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Opinión / In foro domestico

Nuestra envidiosa memoria

Por Ángel Luis Fortún Moral

El 14 de septiembre de 1916 muere José Echegaray Eizaguirre. ¿Quién sabe lo qué hizo? Atascados en obsesiones históricas, utilizamos la memoria, olvidar o recordar, para alimentar el cainismo. He aquí una víctima de nuestra envidiosa idiosincrasia.

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José Echegaray vivió 78 años rebosantes de actividad en diversas facetas. Tal vez la más conocida es como primer español que recibió el premio Nobel, el de Literatura de 1904. Pero no lo busquen entre el listado de obras y autores que se recomienda al alumnado de este país. De hecho, tendrán serios problemas para encontrar sus publicaciones en cualquier biblioteca pública; ni tan siquiera “El gran Galeoto”, por la que recibió el Nobel y que fue representada, con éxito, en teatros de toda Europa, y también en España durante décadas.

Sin embargo, Echegaray se dedicó a la literatura cuando rondaba los 40 años. Comenzó siendo ingeniero de caminos. Primero de su promoción, con tan sólo 19 años, trabajó en Almería y Granada hasta que, con 22, fue nombrado Secretario de la Escuela de Caminos. Y con 32, Director General de Obras Públicas, desde donde impulsó el nuevo desarrollo de la red ferroviaria nacional, que trataba de corregir los graves defectos causados por las concesiones corruptas del entorno de Isabel II.

A la vez, Echegaray ingresó en la Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en 1865, como culminación a las múltiples obras en las que don José introdujo en España las más importantes teorías y métodos matemáticos que se desarrollaban en la Europa de aquella época. Se ha dicho que “Para la Matemática española, el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray”. Él mismo denunció el aberrante atraso en su discurso de ingreso en la Academia: “Bien comprendéis que no es ésta, ni puede ser ésta, en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica, pueblo que no ha tenido ciencia. (…) Es la historia de la ciencia allá donde hubo un Viete, un Descartes, un Fermat, un Harriot, un Wallis, un Newton, un Leibnitz, un Lagrange, un Cauchy, un Jacobi, un Abel; no es la historia de la ciencia, aquí donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo”.

Echegaray también fue nombrado Ministro en varias ocasiones. Primero de Fomento y después de Hacienda, hasta en cuatro periodos distintos. Llamado por Presidentes de distintos partidos, demuestra que era especialmente valorado por su capacidad e independencia en la gestión y planificación públicas. De hecho, como Ministro de Hacienda Echegaray es el artífice de establecer al Banco de España como banco central del Estado, fijando el monopolio sobre la emisión de moneda en 1874.

De la política salió Echegaray más que harto, por un lado porque no eran los bandos ni los partidos lo que le motivaba en su acción política. Por otro, porque en su incesante defensa de las libertades personales, especialmente de la libertad religiosa, le resultaba muy difícil algo que ahora se conoce como postureo. Para una mente tan pragmática y abierta debió resultar muy exasperante el compadreo de los distintos poderes fácticos, capaces incluso de compartir la mesa del Gobierno.

Don José cesó como ministro y abandonó la política en el momento en que se iba a representar su primera obra de teatro, para centrarse en su producción literaria, confesaba. Y tal vez para mantener sus principios y valores, los que siempre había defendido. Ese mismo sentido del deber le obligó, años más tarde, a atender la llamada de Maura para ocupar, por última vez en su vida, la cartera de Hacienda en 1905.

Echegaray, destacado ingeniero en pleno desarrollo ferroviario, Ministro de Fomento, Ministro de Hacienda en varias ocasiones, autor muy comercial de obras de teatro, autor prolijo de manuales y obras de divulgación científica murió en la habitación de un modesto hotel, de su propiedad, en la calle Zurbano de Madrid. ¿Dónde estaban los grandes palacios o los inmensos terrenos? Su austeridad es una muestra de su extremada honradez, un valor que jamás reconocemos en este país.

Sólo aquí tenemos grandes figuras, como la de don José Echegaray Eizaguirre, enterradas en el foso de la infamia y el desprecio. Así, una vez muerto, en 1916, las universidades españolas impusieron, durante varias décadas, el estudio de su Curso sobre Física Matemática (diez tomos y 4.420 páginas). Sin embargo, con este empecinamiento póstumo en realidad se dificultó que se introdujeran en España las novedosas corrientes de la Física: la relatividad y la mecánica cuántica. De este modo, la obra científica de Echegaray fue utilizada para anquilosar, una vez más, el conocimiento científico español. Su obra científica sucumbió al mismo chovinismo miope y retrasado al que se enfrentó durante toda su vida.

Este país, “que es prosaico y traicionero/ y no se paga jamás de sutilezas de ingenio/ hasta tres siglos después/de habérselas dicho el muerto”. Así lo advierte don Julián a Ernesto, autor (en la obra) y protagonista de El gran Galeoto. Echegaray era consciente de la realidad que le había tocado vivir, y no por ello perdía su sentido del humor. “No puedo morirme, porque si he de escribir mi Enciclopedia elemental de Física matemática, necesito por los menos veinticinco años”, cuentan que bromeaba aquellos días del septiembre de 1916.

El proceso más deleznable contra Echegaray se fraguó en el ámbito literario. Valle-Inclán escribió en El Globo, en 1891: “Es esta mi opinión, la prueba más palmaria de lo artista que Echegaray es en sensaciones.” Por su parte, Leopoldo Alas Clarín, en su crítica de 1881 señala: “Tampoco rechazo el teatro de Echegaray, gran poeta, que está dando días de gloria a la literatura española”.

Casualmente, tras recibir Echegaray el Nobel ambos autores encabezaron una campaña de desprestigio que llegó hasta el punto de popularizar un insulto: el viejo idiota. Valle-Inclán contaba que había enviado una carta indicando sólo “el viejo idiota” y la carta llegó al buzón de Echegaray. Este desprecio tan visceral, tan español, perdura todavía hoy, en los círculos literarios, que ocultan avergonzados este Nobel de Literatura y resulta casi sacrílego siquiera nombrar la obra de Echegaray. Aunque Luigi Pirandello reconociera influencias de Echegaray y Bernard Shaw manifestó claramente su admiración por nuestro autor.

Lo expresaba el marqués de la Ensenada, de Buero Vallejo, en “Un soñador para un pueblo”: “Has engrandecido el país, les has dado instrucción, montepíos, les has quitado el hambre. Les has enseñado, en suma, que la vida puede ser dulce… Pues bien: te odian”. Así nos va.


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