• martes, 19 de marzo de 2024
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Blog / La cometa de Miel

Un niño en el mundo

Por Pablo Sabalza

El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.

Niños y adolescentes de Hogar Nazaret del padre Doñoro.
Niños y adolescentes de Hogar Nazaret del padre Doñoro.

Han finalizado las clases. Las vacaciones de verano comienzan y los niños y los adolescentes dejan atrás un curso cargado de medidas y restricciones. Las piscinas y las playas se visten de bañadores, mientras los más pequeños se mojan en el agua, se tiran por toboganes o construyen castillos de arena.

Los helados ya son una extensión más de nuestras manos.

Sin embargo, no brilla el sol de igual modo en todo el mundo. Ni los niños tienen las mismas oportunidades.

Permítanme, mis queridos amigos de Navarra.com, que golpeé su corazón un poco, solamente un poquito.

Viajemos a El Salvador para conocer a Manuel, protagonista de la historia. El adolescente padecía de una parálisis parcial en su cuerpo. La familia del joven decidió venderlo, sí, venderlo por 21 euros para poder seguir alimentando a sus otros cuatro hijos. El destino de Manuel era uno: tráfico de órganos.

Sin embargo, la historia da un giro de ciento ochenta grados. Como si fuera una película, pero llevada a la vida real.

El héroe del escrito que les estoy narrando se llama Ignacio María Doñoro

Hace muchos años este sacerdote fundó Hogar Nazaret, una casa de acogida en el Amazonas en la que tratan de dar una vida digna a niños huérfanos o de familias vulnerables que sobreviven bajo la extrema pobreza, y a otros muchos que han sido víctimas de trata y prostitución. Una labor que en 2021 le valió estar nominado al Premio Princesa de Asturias de la Concordia, galardón que se falló el pasado 30 de junio y recayó en el cocinero José Andrés por su labor al frente de la ONG, World Central Kitchen. 

“Uno de los lemas de esta casa es que, si salvas a un niño, salvas a la humanidad”, explicaba Doñoro en una entrevista, haciendo alusión a una de las enseñanzas del Talmud.

Como les señalaba, al enterarse Doñoro que los 21 euros (pensó que a la cifra le faltaban tres ceros) eran para un traficante de órganos de la zona decidió entregar su vida en la búsqueda y salvación del niño.

Se vistió con una camiseta raída y desgastada. Se dejó barba durante unas cuantas semanas y perdió algunos kilos con el fin de dar un aspecto descuidado y abandonado.

Se internó en la selva con una camioneta alquilada y llegó hasta la zona donde se encontraba Manuel para hacerse pasar, él también, como traficante de órganos. Como lo leen.

Cogió al niño, lo metió apresuradamente en la furgoneta y lo rescató.

Ni el Equipo A ni MacGyver. 

“En unas décimas de segundo me di cuenta de que aquello era el tren que pasa una vez por tu vida, que o lo tomas o lo dejas. Y que si lo tomas te va a llevar allá donde jamás pensaste que irías”. El religioso, que confiesa que pasó “todo el miedo del mundo”, asegura: “Ahí fui muy consciente de que aquel niño me iba a cambiar la vida”.

Sacar a los niños y las niñas del basurero, los llamados ‘entenados’, para que puedan ser ingenieros o médicos o tengan un porvenir dichoso, no se imaginan lo que significa, no solo para ellos, sino para su familia, la comunidad y la sociedad. 

Unos años después de este suceso el sacerdote Doñoro recibió una carta. Era Manuel. Le decía cómo se encontraba y a qué se dedicaba. La carta finalizaba con dos frases.

‘Eres la persona más importante. Tú me cambiaste la vida’.

Ahora paseo por la avenida de la playa. Observo a los niños jugar en el agua y en la arena. El día es azul. Infinitamente azul.

Tan azul como el de Manuel. Y sonrío

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