• martes, 19 de marzo de 2024
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Blog / La cometa de Miel

El cementerio de los libros olvidados

Por Pablo Sabalza

Pamplona es como una novia de la adolescencia a la que siempre me encanta volver a ver.

Kike Abarzuza de la Librería Iratxe
Kike Abarzuza de la Librería Iratxe

Visité en el mes de agosto mi ciudad natal durante dos semanas dándome cuenta de que es un espejismo de lo que fue en su día para aquel joven que hace muchos años se marchó de su regazo. 

Y no me refiero a sus nuevos edificios, a los establecimientos que han abierto en las céntricas calles o a las carreteras que permiten que te desplaces de un lado a otro de la ciudad más rápido que en otro tiempo.

Ni tampoco al pasar de la vida reflejado en los rostros de las personas que dejé con veintitantos años y encontré ya con cuarenta en la avenida Carlos III con niños (pajaritos blancos) en brazos o tirando de un cochecito.

Me viene a la memoria aquel poema de Juan Ramón Jiménez que rezaba así:

“…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
Mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.”

De alguna forma así me siento cada vez que regreso a mi tierra, a mi hogar.

Habito un nido que es mío pero que me resulta extraño; unos habitantes que se me presentan familiares pero apenas reconozco y menos, conozco; una vida en pretérito perfecto simple a través de un espejo retrovisor empañado de vaho.

Paseo, como si fuese de puntillas, por aquella ciudad que un día abrazaba.

Y advierto como mi novia adolescente se ha hecho mujer.

La librería Iratxe, sita en la calle del Carmen y regentada por Kike Abarzuza, es una visita obligada. Converso con él. Le hago preguntas. Hablamos de libros mientras respiro ese aroma que su librería exhala.

Alberga obras antiguas del siglo XVI y XVII.

Ejemplares agotados que nunca hubiese encontrado en Antares o en El Parnasillo o en la Librería Gómez.

Libros que ya nadie recuerda y que habitan allí, en el cementerio de los libros olvidados.

Me apuntaba Kike que la gente abandona tomos y volúmenes en los contenedores.

Libros desamparados.

Yo adquirí, ‘Poesía anónima africana’. Otro día, si no te importa, charlamos sobre esta joya.

Hoy estoy nostálgico.

Me fui a pensar en una novia de la adolescencia que se ha hecho mujer.

Pronto le saldrán las canas y la veré nevada a través de las fotos que me remitan.

Los niños (pajaritos blancos) en brazos de mi pasado estío jugarán hoy en sus casas de calefacciones encendidas. Las calles iluminadas del verano quedarán ruborizadas por las farolas desde las seis de la tarde. El silencio imperará en la Ciudadela, en la Vuelta del Castillo, en la Media Luna.

Kike cerrará su librería. Hoy, uno o dos o tres libros, quizá, hayan sido recordados y duerman en un nuevo hogar.

Y yo me iré.

Y te escribiré una y mil veces, mi novia adolescente.

Aunque ya no me recuerdes o no me reconozcas o te dé vergüenza saludarme.

Aunque, como un libro más, te hayas olvidado de mí.

(Poco me importa mientras vea y escuche cada verano a los pajaritos blancos cantando…)

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El cementerio de los libros olvidados