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Opinión / Desde Baluarte

Verdi y la soledad de los hombres

Por Ana Ramírez García-Mina

Crítica del concierto ofrecido en Baluarte por la Orquesta Sinfónica de Navarra, el Orfeón Pamplonés y el Coro de Pau - Pays de Béarn. 

Concierto del Orfeón y la OSN junto a la Orquestra y Coro de Pau en Baluarte. MIGUEL OSÉS (9)
Concierto del Orfeón y la OSN junto a la Orquestra y Coro de Pau en Baluarte junto a los solistas Elisabeth Moussous (soprano), Aude Extrémo (mezzo-soprano), Jean-François Marras (tenor) y Mateusz Hoedt (bajo). MIGUEL OSÉS

FICHA

25 de junio de 2017 a las 20:00 en la sala principal del Auditorio Baluarte.

Programa: Messa da Requiem “per Manzoni” de Giuseppe Verdi (1813-1901) [85’].

Orquesta Sinfónica de Navarra, Orfeón Pamplonés, Orquesta y Coro de Pau – Pays de Béarn.

Solistas: Elisabeth Moussous (soprano), Aude Extrémo (mezzo-soprano), Jean-François Marras (tenor) y Mateusz Hoedt (bajo).

Director: Fayçal Karoui, titular de la Orquesta de Pau. 

VERDI Y LA SOLEDAD DE LOS HOMBRES

Alessandro Manzoni, escritor italiano y amigo íntimo de Giuseppe Verdi, falleció en 1873. Ambos artistas eran militantes comprometidos del Risorgimiento, movimiento político que exaltaba la justicia, la libertad y la unificación de Italia en el siglo XIX. Un año después, en el primer aniversario de la muerte de Manzoni, Verdi estrenó su Misa de Réquiem en la Iglesia de San Marcos de Milán. Hans von Bülow, director de orquesta y compositor, declaró que la obra era “una ópera con vestiduras eclesiásticas”.

Verdi era ateo y profundamente anticlerical, y el público no pasó por alto aquella ironía. Su esposa, Giuseppina Strepponi, describía el escepticismo del compositor: “Yo me esfuerzo por hablarle de las maravillas del cielo, de la tierra o del mar. ¡Aire perdido! Se me ríe a la cara y me congela en mitad de mis discursos titubeantes, de mi entusiasmo totalmente divino, diciéndome: está usted loca. Y, desgraciadamente, lo dice de buena fe”.

Dios es la soledad de los hombres, decía Jean Paul Sartre. El texto tradicional de una misa de difuntos inocula el miedo al juicio final y la esperanza de la vida eterna. En su Réquiem, W. A. Mozart enfrenta esas dos pulsiones en un solo número: ‘Confutatis maledictis’.

Primero, aterrador. Después, voces puras, casi infantiles, suplican: “Voca me”. Pero Verdi dibuja una caricatura pagana. Grita, llora y se desgarra en el ‘Dies Irae’, aparece arcaico y homofónico en el ‘Agnus Dei’ o fugado y exultante en el ‘Sanctus’. Canta a la soledad de los hombres de la que Sartre hablaba.

En el escenario del Auditorio Baluarte, la batuta de Fayçal Karoui ofrece un Réquiem solemne. En general, opta por un tempo contenido. Donde Verdi transmite inquietud o agitación (como en ‘Quam olim Abrahae’), Karoui no se excede: dirige con firmeza y seguridad.

El Orfeón Pamplonés y el Coro de Pau responden con solvencia a las indicaciones del maestro. Los pasajes más delicados para la parte coral (las fugas del ‘Introito’ o del ‘Sanctus’) aparecen rotundos y bien resueltos. La Orquesta Sinfónica de Navarra y la Orquesta de Pau – Pays de Béarn también ofrecen un acompañamiento de calidad, si bien Karoui no consigue coordinar totalmente a Orquesta y Coro en algunos pasajes.

La voz de Elisabeth Moussous (soprano) cuenta con una potencia indiscutible, a la altura del Réquiem verdiano. Demuestra control y sensibilidad en los agudos, escucha a su acompañamiento con acierto y resuelve, pese a algunos fallos en la afinación (sobre todo en los pasajes graves), sus arias.

La mezzo-soprano Aude Extrémo no posee tanto volumen, pero canta con carácter, expresividad y una buena articulación. Quizá en el comienzo del ‘Agnus Dei’, donde ambas cantantes entonan la melodía en dos octavas, se hacen algo más evidentes los problemas de empaste entre las voces.

Por su parte, el tenor Jean-François Marras se ve sobrepasado por las exigencias del Réquiem. Con un volumen más bien escaso, no consigue avanzar con el resto de solistas ni con la batuta de Karoui. En la que probablemente sea el aria más delicada de su papel, ‘Hostias et preces’, lleva un tempo irregular, a veces adelantado, y su afinación es ambigua.

Mateusz Hoedt (bajo) no cuenta con toda la potencia que Verdi requiere. Es sereno y controla bien su voz, pero ofrece un canto demasiado plano y cerebral. No transmite el miedo, el dolor, la dulzura ni la admiración por lo divino.

Orquesta y Coro, pese a su resolución y seguridad, no consiguen arropar las voces de los solistas, que aparecen poco empastadas y algo titubeantes.


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