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Opinión / In foro domestico

Ante la Guardia Civil

Por Ángel Luis Fortún Moral

La memoria no suele recordar al primer asesinado, en Navarra, el 18 de julio de 1936: el Comandante de la Guardia Civil, José Rodríguez-Medel.

Desfile de la Guardia Civil en el Día de Fiesta Nacional por la avenida de Galicia de Pamplona. PABLO LASAOSA
Desfile de la Guardia Civil en el Día de Fiesta Nacional por la avenida de Galicia de Pamplona. PABLO LASAOSA

 Al igual que también se obvia completamente un hecho relevante: aquel golpe de Estado fracasó precisamente porque, en la inmensa mayoría de España, la Benemérita mantuvo su disciplina al orden institucional.

Suele ocurrir con toda institución de relevancia social y firme vocación de servicio: nuestra exigencia es tan grande que pocas veces apreciamos méritos, casi siempre exigimos mucho más, hasta lo imposible, la convertimos en fácil objeto de mofa y descrédito gratuitos, la criticamos por todo y cualquier error lo convertimos en definitivo y definitorio.

En las carreteras, por ejemplo, la Guardia Civil siempre estuvo presente; incluso antes de que lo estuvieran muchas entidades de reconocido valor y mérito, como Cruz Roja o DYA. Mucho antes, miles de agentes atendían, como buenamente podían, aquella inagotable hecatombe que abarcó todos los rincones del mapa. Muertes cada día, varias decenas cada fin de semana, miles en cada desplazamiento vacacional y millones de personas heridas en aquellas décadas en que el automóvil se mantuvo como la primera causa de muerte. La Guardia Civil estaba allí, aunque en nuestra memoria pase completamente desapercibido su inagotable servicio, salvando vidas y asistiendo a miles.

Al contrario, la imagen popular tiende a reducirla a la multa, al temor a ser pillados en esa infantil pretensión, tan de este país, de exigir que miren para otro lado cuando merecemos una sanción, pero que actúen implacables y omnipresentes cuando son otros quienes conducen. Que haya represión, sí, pero para los demás.

La Guardia Civil tiene más de 170 años. En muchas ocasiones ha sido utilizada como ariete político y como instrumento de implacable represión para otros. Así, en el Bienio Progresista de 1854, el Gobierno progresista primero culpó a la Guardia Civil por la represión en la oposición, durante la Década Moderada. Se atribuye al presidente moderado Narváez la frase: “¿Enemigos? no tengo. Los mandé fusilar a todos”. Finalmente, el inicialmente progresista O’Donnell terminó gobernando con a su antiguo enemigo, Narváez, tras la renuncia de Espartero a formar parte de un gobierno represivo y cruel.

A pesar de todas las dificultades, o tal vez por haberlas superado, la Guardia Civil se mantiene hoy como una de las instituciones más sólidas y reconocidas de este país. Pero las instituciones no son patrimonio de nadie, nos pertenecen a todos y a todos nos concierne que se mantengan en su mejor nivel de funcionamiento y reconocimiento social.

Podemos aspirar a tener otras instituciones ¿nos creemos que la falta de respeto y el uso de la violencia, siquiera verbal, desaparecerán sin más sólo por el color o la denominación que tengan las nuevas instituciones? El reconocimiento social y el respeto no son automáticos, debemos construirlos día a día. De igual modo, el puro frentismo cruel, violento y descarnado, una vez desatado no desaparece espontáneamente. Al violento le dará igual el color, el nombre y hasta la equipación de un agente de la autoridad. Seguirá recurriendo a la violencia para exigir su impunidad personal y la total represión para el resto.

Es algo que no terminamos de entender en este país. En el día a día descuidamos todo lo que tenemos en común: lo escupimos, lo maltratamos y lo despreciamos incluso entre bromas. Eso sí, exigimos que esté en impecable estado de funcionamiento cuando queremos utilizarlo, para que sean otros quienes lo acaten sin chistar. Quizá vez por eso somos tan incapaces de ver: la institución Guardia Civil.


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