• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / In foro domestico

Las cunetas de ETA

Por Ángel Luis Fortún Moral

Condicionar perdón a perdón es prolongar el enfrentamiento, alentar el dolor de las víctimas, mantener una espiral que sólo cesa cuando el agresor se reconoce y ofrece a reparar el daño.

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Un anagrama de ETA en una calle del País Vasco.

Hay dos modelos para construir una sociedad: larvarla con resentimientos ocultos o cimentarla en el perdón, la verdad y la reconciliación.

Medir los pasos en el abandono de la violencia es seguir utilizándola, aprovechar la coacción y el miedo, que durante tantos años fueron herramienta y medio para alcanzar fines. Es mercadear con el sufrimiento de las víctimas y alimentar un futuro plagado de réplicas y Talión.

La violencia sólo la puede detener el violento. Es el violento quien tiene que dejar de serlo y, además, quien debe esmerarse en que desaparezca todo rastro del terror y de la conmoción que causó a sus víctimas. De ahí que la simple condena de prisión, por larguísima que sea, carece de efecto reparador. Es necesario reparar la paz. La paz de la víctima y también la paz del agresor.

Que la víctima olvide es imposible si con ello sólo se trata de calmar la memoria del agresor. Que la víctima no recuerde es mantenerla como víctima si en realidad sólo se pretende que el agresor olvide su pasado. El agresor jamás alcanzará paz si no la garantiza a sus víctimas.

Porque nada de lo que haga una víctima facilita el cese de la violencia y del terror. Esperar a que la víctima haga es culparla, es descargar sobre ella responsabilidades que sólo le corresponden al agresor. La paz de la víctima está en el agresor en la medida en que el agresor ponga todo su empeño y esfuerzo en devolvérsela a sus víctimas.

La asfixiante realidad que se vive en muchos rincones de este país, la persecución y el acoso social y personal hunden sus raíces en el terrorismo. Es la prueba de una espiral que se mantiene y se mantendrá más allá de las apariencias y las exhibiciones mediáticas. Formalmente dirán que ETA se ha disuelto. Socialmente no habrá desaparecido si las víctimas siguen siéndolo.

Porque encontramos reparación cuando reparamos. Encontramos justicia si la sembramos con nuestros actos y con nuestro ejemplo. Dando se recibe. Quien se limita a exigir ajustes de cuentas, tarde o temprano, se encontrará con que tiene que pagar las suyas. Y así se mantiene la espiral hasta el infinito: cuentas por cuentas.

No basta con que ETA entregue las armas. No basta con que ETA acredite su completa y absoluta disolución. En el siglo XXI no basta. Tal vez hace treinta o cuarenta años hubiera bastado. Tal vez. Desde luego que hoy no. Y cuanto más tarde más difícil será la reparación y más exigentes las condiciones para lograr una verdadera paz.

Si vale, si nos engañamos diciendo que nos vale, volveremos a tener cunetas llenas de fantasmas que, una y otra vez, reaparecerán en el presente debilitando la sociedad. Siempre habrá cuentas pendientes. Los fantasmas no se tapan con otros fantasmas. Se acumulan y, tarde o temprano, terminan surgiendo todos y cada uno. Los temores y los resentimientos se perpetúan, impidiendo que la sociedad madure. El valor y el esfuerzo de reconocer y reparar son cimientos sólidos. El rencor y la pendencia es polilla y carcoma para cualquier construcción nacional.

A todas y cada una de las víctimas debemos su reparación, su justicia y su verdad. Nada de compensar unas con otras. A todas y cada una de las víctimas, si de verdad queremos construir una sociedad madura y una paz sólida y perdurable.


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