• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Desde Baluarte

Tres edades en Baluarte

Por Ana Ramírez García-Mina

Crítica del concierto de la Orquesta Sinfónica de Navarra baja la dirección de José Miguel Pérez-Sierra y Akiko Suwanai como solista. 

Concierto de ciclo de la Orquesta Sinfónica de Navarra (OSN), bajo la batuta del madrileño José Miguel Pérez Sierra, con obras de Respighi, Mozart y Borodin,  (4)
Concierto de ciclo de la Orquesta Sinfónica de Navarra (OSN), bajo la batuta del madrileño José Miguel Pérez Sierra, con obras de Respighi, Mozart y Borodin y Akiko Suwanai como solista de violín. LASAOSA

Viernes, 6 de abril, a las ocho de la tarde en el Auditorio Baluarte. Concierto de la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra

Director: José Miguel Pérez-Sierra

Solista: Akiko Suwanai (violín)

Programa:

Gli uccelli (Los pájaros), de Ottorino Respighi (1879-1936)

Concierto nº3 para violín y orquesta en Sol mayor, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Sinfonía nº 2, en Si menor, de Alexander Borodin (1833-1887)

Aunque se compuso en 1927, la suite orquestal Gli uccelli (Los pájaros) de Ottorino Respighi sumergió al Auditorio Baluarte en una danza ingenua y solemne, como las que se bailaron en los palacios del XVII. Respighi se basó en la música del Barroco (Bernardo Pasquini, Jean Philippe Rameau) y dedicó cada movimiento de la suite a un pájaro. Los trinos, el ricochet (en francés, “rebotar” el arco sobre las cuerdas) o el canto del cuco son, en música, el sonido tradicional de las aves. Pero, en uno de los movimientos, no se percibe apenas rastro del canto nervioso y alegre de un pájaro. Se trata de La paloma.

Basada en una pieza para laúd de Jacques de Gallot, el lamento del oboe encarna a la paloma en Respighi. La Orquesta Sinfónica de Navarra y José Miguel Pérez-Sierra ofrecieron una versión serena y más bien ligera del movimiento. El bellísimo solo de oboe, sobre los arpegios del arpa y los trinos de la cuerda, reapareció con solvencia y sensibilidad en el clarinete o el violín. La nostalgia de la paloma y una armonía modal y arcaica, como una atmósfera que recordó a Guridi, dieron paso a la segunda obra de la noche.

El Concierto para violín y orquesta en Sol mayor, que W. A. Mozart compuso con diecinueve años, poco antes de marchar de Salzburgo a las cortes europeas. La pieza no exige del solista una expresión desbocada, pero sí una técnica brillante, un diálogo con la orquesta y un dominio del fraseo cantábile en las melodías.

El concierto corrió a cargo de la violinista japonesa Akiko Suwanai, que tocó un Stradivarius “Delfín” de 1714. Pérez-Sierra introdujo el tema central del primer movimiento con un tempo ligero, al que la Sinfónica de Navarra respondió con energía. Aunque Suwanai comenzó con una velocidad mayor, orquesta y solista concluyeron en sincronía un primer movimiento sereno, sin pausas excesivas y una articulación algo original en la parte solista.

En el segundo movimiento, el precioso Adagio en Re mayor, la violinista exhibió un sonido nítido y limpio, quizá plano. Donde realmente brilló la solista, tanto en su musicalidad como en su virtuosismo, fue en el tercer movimiento: Rondó (Allegro). Suwanai se mostró más relajada, dialogó con las distintas secciones de la orquesta y definió un contraste coherente y medido entre las secciones del Rondó. Y todo ello con un tempo considerable. Para terminar, la violinista interpretó el impresionante Preludio de la Sonata nº 2 para violín, de Eugène Ysaÿe.

La Sinfonía nº 2 de Alexander Borodin comienza con una melodía oscura y cromática en la cuerda. “La Épica” se considera el mejor trabajo sinfónico del músico ruso, que conjugó con la composición de su ópera más célebre, El príncipe Igor, y su trabajo como químico en San Petersburgo. Borodin perteneció al Grupo de los Cinco compositores (Balákirev, César Cuí, Músorgski, Rimski-Kórsakov y Borodin) que exploraron el nacionalismo ruso en el final del siglo XIX.

José Miguel Pérez-Sierra dirigió por primera vez a la Orquesta Sinfónica de Navarra en un repertorio íntegramente sinfónico. El suyo no fue un Borodin tremendista. En las melodías del primer movimiento, como la de los violonchelos, no se detuvo demasiado y culminó con una reexposición de la introducción más lenta, cargada de dramatismo gracias al aplomo de la orquesta. Los ritmos sincopados del segundo movimiento resultaron claros, y fueron dignas de mención las intervenciones de oboe, flauta, clarinete y trompa en sus respectivos solos.

Tanto director como orquesta se mostraron versátiles en un programa de recorrido, abordando las tres edades de un Respighi noble, un Mozart equilibrado y un Borodin que exaltó los cimientos de la tradición rusa.


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