• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / La cometa de Miel

Roncal y Gayarre: lugar y amigo atemporal

Por Pablo Sabalza

Como cantaba Gayarre nadie volvió a cantar, que por algo era navarro y del valle del Roncal.

RONCAL A GAYARRE
Busto de Julián Gayarre en el Roncal de Navarra.

El pasado mes de septiembre visité el municipio de Roncal y, aprovechando las nuevas tecnologías con las que a día de hoy convivimos, escuché en mi silencio la canción ‘El roncalés’, interpretada por Alfredo Kraus en la película titulada ‘Gayarre’ (1959), mientras recorría el camino que lleva al cementerio donde descansa el cuerpo del favorito del arte.

Vasco navarro soy/del valle roncalés, /donde la primavera/por vez primera/vi florecer.
El jardín español, /de flores sin igual, /tiene entre bellas rosas/la más hermosa/que es el Roncal.

Si un día quieren saber cómo era en realidad nuestro ilustre tenor les convido a que se acerquen a través de internet a las ‘Memorias de Julián Gayarre’ escritas por su buen amigo, Julio Enciso. Les aseguro que conmueve tanto su carácter, cercano y cariñoso, como lo mucho que adoraba a su padre, D. Mariano, así como sus últimos momentos de vida o la apoteósica despedida del féretro que un nevado 3 de enero de 1890 le concedió la ciudad de Madrid.

Tras concluir la canción ‘El roncalés’ del célebre compositor Salvador Ruiz de Luna se presentó ante mis ojos, como si se alzase un telón, el maravilloso y premiado mausoleo realizado por el escultor valenciano, Mariano Benlliure.

Y allí, años después, en la amada villa de Julián, me encontré de nuevo frente a él.

Para aquellos que aún no hayan tenido la oportunidad de disfrutar de tan distinguido lugar como es Roncal les diré que, si lo visitas por primera vez, eres sabedor de que volverás de nuevo. Es como una flor que te obliga a cambiarle el agua para que su aroma se mantenga en tu hondo infinito. Y cuando regresas tras un tiempo, en ese eco perdido de tu sentimiento, eres consciente de que se recuesta en tus labios una familiar sonrisa.

Transito la carretera que sufragó con sus propios dineros el bueno de Julián.

¡Qué buena gente dicen que fue!

Hay una anécdota que leí en su día en la que cuenta que Julián, con apenas quince años, estuvo trabajando de criado en una herrería de Lumbier, concretamente en la fragua de Quilliri. En la localidad aún se conserva como una reliquia alguna cama de hierro hecha por Sebastián, como así se le conocía a Gayarre, forjada  a martillazo limpio.

Años después, tras convertirse en el Luciano Pavarotti de la época, regresó a Lumbier. Se dirigió a la fragua donde todavía vivía la mujer de Quilliri y le entregó distintos obsequios y regalos.

Antes de marcharse le dijo a quien le acompañaba:

-Esta mujer me daba poco de comer, pues la pobre poco tenía. A ella le debo en parte lo que soy, ya que si me llega a alimentar bien de Lumbier no hubiera salido.

Y así ocurre en nuestra vida, ¿verdad? Una casualidad o una oportunidad o una persona y, de repente, tu vida da un giro inesperado.

Observé el mausoleo de Julián mientras barría con la mirada el contorno del valle y me di cuenta de que cuando estoy cerca de la mar soy marinero, pero que cuando estoy de nuevo en las montañas, ay, cuando descubro de nuevo el rumor del río Esca y admiro esas casas de madera y piedra, cuando me alimento de migas de pastor y queso de oveja, cuando, como te digo, regreso a Roncal, y estoy junto a la tumba de mi amigo Julián, así, como lo estamos tú y yo ahora, tan cerca, es inevitable emocionarse con los versos de la canción ‘El roncalés’ que exclama:

Valle donde nací/nunca te he de olvidar,/aunque la vida lejos,/muy lejos lleve mi caminar. Tierra donde viví,/pura como el azahar,/aunque mil años viva,/yo siempre, siempre/te he de adorar. Hasta morir/yo te he de amar.

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Roncal y Gayarre: lugar y amigo atemporal