• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / In foro domestico

Morir como solución

Por Ángel Luis Fortún Moral

El derecho subjetivo a morir no puede existir. La libertad del individuo debe respetarse, pero dentro de los límites del colectivo.

Debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido.
Debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido.

El suicidio asistido de una joven holandesa de 17 años, según las noticias, víctima de una violación a los 14 años que le causó una grave depresión, se ha denominado eutanasia. Como si el uso de uno o de otro término fuera banal, intrascendente el uso de las palabras aunque cambie nuestra forma de pensar y de entender, sin darnos cuenta.

Las leyes aprobarán lo que quiera la mayoría y, por ley, se llamará eutanasia a las distintas formas de rendirnos ante la muerte. Pero aunque lo diga la ley, no son lo mismo eutanasia y suicidio asistido. Y no debemos aceptar que sean lo mismo, aunque se legalice el suicidio asistido hasta rebajar la exigencia a cualquier tipo de padecimiento. Nombrar las cosas por lo que son, por muy legal que sea morir como solución ante determinados problemas, como legal pueda ser, por ejemplo, establecer la pena de muerte como respuesta ante determinados delitos.

A quienes se escandalicen: la pena de muerte es una decisión legal de aplicar la muerte como solución a un problema. Claro que la diferencia esencial con el suicidio asistido está en la voluntad, es evidente. Pero el planteamiento es el mismo: la muerte como solución.

Nuestra evolución como sociedad se ha cimentado, precisamente, en rechazar la muerte como solución. La ciencia médica ha logrado superar enfermedades mortales, enfermedades incurables que causaban padecimientos inimaginables hoy en día. Y sigue avanzando. La ciencia médica es el ariete de la evolución como especie y como sociedad. Es la punta de lanza del principio de preservación de la especie.

Pero la ciencia médica, tan poderosa, también alcanza límites monstruosos. Como todo maximalismo, la preservación de la especie debe tener límites y excepciones. Precisamente la eutanasia sería uno de esos límites. La capacidad médica permite mantener en funcionamiento orgánico un cuerpo casi en cualquier circunstancia. Apariencia de vida, encarnizamiento terapéutico. Ése es uno de los límites que, desde la propia medicina, determinar el momento o la circunstancia en que deben levantar el pie del acelerador y dejar que la naturaleza siga su curso. Eutanasia: buen morir.

Es uno de los debates de la Medicina. Debate que, lamentablemente, alteramos en exceso con nuestra opiniolitis aguda. Lo que no significa que la sociedad, especialmente en las instituciones establecidas para ello, tengamos vedado el análisis, el debate y la decisión. Pero dejemos que la medicina realice su propio debate en términos de estricta ciencia médica. Y, sobre todo, dejemos también que la ciencia médica siga avanzando en esa lucha contra las enfermedades, los padecimientos y, en definitiva, la muerte.

El encarnizamiento terapéutico, convertir a la persona en vegetal o en cíborg, es un límite necesario para que la persona no sea aniquilada por un colectivismo a ultranza. La voluntad de la persona, su libertad, deben establecerse como líneas rojas de la actuación médica. El consentimiento informado, el testamento vital, el cuestionamiento permanente de una práctica médica al caso concreto…

Pero la libertad individual, la voluntad de la persona no son absolutos. El riesgo de legislar subjetividades, como el término padecimiento, es convertir la excepción en regla. La pobreza, la obesidad, la fealdad, la soledad pueden causar padecimientos insufribles. De hecho arrastran al suicidio a decenas de personas cada día. Desde hace una década, el suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. En el mundo se registra un millón de suicidios al año.

El derecho subjetivo a morir no puede existir. La libertad del individuo debe respetarse, pero dentro de los límites del colectivo. Dicho de otro modo, la obligación de la sociedad es garantizar una buena muerte y no, simplemente, la muerte. La sociedad tiene el deber de luchar contra la muerte. El individuo no puede imponer, en todos los casos, su voluntad de rendirse ante la muerte. Serán momentos y circunstancias, más allá de deseos y subjetividades, los que determinen cuándo se trata de una buena muerte. Ahí está el debate.

En los extremos, argumentos de zaborra: ¿cómo se va a exigir a un enfermo que aguante la enfermedad para que la ciencia avance? Versus ¿cómo se va a legalizar el suicidio?

En medio, el debate y la superación. Ahondar en las causas del suicidio para abordar de una vez las respuestas adecuadas a esos ignorados y complejísimos procesos. Dejar de considerar el suicidio como un proceso íntimo y extraño a la sociedad. Incumbe al grupo. Pero con límites respetuosos con la persona. Tal vez, efectivamente, en determinados casos y en determinados momentos, la muerte, el suicidio asistido, sea la solución. Pero que no sea por mera rendición frente a la muerte. Y llamémosle suicidio asistido, porque es un límite, una frontera entre individualismo y colectivismo.

La tribu, en determinados casos y en determinados momentos, también abandonó a su suerte a miembros enfermos, ancianos y débiles. Pero en general procuró su cuidado y su mejora. Porque lo que ha empujado a la tribu hasta las sociedades hiperavanzadas de hoy es la pervivencia de la especie, como regla, y las decisiones subjetivas, propias o ajenas, como excepción. Tal vez con resultados mostruosos en algunos casos, pero como grupo llegamos más y podemos llegar en mejores condiciones que como individuos aislados.

Pervivencia de la especie no es voluntad del grupo, mucho menos voluntad de la mayoría. Es una norma, una ley natural dirían mis maestros. La voluntad del individuo no puede ser la norma, ni para su muerte ni tampoco su salvación. La voluntad del grupo tampoco puede ser la norma, por eso se cuestiona la pena de muerte, porque la pervivencia de la especie empuja a nuestras conciencias a exigirnos, como sociedad, soluciones que respeten la vida de la persona, en definitiva, avanzar como grupo.

Lograr el punto de equilibrio entre individuo y colectivo, superar retos imposibles y límites inimaginables respetando a la persona, ahí está el avance y el desarrollo de la sociedad y de la especie. Las soluciones facilonas nos debilitan y, a la postre, terminarán destruyéndonos. La muerte como derecho subjetivo, terminará destruyendo la sociedad. Al igual que una sociedad que aplaste a la persona, en realidad, se está aniquilando a sí mima.


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