• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Desde Baluarte

Uracqua y los anillos de Saturno

Por Ana Ramírez García-Mina

El Festival de Música Contemporánea de Navarra (NAK) ha materializado en sus sonidos las inquietudes que mantienen al arte con vida.

Concierto en la cuarta edición del festival Pamplona Negra. EFE/Jesús Diges
El Festival de Música Contemporánea de Navarra que sonó en Baluarte. ARCHIVO

La semana pasada, Cassini ardió en la atmósfera de Saturno. Veinte años de viaje espacial y varios millones de dólares hicieron de la sonda el primer objeto fabricado por el ser humano que se adentraba en los anillos helados del planeta. Fotografió huracanes y lagos de metano a más de un millón de kilómetros de casa y, cuando el combustible empezó a escasear, murió en la superficie del gigante gaseoso. Y nosotros llegamos a Saturno.

Carl Sagan, uno de esos genios valientes que respondían haciendo preguntas, dijo en su frase más célebre eso de que “somos polvo de estrellas”. Pero no se detuvo ahí. Sagan sabía que, en lo más profundo de nuestros huesos (debajo de la cal y el fosfato que vinieron del espacio profundo), descansaba uno de los combustibles que han llevado a Cassini hasta Saturno: el asombro por el mundo. Blandiendo un interrogante, los seres humanos han explorado el cielo, el pasado, el pensamiento y, por supuesto, la música.

El Festival de Música Contemporánea de Navarra (NAK) ha materializado en sus sonidos las inquietudes que mantienen al arte con vida. Promover a intérpretes y compositores jóvenes es arriesgado, innovador e imprescindible. En ocasiones como la del concierto de clausura del Festival, Uracqua, también es hermoso y sobrecogedor.

En la Sala de la Muralla de Baluarte, la escenografía corrió a cargo de Acrónica Producciones. El tema central del concierto, el agua, estuvo presente en los altavoces con sonidos de tormenta, de lluvia o de río. Y en las paredes, imágenes de todas sus variantes: condensada en un cristal, ondeando en el océano, cayendo en una cascada… Los estímulos sonoros y visuales crearon una atmósfera de misterio que abrazó al trabajo del Centro de Música Contemporánea Garaikideak.

En la primera parte del programa, “Agua aérea: lluvia”, se presentó el trabajo del compositor Ignacio Fernández Galindo. Toda la sala, azul y blanca. Mientras se escuchaban los truenos y el repiqueteo del agua, la pianista Tania Loza interpretó una obra sugestiva, que imitaba la caída caótica e impresionista de la lluvia. En una ocasión, la textura de la pieza, que goteaba trinos y escalas, recordó a las melodías acuáticas del Concierto para piano en Sol mayor, de Maurice Ravel.

Después, “Agua subterránea”, de David Cantalejo Gómez. El propio compositor, al piano, subió al escenario junto a Javier Navascués (chelo), Sergio Eslava (saxofón) y Aitor Urkiza (txistu). Las luces se volvieron rojas y naranjas. En el interior de la Tierra, el agua quema y es violenta. Chelo y saxofón dialogaron en los graves. Cantalejo golpeó y frotó las cuerdas del piano, mientras txistu y tamboril exponían el conflicto de la obra.

“Agua en curso/discurso: ríos y lagos”. Música de Patxi Damián Rodríguez. Irene Villar (flauta), Uxue Roncal (clarinete) y Manuel Gil (saxofón) se colocaron encima del fragmento de muralla que decora la sala de Baluarte. La obra, quizá la más alegre y disonante de las cuatro, retrataba el juego y discurso del agua de río. Los tres instrumentos exploraron sus distintas sonoridades e intercambiaron papeles de acompañamiento y melodía en el ritmo de la pieza.

Por último, “Agua oceánica y marítima”, de Yolanda Campos Bergua. Esta vez, Irene Villar (flauta), Bea Monreal (oboe), Javi Pérez (clarinete), Sergio Eslava (saxofón) y Xabier Olazabal (acordeón), representaron la quietud de la gran masa de agua salada. Los intervalos oscilaban imperceptiblemente en saxofón, oboe y clarinete. Las sirenas de barco o el movimiento mareante del océano se convirtieron después en un mar espumoso y más ligero.

Somos agua y tierra. Nos hacemos preguntas. Carl Sagan dijo, en otra de sus reflexiones más conocidas, que el ser humano es “el material del cosmos contemplándose a sí mismo”. Y Uracqua fue el espejo de arte nuevo donde la especie se mira y se vuelve a conocer.


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Uracqua y los anillos de Saturno