomar medidas?

Cuentan que un entrenador incita a “pisarles la cabeza” a los equipos contrarios. Los padres y madres, satisfechos con el ardor guerrero que les inculca a sus hijos, parecen no plantearse que a semejante energúmeno seguro que se le escapa alguna barbaridad en el vestuario contra alguna de las criaturas a las que tiene la responsabilidad de formar (10 años).

Ese mismo entrenador fue expulsado del club anterior, se aprovechará de la impunidad del fútbol para seguir inoculando odio y violencia en cualquier club con escasez de entrenadores. Las protestas, como son de los equipos contrarios, ya se sabe, no pasan de quejas de los malos perdedores.

Se ha divulgado en numerosos medios de comunicación la imagen de un padre, fuera de sí, tratando de acceder al espacio en el que se encontraba el árbitro del partido de benjamines (10 años) disputado este fin de semana.

Las autoridades federativas y administrativas (municipal y foral) dirán que no se enteraron (¿tampoco de las intervenciones policiales?). Tratándose de menores, resulta impresentable que se reconozca con tanto descaro que no existe ningún control público sobre actividades que, sin duda ninguna, también sirven para educar y formar a nuestras criaturas. Por muchísimo menos se ha expedientado a profesores o incluso a pediatras.

Por alguna razón, una bata rosa es motivo de diligencias penales, pero actos tipificados en la Ley 19/2007 contra la violencia en el deporte, incluso con intervención policial, quedan impunes. En los colegios intervienen los juzgados sin ningún rubor, pero en el fútbol, su sistema particular de justicia impide que ningún juzgado ni administración ose intervenir. La impunidad sigue campando a sus anchas. Lo que ocurre en el campo se queda en el campo.

Luego nos preguntaremos cómo es posible que las generaciones lleguen cada vez más violentas. Es importante que hagan deporte, mejor que estar todo el día con los videojuegos, el móvil y con malas compañías. Ciegos a percibir que el fútbol es una actividad tan de masas que influye mucho. Ojalá llegue a influir para bien.


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