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Opinión / Desde Baluarte

Gergiev, el sastre de Mahler

Por Ana Ramírez García-Mina

Crítica del concierto de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Orfeón Pamplonés celebrado el lunes 12 de febrero en Baluarte. 

Concierto de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Orfeón Pamplonés en Baluarte. IÑAKI ZALDUA (3)
Concierto de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Orfeón Pamplonés en Baluarte. IÑAKI ZALDUA (3)

Ficha: Lunes, 12 de febrero, a las 20.00 horas en el Auditorio Baluarte. Concierto enmarcado en la temporada 2017/2018 de la Fundación Baluarte

Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Orfeón Pamplonés

Director: Valery Gergiev

Director del Orfeón: Igor Ijurra

Solista: Yulia Matochkina (mezzosoprano)

Programa:

Alexander Nevsky, cantata para mezzosoprano, coro y orquesta, de Serguei Prokofiev (1891-1953)

Sinfonía núm. 5, en Do sostenido menor, de Gustav Mahler (1860-1911)

Aforo completo

GERGIEV, EL SASTRE DE MAHLER

En 1938, el gobierno de la Unión Soviética encargó al director de cine Serguei Eisenstein una película para ensalzar el pueblo ruso. A Stalin le inquietaba la expansión de la Alemania nazi en Europa, y el largometraje de Eisenstein serviría para identificar al enemigo con un grito en la pantalla: matar y morir por la URSS os hará nobles.

El vehículo narrativo que Eisenstein escogió fue la figura de Alexander Nevsky, un príncipe ruso que, en el siglo XIII, derrotó en batalla a los soldados teutones que pretendían invadir la ciudad rusa de Pskov. Serguei Prokofiev, recién llegado de su gira en Estados Unidos, compuso la banda sonora de las hazañas, casi mitológicas, del campesino que venció al continente.

Eisenstein describió alucinado la genialidad del músico: “Los largos dedos brincan sobre los brazos del asiento. ¿Prokofiev tamborilea la medida? No, lo que está haciendo es traducir en ritmo la estructura de la escena. Me esfuerzo en adivinar cómo se las arregla para atrapar tan bien en una o dos proyecciones fugaces la tonalidad afectiva y el ritmo de una secuencia”.

Años más tarde, Prokofiev adaptó la música para convertirla en la cantata para mezzosoprano, coro y orquesta que Valery Gergiev, la Orquesta del Teatro Mariinsky y el Orfeón Pamplonés interpretaron en el Auditorio Baluarte. Se trató del primer concierto de una gira que continuará en Barcelona, Madrid, Valencia y Alicante.

La Orquesta del Mariinsky brilló en su sección de cuerda. Con proyección e intensidad, los músicos siguieron las órdenes de un Gergiev contenido. Quizá en la tercera sección, Los Cruzados en Pskov, el conjunto no transmitió la tragedia y el miedo de la guerra contra los teutones. La actuación de la orquesta fue impecable, pero algo tibia.

El Orfeón pamplonés comenzó su intervención con algunas dificultades para seguir el tempo de los de Mariinsky, lo que restó fuerza a los pasajes de unísonos medievales y obsesivos. Prokofiev se sirve de ellos en su obra para mantener la tensión de la batalla y supone un reto complicado para el coro.

En Levántate Pueblo Ruso, sin embargo, ofrecieron la precisión rítmica fundamental para transmitir la energía del folclore ruso. Finalmente, la intervención del Orfeón fue muy solvente pese a los desajustes del comienzo.

La mezzosoprano Yulia Matochkina interpretó el adagio, un canto doloroso de réquiem por los muertos en batalla. Su proyección en los agudos fue mejor que en los graves, pero supo modular sus registros para ofrecer un réquiem emotivo, con sentido del rubato y en sintonía con la orquesta.

En la segunda parte, Gergiev y la Orquesta del Teatro Mariinsky interpretaron la Quinta sinfonía de Mahler. La obra, dividida en tres grandes secciones, sorprende por sus contrastes. Su composición coincidió en el tiempo con el enlace entre el compositor y Alma Schindler, la hija de un pintor austríaco, veinte años menor que Mahler.

El cuarto movimiento, popularizado por formar parte de la banda sonora de Muerte en Venecia, es un retrato musical de Alma, según el director de orquesta Willem Melgenberg. En él, Mahler prometía un amor oscuro y dramático, plagado de dolor, pero amor al fin. Pocos años después, el compositor descubriría una infidelidad de su esposa a través de una carta abierta por error.

En el escenario del Baluarte, Gergiev tuvo un gran acierto: no perdió de vista el hilo que sutura los movimientos, las secciones e incluso cada melodía. El contraste entre el thánatos de los metales y el destino, que poco a poco se retira para dar paso al eros en el scherzo o en un vals. Un Mahler coherente, al que no se le vean las costuras, es difícil de abordar.

Gergiev cuidó los detalles en las respiraciones, los rubatos y los adornos en las melodías. Con un tempo acertado, no muy lento, comenzó la intervención de la trompeta, fundamental en el dramatismo de la Quinta. A lo largo de los dos primeros movimientos, los timbres de la orquesta se presentaron con equilibrio. Destacó de nuevo por su intensidad la sección reforzada de violines.

En el tercer movimiento, algunos escuchan la semilla que germinaría después en los valses de Strauss. La intervención de las maderas se desarrolló con brillantez. Gergiev jugó con la orquesta, perfectamente coordinada. Quizá se ajustó a lo convencional en la sinfonía, pero hizo aflorar, tímidamente, un efectismo sincero.

El cuarto movimiento, el del amor oscuro y trágico, destacó gracias a la sección de cuerda y el arpa, que no perdieron la tensión durante todo el Adagietto. Pudo ser esa la razón por la que la Orquesta del Teatro Mariinsky resultó algo plana y no lograra transmitir todos los matices de emoción en estas melodías de Mahler.

El virtuosismo y la interpretación impecable del Rondó finale arrancó los aplausos del público. Algunos, incluso, se levantaron de la butaca. Algo les convenció para que volvieran a sentarse en completo silencio: una estupenda obertura de Lohengrin de Wagner como propina.


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Gergiev, el sastre de Mahler