• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / La cometa de Miel

La noche del violín

Por Pablo Sabalza

Cerca del apartamento en el que resido desde hace unos años suena cada veinte noches (las tengo contadas) una preciosa canción interpretada por un violín.

Una imagen de la película que recrea la historia del 'violinista del diablo'.
Una imagen de la película que recrea la historia del 'violinista del diablo'.

Desconozco quién la hace sonar. A veces pienso en que pueda ser un viejo maestro que nos transmite a través de esa mágica melodía la nostalgia de un antiguo amor o, por el contrario, una joven vestida con un níveo camisón y de largos cabellos ondulados y castaños que sacude al viento sus anhelos vitales.

Sea quien fuere, la música traspasa la noche. Las luces de las farolas, el rumor de la mar o las últimas voces que andan las calles se difuminan bajo el abrigo de ese hechizante sonido que se moldea en el aire.

Una vez leí que la sonoridad del violín es considerada la segunda voz humana.

Tan variada es su melodía que se le puede dar el carácter pastoral del oboe, la penetrante dulzura de la flauta, el noble y emotivo sonido del cuerno inglés, las ondulaciones fantásticas de una armónica, las vibraciones sucesivas del arpa y la gravedad armoniosa del órgano.

Hubo una vez un virtuoso violinista que hizo sonar este instrumento como nadie antes ni después lo ha conseguido hacer (por mucho que amemos y respetemos a nuestro querido Pablo Sarasate).

Imaginen aquellas lúgubres y angostas calles que pisaron nuestros ancestros y trasládense a la Italia del siglo XVIII.

Ecos de cascos de caballos sonando en la penumbra, borrachos llegando a sus casas con respiraciones jadeantes, faroles de tenue luz abrigados de una aureola de misterio…

A través de esa oscuridad y surgido de entre la niebla aparece una alargada silueta.

De extrema delgadez, con una larga melena negra, un abrigo raído y hecho jirones y, en su mano derecha, un violín.

Los textos que narran su vida lo definen como el violinista del diablo. De hecho, acostumbraba a tocar de noche en los cementerios y hacía llamar a los pobres que vivían en las calles para que fuesen a escucharlo.

Las entradas de sus conciertos se vendían en cuestión de minutos. La primera estrella del Rock. Sus fans le veneraban como a un Dios.

Cuenta la leyenda que mató al novio de su amante por celos y estuvo apresado durante años. Durante ese tiempo aprendió a tocar el instrumento musical con una sola cuerda, ya que se le iban rompiendo de tanto ejecutarlo.

Sufrió una enfermedad por la que padecía un crecimiento anómalo de sus extremidades  y, por tanto, le permitía estirar los dedos de manera que abarcaba todo el violín.

Gastaba todo lo que ganaba en juego, alcohol y mujeres.

Siempre vestía de negro y llegaba a los teatros para dar sus conciertos en un coche tirado por caballos todos azabaches.

El fuego iluminaba el escenario. Sus dedos parecía que se comían el violín. Movía su melena con sus notas, se desplazaba por el entarimado con su traje deshilvanado, su presencia impactaba.

Cuando murió ni tan si quiera fue enterrado. Cuentan que su cadáver permaneció durante años en un sótano…

Se llamaba Niccolo Paganini.

Dentro de cuatro días escucharé desde mi apartamento una preciosa canción interpretada por un violín.

Quizá la toque un viejo maestro o, tal vez, una joven con camisón blanco y cabellos ondulados y castaños.

O, quien sabe si pueda ser, una alargada silueta con melena negra, con un abrigo raído y hecho jirones y, en su mano derecha, ese violín.

Hay noches que tienen una música diferente…

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La noche del violín