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Blog / La cometa de Miel

La sonrisa desnuda

Por Pablo Sabalza

El tiempo que has pasado con tu rosa es lo que la hace importante.

Antoine de Saint-Exupéry.

La Plaza Consistorial de Pamplona amanece vacía. Eduardo Sanz - Europa Press - Archivo.
La Plaza Consistorial de Pamplona amanece vacía. Eduardo Sanz - Europa Press - Archivo.

Era Italia.

Las gotas de lluvia se deslizaban como lágrimas de cristal por la ventana interior de una casa lombarda. Tras ella, silueta del recuerdo, añoraba la joven navarra sus adolescentes jornadas de familia y resplandores.

Las estrellas bajas, el verdor mojado, aquellas atmósferas perfumadas de gracia…

En su memoria se reflejaba un sol ingenuo de vaga luz y rayos cansados como bueyes.

En la mesa diecinueve de la terraza de la Plaza del Castillo evocaba despachar junto a sus padres un pintxo de pimiento y vino de la tierra. Qué bello era su ayer y cuan lejano ahora.

Había previsto retornar a Navarra durante el mes de mayo, pero la pandemia que había asolado Europa, y más concretamente Lo stivale, hizo que su regreso quedase huérfano de abrazo.

Mantenía largas conversaciones telefónicas con su madre y habían estimado que, cuando finalizase el confinamiento, ambas aprovecharían el espejo nocturno que se libera en el río de su pueblo para darse un baño desnudas como lo hicieran, en secreto, muchos años atrás.

Soñaba con descubrir de nuevo El Camino de Santiago a su paso por la historia de Puente la Reina y Estella; aventurarse por la Foz de Lumbier en la que sus paredes se desploman hasta la orilla del río Irati para atravesar los túneles abiertos en la roca viva; escuchar el pito negro, la perdiz chocha, el mirlo común en los altos hayedos y en las bajas orquídeas de la Selva del Irati…

Eran ya sus recuerdos los conjuros y creencias de tiempos atrás de Zugarramurdi; el bel canto de Gayarre y su Roncal; la torre rojiza de la Iglesia de San Pedro de Mendigorría hecha de vino en vez de agua; El castillo de Javier o el palacio de Olite donde soñaba ser princesa por unas horas…

-Y, ¿qué tal, hija mía? ¿Cómo estás? -preguntaba su madre al otro lado del teléfono.

-Muy bien, mamá -mentía.

Anhelaba volver, aunque solo fuese por unos días para besar a los suyos, oler su tierra y otear su paisaje, gritar los goles de Osasuna y brindar por la salud de todos.

Hoy llovía en Lombardía, pero el aire verde proveniente de su familia, de su tierra y de su río dibujaba en la joven navarra una sonrisa, una sonrisa desnuda.

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La sonrisa desnuda