• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Cartas al director

El profesor Ponz, don Francisco

Por La voz de los lectores

Obituario enviado por Gonzalo Robles, vicerrector de Comunicación y Desarrollo de la Universidad de Navarra.

Francisco Ponz, recientemente fallecido, en una imagen en el campus de la Universidad de Navarra.
Francisco Ponz, recientemente fallecido, en una imagen en el campus de la Universidad de Navarra.

Mientras el profesor Ponz yacía en el suelo tras su infarto, socorrido por el equipo de emergencias -por cierto, qué ejemplo de auténtica vocación médica su largo rato de lucha por reanimar a un hombre de 101 años- era inevitable pensar en su figura y su relación con la Universidad donde, incluso ya en sentido literal, se había dejado la vida. 

A nuestro tercer rector le llamábamos don Francisco mucho antes de merecer el “don” por una cuestión de edad. No era un tratamiento exigido por nadie, mucho menos por él, cuya humildad solo era comparable a su sencillez. Todos le llamaban don Francisco, alumnos y profesores, autoridades y colegas, recién llegados y veteranos, como homenaje natural a su dignidad.

Su auctoritas era tan fácil de reconocer como difícil de explicar. Puede uno haberse labrado un curriculum cuajado de méritos, como desde luego era el suyo, y no tenerla. Porque el magisterio que admirábamos en él no era solo una cuestión de saber (¡y qué no sabía d. Francisco, por ejemplo, del arte de gobernar después de más de 25 años en el Rectorado!), sino de su quehacer cotidiano, de saber hacer cada día en el laboratorio, en el aula, en la sala de reuniones, en las cafeterías de la Universidad, en la vida. Bendita normalidad de las cosas pequeñas que hace grandes a los hombres.

Otros con más conocimiento glosarán los hitos de su trayectoria universitaria y los rasgos de su personalidad. Dejó aquí testimonio de uno de ellos: su modestia. Me llamó mucho la atención su ausencia en el acto académico de apertura de curso, pues, consciente de sus “deberes” como antiguo rector, jamás fallaba. A pesar de su buen estado de forma, me hizo saber por terceros que se consideraba “un vejestorio, que desluce la celebración”. Quería pasar desapercibido, con esa elegancia espiritual que le ha llevado a morirse en la Universidad -casi le estoy escuchando, no hay que interrumpir el trabajo de los demás-, pero fuera del horario laboral.

Porque su muerte, una tarde cualquiera de un lunes como cualquier otro, en la misma entrada del Central que cruzó tantas veces, no deja de ser una epifanía de su ars vivendi.  Para quienes estábamos allí, rezando por una improbable recuperación y dándole las gracias, su cuerpo gastado sobre aquellas losas era la imagen de su vida: el corazón en el suelo para que los demás pisen blando.

Obituario enviado por Gonzalo Robles, vicerrector de Comunicación y Desarrollo de la Universidad de Navarra.

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El profesor Ponz, don Francisco