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Se cumplen 125 años de los Juegos Olímpicos: lo mejor que tienen los sueños es que pueden hacerse realidad

Por La voz de los lectores

Carta enviada por Javier Trigo. Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad de Navarra.

Reunión de los fundadores del Comité Olímpico Internacional. Cedida.
Reunión de los fundadores del comité olímpico internacional. Cedida.

A pesar de ser sábado la actividad, aquella mañana de junio, era incesante en la Universidad parisina de la Sorbona. El curso tocaba a su fin y en los rostros de los estudiantes se percibía la tensión propia de los exámenes finales.

En esa mañana soleada un grupo de profesores, investigadores, literatos, empresarios, militares y músicos se dirigía al Anfiteatro de la Universidad, para continuar con los trabajos de un congreso que había comenzado días atrás y al que habían sido convocados por uno de los personajes más famosos y desconocidos de la historia reciente.

Casi un centenar de personas de doce nacionalidades diferentes se había reunido en aquel gran salón para hablar de deporte, educación y amateurismo. La mayoría vestían trajes oscuros, y algunos lucían atuendos militares. No había mujeres. A finales del siglo pasado no resultaba frecuente, nada frecuente, encontrar mujeres en la institución universitaria.

Los participantes tenían en común algo más importante que sus llamativos bigotes y era un convencimiento novedoso, casi revolucionario. Aquellas personas habían descubierto que el deporte podía y debía ser un instrumento fundamental en la formación de las personas y que era necesario ponerlo al servicio de la sociedad.

En la puerta de entrada del Aula Magna, presidida por un gran mural con figuras de la Grecia clásica, podía leerse, en un pequeño cartel que colgaba de la pared, el título de la reunión: “Congreso para la restauración de los Juegos Olímpicos”.

No era la primera vez que se intentaba la restauración de los Juegos Olímpicos atenienses. Hacía un poco más de 25 años, un millonario griego, Evangelios Zappas, que vivía en Rumania, intentó revivir sin éxito la antigua justa olímpica. En 1859 se organizaron lo que pretendían ser los primeros juegos de la era moderna, pero el desorden fue enorme. Las competiciones tuvieron lugar en las calles y plazas de Atenas, contando con la presencia de los reyes griegos.  El desorden fue tan grande que la policía tuvo que intervenir y algunos atletas acabaron en la cárcel.

Tampoco era la primera vez que Pierre de Coubertin, un pedagogo e historiador de la nobleza francesa, que había convocado aquella reunión en La Sorbona, exponía su idea de restaurar los Juegos Olímpicos. Lo había intentado dos años atrás durante una conferencia sobre la educación inglesa en la que no consiguió despertar el interés de su auditorio; pero ahora, aquellos participantes en el congreso le dieron todo su apoyo y respaldaron con entusiasmo la iniciativa.

Así, ese 23 de junio de 1894, hace ahora 125 años, se aprobó la propuesta de restaurar los Juegos Olímpicos y de que se celebraran cada cuatro años en un lugar distinto. El espíritu de esa propuesta era convertir la práctica deportiva y las competiciones olímpicas en un medio para el acercamiento de las personas, sin hacer diferencias por razón de raza, credo o sexo y promover la convivencia pacífica entre todas las naciones de la tierra.

Además, se eligió la ciudad de Atenas para acoger la primera edición de los Juegos modernos en 1896.

Los congresistas allí reunidos constituyeron el Comité Olímpico Internacional, organismo que tendría a su cargo el control y desarrollo de los Juegos Olímpicos. Y después de proceder a la firma del documento se realizó la famosa foto. La foto de los “siete magníficos” que pasaría a la historia como el momento de la fundación de los Juegos Olímpicos modernos.

Sentado y en el centro aparece Demetrios Vikelas, un empresario griego residente en Paris y amante de la literatura, que sería elegido como el primer presidente de la nueva entidad, a su lado Pierre de Coubertin que ejercería de Secretario, y el general ruso Alexei Dimitrievich Boutowsky de Rusia, nacido en Ucrania y de familia cosaca.

Detrás de ellos están Willibald Gebhardt, de Alemania, Doctor en Ciencias Naturales; Jiri Stanislav Guth Jarkovski de Bohemia y que cuatro años más tarde llegaría a ser Presidente Checo; El húngaro Ferenc Kemeny, que entusiasmado llegó a proponer Budapest como sede para los primeros Juegos de la Restauración y el Comandante Victor Balck de Suecia, que sentía más afición por la gimnasia y la esgrima que por la profesión militar y que puso la primera semilla del deporte olímpico invernal.

La lista del Comité Olímpico se completaba con otros ocho miembros: Ernest F. Callot de Francia, el profesor William Sloane de los Estados Unidos; Charles Herbert y Lord Herbert Amphill de Inglaterra; Leonar. A. Cuff de Nueva Zelanda; Andria Carafa y el conde Lucchesi Palli de Italia, el Conde Maxime de Bousies de Bélgica, y José Benjamin Zubiaur, un eminente profesor argentino de origen vizcaíno. 

Quince hombres, de 12 países y tres continentes, que ya han entrado a formar parte de la historia del deporte.

El proyecto tuvo una gran acogida. El rey de Bélgica, el príncipe de Gales, el duque de Esparta, así como las naciones de Alemania, Hungría, Bohemia, Holanda y Austria, apoyaron la idea y dio inicio el movimiento olímpico. El motor para echar a andar los Juegos Olímpicos modernos se había puesto en marcha.

Pierre de Coubertin, ese famoso desconocido de la historia reciente fue el gran artífice de este proyecto. Estudiante de la Escuela San Ignacio de los Jesuitas de la calle Madrid de Paris cambió la carrera militar por los estudios de historia y pedagogía y supo descubrir el valor que encierra la práctica deportiva buena para la mejora de la persona. Su sueño de extender esta idea por el mundo y celebrar una gran fiesta mundial del deporte se iba a hacer realidad.

Ciento veinticinco años después el movimiento olímpico se ha convertido en la organización que agrupa a un mayor número de países – más de 200- y que concita el mayor consenso social en el mundo. Es cierto, que junto al “espíritu olímpico” han ido creciendo algunas malas hierbas que en ocasiones lo empañan como la corrupción, el dopaje, la excesiva comercialización y los desmedidos interese económicos etc.

Pero aquella luz que se encendió en Paris en 1894 sigue iluminando la vida de muchas personas, y nos recuerda aquella máxima del presidente de la Academia Olímpica española, Conrado Durántez, “Si el deporte no sirve para hacer mejores a las personas para nada sirve”. 

Javier Trigo. Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad de Navarra.

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