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Blog / La cometa de Miel

Las musas de los escritores: amor o enfermedad

Por Pablo Sabalza

La mejor musa es de carne y hueso.

Libros apilados encima de una mesa. ARCHIVO
Libros apilados encima de una mesa. ARCHIVO

No hay nada que frustre más que enfrentarse a una hoja en blanco y que no arribe el barco de la inspiración a tu mente. Y es ahí donde las musas deben acogerte en sus brazos para navegar en los mares de las letras y las artes.

La mayoría de los artistas, por no decirles todos, tienen o han tenido a esta divinidad de la mitología griega, hija de Apolo, como estimulante de su creación.

Muchos escritores tuvieron a sus amores como musas, ejerciendo sobre ellos  tal inspiración que hoy debemos agradecerles el legado que las plumas de sus amantes nos dejaron. Otros, se obsesionaron en tal grado por sus esposas, que perdieron el juicio y con él se tambaleó su arte.

Sea lo que fuere todos tuvieron a quién dirigir sus escritos.

El célebre poeta español del Prerrenacimiento, Jorge Manrique,  autor de las ‘Coplas a la muerte de su padre’ (¡Oh, Cuántas y cuántas veces lo he recitado!), a los cuatro años perdió a su madre, doña Mencía de Figueroa, y su padre se volvió a casar dos años después con doña Beatriz de Guzmán  aunque éste guardara siempre el recuerdo de la verdadera. En 1469 su padre se casa por tercera vez con doña Elvira de Castañeda y al año siguiente, 1470, Jorge lo haría con la hermana de su madrastradoña Guiomar y a la postre musa del poeta. Para entonces ya eran célebres su valor y arrojo en el campo de batalla.

Dante, autor de ‘La Divina Comedia’, conoció a Beatriz Portinari cuando ésta contaba con nueve años, de la cual se enamoró a primera vista, y al parecer sin aún haberse hablado. El amor por Beatriz era la razón de su poesía y de su vida, junto con sus pasiones políticas. Cuando Beatriz murió en 1290, Dante, trató de encontrar un refugio en la literatura.

Lope de Vega, uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, llamado Fénix de los ingenios y Monstruo de la Naturaleza por Miguel de Cervantes cosechó una larga lista de conquistas. En sus últimos años de vida se enamoró de Marta de Nevares, en lo que puede considerarse  para algunos ‘sacrilegio’ dada su condición de sacerdote. Era ella mujer muy bella y de ojos verdes (Descripción que a una musa mía me recordase).  Los últimos años de Lope fueron infelices a pesar de los honores que recibió del rey y del Papa. Sufrió que Marta se volviera ciega en 1626, y muriera loca, en 1628.

Les voy a presentar a Edgar Allan Poe que, como bien saben, fue un escritor, crítico y periodista estadounidense. Poe y Virginia Clemm eran primos hermanos, y se casaron cuando ella tenía 13 años y él 27. Algunos biógrafos han sugerido que los esposos mantuvieron una relación más fraternal que conyugal, y que nunca consumaron el matrimonio. Virginia enfermó de tuberculosis en enero de 1842, y murió por esta causa en enero de 1847, a los 24 años de edad. Los rumores acerca de las supuestas infidelidades de su esposo afectaron a Virginia hasta el punto de que, en su lecho de muerte, declararía que Edgar la había asesinado. Tras su muerte, su cuerpo fue finalmente ubicado bajo el mismo monumento funerario que alberga los restos de su marido, en el cementerio Westminster. La enfermedad y posterior muerte de su esposa causaron una gran impresión en el escritor, que quedó muy abatido y se refugió en la bebida.

El amigo Mariano José de Larra, escritor, periodista y político español exponente del romanticismo también tuvo su musa. Primero se casó en 1829 con Josefina (Pepita) Wetoret  con quien tuvo tres hijos. Pepita era una joven de la burguesía madrileña (los rumores de la época cuentan que era una chica superficial y caprichosa, por lo que evidentemente poco o nada podía aportar a la compleja personalidad de Larra. No sé a ustedes pero a mí, la superficialidad me mata…) y su relación nunca se caracterizó por el amor.  Dos años más tarde conoce a Dolores Armijo. Él estaba profundamente enamorado, sin embargo, ella mantuvo una relación con él intermitente. Con el tiempo Dolores le devolvió todas sus cartas de amor. El escritor se obsesionó con ella hasta tal punto que un mal día recibe la visita en su casa de Dolores Armijo, quien termina definitivamente con la relación, pidiéndole que le deje en paz y que le dé todas las cartas que ella le había escrito. A los pocos minutos de marcharse de casa de Larra, éste se pega un tiro en la cabeza, frente al espejo.

Si les recito el poema ‘Con diez cañones por banda…’ inmediatamente señalarán a Espronceda como autor de estos versos. A su musa, Teresa Mancha, la conoció en Lisboa, ya que era la hija de un militar español emigrado en la ciudad portuguesa. La situación de honrada miseria condujo a la joven a casarse ya en Londres con un tal Gregorio Bayo. Sin embargo, al reencontrarse con su amado, renació en Teresa el recuerdo de su amor en Lisboa, anidando en ambos la idea de la fuga. Teresa tenía que ir a París con su marido y allí la esperó Espronceda. En la noche del 15 de octubre de 1831 ella abandonó el hotel donde se hospedaba y se fugó con su amante. Regresaron a España donde vivieron varios años de amor sincero. El genio altanero del poeta no contribuyó a la paz del hogar y así vino a suceder que Teresa se fugara a Valladolid cierto día con un tal don Alfonso, abandonando a Espronceda y a Blanca, la hija de ambos. Teresa, siguió llevando una vida inquieta, hasta que en 1839 murió de tuberculosis, siendo enterrada de limosna en Madrid.

“¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento
un pesar tan intenso…! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil polvo, tu beldad reposa.”

La historia de Óscar Wilde (debo apuntar que es de mis autores preferidos) les va a dejar atónitos. Alfred Douglas, de ojos azules y cara de niño y a quien llamaban Bosie, consideraba a Óscar Wilde como la representación del éxito, la brillantez y el mundo artístico. Cuando se conocieron, Wilde no era muy atractivo, sin embargo, Óscar compensaba sus carencias con ingenio y una conversación brillante. Alfred apenas tenía 21 años mientras que Wilde 37. Juntos exploraron el camino de la prostitución masculina en Londres durante la época victoriana. Al respecto, Oscar Wilde comparaba estas prácticas con ‘cenar con pantera’ aludiendo a su peligrosidad. Alfred era un joven un tanto egoísta y muchas veces propenso a las rabietas y otro tipo de escenas en público, las cuales irritaban a Óscar. Incluso, absorbía la mayor parte del tiempo de Wilde y le imposibilitaba escribir.

La vida de Wilde no fue fácil, muchas veces parecía caminar hacia la autodestrucción, ya que en el fondo vivía atormentado por su homosexualidad. El escritor demandó en 1895 al padre de su amante, el marqués de Queensberry. El marqués presentó pruebas referidas a la homosexualidad de Wilde (considerada un delito). A raíz de ello, Óscar fue sentenciado a dos años de trabajos forzados por el crimen de sodomía. Después de tener varias novias, se casó en 1824 con Constance Lloyd a los 29 años, para ocultar su homosexualidad.

En 1886, la vida de Wilde cambió; le sedujo Robert Ross, un muchacho de diecisiete años que se convertiría en su amigo/amante incondicional hasta el final.

Durante su cautiverio escribió una bella carta a Bosie, ‘De Profundis’, que terminaba así: «Viniste a mí para aprender el placer de la vida y el placer del arte. Acaso se me haya escogido para enseñarte algo que es mucho más maravilloso, el significado del dolor y su belleza. Tu amigo que te quiere, Oscar Wilde».

Investigando en este sentido a Lewis Carroll, diácono anglicano, matemático, fotógrafo y escritor británico y autor de ‘Alicia en el País delas maravillas’ debo comunicarles que estoy aún escandalizado.

Carroll era un hombre tímido y soltero que inventaba historias para las hijas de un amigo suyo. La más pequeña era su preferida, Alicia Lidell, a quien dedicó todo su talento y su morbo. La sordidez de aquella amistad entre el hombre y la niña no pudo ser probada completamente. Sin embargo, la ruptura de la amistad con la familia resulta sospechosa e inexplicable. Cuentan que pidió la mano de la niña que tenía once años contra los 31 de él.

El escritor,  también amante de la fotografía,  conservaba un tesoro hecho de montones de cuerpos infantiles desnudos que sonreían desde las cartulinas. Cuando murió en 1898, dejó la orden de destruirlas como última voluntad.

Mi queridísimo Becquer conoció en 1858 a Josefina Espín, y empezó a cortejarla, pero pronto se fijó en la hermana de ésta, la cantante de ópera, Julia Espín, a la postre su musa, de ojos negros, e hija del músico Joaquín Espín. Gustavo se enamoró irremediablemente y empezó a escribir sus primeras Rimas, como Tu pupila es azul, pero la relación no se consolidó porque a ella no le agradaba la vida bohemia que llevaba el poeta, que aún no había alcanzado la fama.

“Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran no lo sé.”

Quisiera concluir con mi poeta preferido. De todos, para mí el primero. Mi amado, mi amigo sin haberlo conocido, Antonio Machado. Un hombre bueno. Conoció a su musa, Leonor Izquierdo Cuevas, en la pensión que sus padres regentaban. Fueron cogiendo confianza y en  1909 se casaron. Ella tenía 15 años y Antonio, 34.  En julio de 1911, mientras acompañaba en París a su esposo, fue ingresada en un sanatorio durante algunas semanas debido a que había contraído tuberculosis.

Falleció en 1912 sumiendo a Antonio en una profunda depresión que le hizo trasladarse a Baeza (Jaén), donde vivió durante un tiempo con su madre, dedicándose a la enseñanza.

“Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído

como una campana nueva,

como una campana virgen

de un alba de primavera.”

A esta amplia lista le siguen otros como Petrarca y Laura, Garcilaso e Isabel Freyre, Sartre y Simone de Beauvoir, mi amadísimo Miguel Hernández y Josefina Manresa, Rimbaud y Verlaine, Kafka y Milena…

 Y tú y yo…Musa mía… Mi musa… tú y yo…

…Porque bien sabes que si yo soy papel, tú eres la tinta…

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