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Opinión / In foro domestico

Al paredón, por sátiro o por crítico

Por Ángel Luis Fortún Moral

Federico García Lorca y Pedro Muñoz Seca, dos dramaturgos geniales y exitosos, condenados y ejecutados por eso mismo, por hacer teatro, por hacer reír y disfrutar a la gente, aunque no le hiciera ninguna gracia al poder de turno.

En aquel funesto 1936, fueron fusilados unos 500 periodistas, como Manuel Cigés o Rodríguez Santamaría, presidente de la Asociación de Prensa de Madrid “con los votos de rojos y no rojos”. Periodistas, intelectuales y artistas fueron ejecutados por opinar, por expresarse, por desarrollar su inteligencia en pura y simple libertad.

Esa tendenciosa manía de quienes ocupan el poder, especialmente en este país, de rodearse de pelotas y adulación. Esa obsesión por perseguir y aniquilar, ya no la crítica, sino toda voz que no ensalce y divinice las autocomplacencias de sus mentes enfermas.

El poder, en este país, no soporta la más mínima divergencia, se encabrita por cualquier chiste y descubre sus propios complejos y miserias cuando reacciona con desproporcionada acritud y amenazas ante cualquier divergencia. Da igual el color de su bandera o las siglas de su partido, son la coartada para sus perversiones.

Pero el poder, la engreída persona que se regodea en él, resulta inane si nos mantenemos en nuestro sitio, siendo rigurosamente profesionales y no serviles instrumentos del sectarismo y la persecución. No son necesarias heroicidades, basta con no caer en ruindades. Como señalaba Arturo Mori, desde el exilio, “el compañerismo y la convivencia entre profesionales por encima de diferencias ideológicas, políticas o religiosas”.

Efectivamente, el mejor aliado de los abusos del poder somos quienes, desde el silencio ignorante o la indiferencia egoísta, dejamos de actuar como debemos. El bicho se hace fuerte y nos termina engullendo, porque se alimenta de nuestra propia miseria. Lo expresaba Jacinto Benavente: “No lo mató la barbarie, lo mató la envidia. La envidia sabe encontrar sus cómplices”.

Goya contempla, desde la historia, el vigor que conserva su pintura de los garrotazos en las broncas a puñetazos en nimios partidos infantiles; el modo en que campa la carcoma del sectarismo y la confrontación fraterna; la miserable persecución a muerte, que él mismo sufrió, tal y como lo expresaran sus geniales pinceladas hace doscientos años.

De esa enanez nuestra de cada día se sirve el potentado de turno para tratar de acochinar las voces, domesticar las mentes. O silenciarlas, avergonzadas por el manifiesto deterioro de nuestra dejación

Majestad, el riesgo no está en reabrir las heridas. De hecho lo sano es abrirlas y curarlas como es debido. Curarlas del verdadero mal que las causó. Porque el mal es el mismo que exilió a Goya, que depuró el genio en el 36, que lo amordazó en el franquismo. Esa misma enfermedad, Majestad, se alimenta de nuestro cainismo para mantener las trincheras del pensamiento único, la aniquilación sectaria y el servilismo a la politiquería.

El riesgo está en callar ante los abusos de poder contra la libertad de expresar, de opinar, de reír. El riesgo está en nuestra propia dejadez. Y la curación, tal vez, en defender el rigor, la convivencia y el compañerismo, aunque sea mucho más difícil que sacarle partido al poder de turno. Rigor y compromiso, aunque sea en defensa de un compañero o compañera de la competencia.

Y no bastará con hacerlo una vez. Llevamos al menos doscientos años rebañando. Es muy posible que se requiera más de una generación defendiendo el libre ejercicio profesional. Porque, claro, mañana puedo ser yo. Pero porque hoy, en realidad, está siendo atacada a muerte la Libertad.


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Al paredón, por sátiro o por crítico