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Opinión / Desde Baluarte

Música joven

Por Ana Ramírez García-Mina

Crítica del concierto de la Joven Orquesta Nacional de España celebrado en Baluarte. 

Concierto de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en Baluarte. ZALDÚA (2)
Concierto de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en Baluarte. ZALDÚA

Los músicos de la JONDE demostraron en una interpretación intensa y profunda que el futuro musical de nuestro país está en buenas manos. 

Ficha:

10 de enero de 2018 a las 20:00h en el Auditorio Baluarte. Concierto de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE)

Director: Cristóbal Soler. Solista: Clara Andrada (flauta travesera)

Asistencia: tres cuartas partes del aforo

Programa:

Fantasía sobre una fantasía de Alonso Mudarra, de José Luis Turina (1952)

Concierto para flauta y orquesta de cámara, de Jacques Ibert (1890-1962)

Así habló Zaratustra, op. 30, de Richard Strauss (1864-1949)

MÚSICA JOVEN

La Fantasía nº 10 de Alonso Mudarra es una de las piezas del Renacimiento español que ha calado en nuestro tiempo. Compuesta originalmente para vihuela (antiguo instrumento de cuerda pulsada parecido a la guitarra), la obra no dura más de dos minutos y todavía se estudian sus síncopas y disonancias (entonces llamadas “falsas”) como una prueba de vanguardia atrevida, aunque data del siglo XVI.

La primera obra interpretada por la Joven Orquesta Nacional de España fue la Fantasía sobre una fantasía de Alonso Mudarra. El autor de la pieza y director artístico de la JONDE, José Luis Turina, desgrana cómo “la música de la Fantasía nº 10 de Mudarra se mezcla con la nueva, alternándose […] y, al mismo tiempo, impregnándose la una del sabor de la otra”.

La cuerda, bajo la dirección de Cristóbal Soler, se colocó de manera atípica: los chelos ocuparon el lugar de las violas y viceversa. De este modo, la fuga disonante iniciada por esta sección, en la que los instrumentos fueron tomando la melodía para culminar en un homofonía poderosa y arcaica de los metales, apareció sobre el escenario, visualmente, en la energía inconfundible de los jóvenes intérpretes.

La modernidad se conjugó con los unísonos de las cuerdas, en los que se adivinaba la sonoridad modal del flamenco (debida al uso de la escala frigia). El homenaje a Mudarra de José Luis Turina y la JONDE resucitó la solemnidad de la música renacentista para continuar con el Concierto para flauta y orquesta de cámara de Jacques Ibert.

La obra de Ibert es liviana e ingeniosa. Una música para el recreo del oído, de brillantez formal y lenguaje directo, no requiere una interpretación romántica. Su dificultad reside, precisamente, en dominar la técnica y las emociones para mostrar unas melodías limpias y honestas. Este fue el gran acierto de la flautista Clara Andrada.

La intérprete presentó un sonido fluido y cálido. Sin detenerse demasiado en rubatos expresivos, ofreció un fraseo claro, acompañado con solvencia por la batuta de Cristóbal Soler y los músicos de la JONDE. En la cadenza del tercer movimiento, un despliegue de técnica, pasajes de octavas y frullato (técnica que consiste en utilizar la lengua para producir un efecto de vibración o temblor en el sonido) resueltos con seguridad. Como propina, la flautista ofreció una bucólica “Bergère captive” (“Pastora cautiva”) de Pierre-Octave Ferroud.

“Un libro para todos y para nadie”. Así es como subtituló Friedrich Nietzsche su opera prima: Así habló Zaratustra. La fascinación del filósofo alemán por la música se materializó en su amistad con Richard Wagner, que después cortó fulminantemente por el antisemitismo del compositor.

Nietzsche encontró en el protagonista de la tetralogía wagneriana, El anillo del nibelungo, un hombre “fiel a la tierra”, comprometido y enraizado con la naturaleza cíclica que describe en el “eterno retorno”. En su obra, el profeta Zaratustra anuncia la “muerte de Dios” y de la moral cristiana para dar paso al Superhombre.

En el poema sinfónico compuesto por Richard Strauss, son las trompetas quienes lo hacen a través de uno de los pasajes musicales más célebres de la historia (gracias a Stanley Kubrick y su Odisea en el espacio). Cristóbal Soler optó por una introducción sobria, un acierto: la composición de Strauss es majestuosa en sí misma y no parece necesitar grandes adornos.

La fuga iniciada en los contrabajos, que simboliza el rigor obsesivo de la ciencia en su búsqueda de respuestas, continuó con solvencia en el resto de la cuerda y culminó con la reexposición del motivo del Superhombre hasta llegar al final enigmático de la obra.

Merecen mención aparte las intervenciones solistas de los jefes de sección en la cuerda (son especialmente delicadas las de violín y violonchelo) y las de los vientos. En uno de los momentos más emotivos de la obra, la coral desarrollada por Strauss a partir de las melodías de cantos gregorianos, los músicos de la JONDE demostraron en una interpretación intensa y profunda que el futuro musical de nuestro país está en buenas manos. 


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